viernes, julio 06, 2012

Comprensión de Venezuela

TIMOTES. Foto. Dra.Senaide

Entre los numerosos materiales de lectura que reuní hará unos cinco años para trabajar con mis alumnos la asignatura Comprensión de Venezuela (proyecto ahora lastimosamente interrumpido en la UNEY, como tantos otros), encontré una bellísima página, que hoy, con más pesadumbre que rigor, nos interpela y nos aplaza. En ella el escritor Pedro Pablo Paredes describe el pueblo de su infancia. Mejor dicho, lo retrata, en diálogo con su alter ego Laín Sánchez.

Es uno de esos lugares maravillosos de los Andes, región nuestra que tuvo la suerte de no ser asolada por la calamidad que la historia venezolana conoce con el nombre de Guerra Federal. Un lugar propicio para exaltar lo que Felipe Massiani denominó “geografía espiritual” y para afirmar las virtudes laboriosas de nuestra patria. Me refiero a Timotes, de donde llega hoy la noticia de que una calamidad contemporánea padecida por todos, ya hizo estragos en su apacible paisaje.
Tengo a mano el hermoso texto de Paredes y lo transcribo, no para contribuir a lamentación alguna, sino para seguir interpelándonos en esta comprensión de Venezuela, que incluye, como siempre, poesía y turbulencia.

Que no quede en añoranza:

“Timotes es alto y sosegado. En esto, dice Laín Sánchez, consiste su verdadero encanto. Paseamos, aquí, tranquilos por la mitad de la calle. Sólo muy de tarde en tarde, pasa roncando un camión, un autobús, un automóvil. Y el silencio vuelve sobre todas las cosas. Los vecinos van o vienen, cada uno a su obra: unos a sus comercios; otros a sus talleres; los más a sus cultivos. Desde la misma plaza divisamos las sementeras que parcelan, de colores varios, los contornos del pueblo. Y nada, nada como el tiempo en Timotes: es todo, todo remanso. Las mañanas son perezosas; las tardes, infinitas; interminables, las noches. ¿En qué otro sitio, nos confiesa Laín Sánchez, podría uno frecuentar sin fatiga a Cervantes, a Lope, a Shakespeare? ¿Dónde, como aquí, podría uno echarse al coleta, hora a hora, toda una Montaña Mágica o En busca del tiempo perdido?

El sosiego, por otra parte, es integral en el pueblo. Reina fuera, en la naturaleza; dentro, impera también en los espíritus. Aquí, si usted se fija –habla Laín Sánchez-, lo burocrático no cuenta. Las autoridades son forasteras siempre. Se trata de un pueblo, como decían los clásicos, sin pretendientes. La gente se levanta, acuda a la labor, regresa a la paz de su casa, devanea un rato, conversa otro tanto sobre lo que ocurre todos los días -¡qué llovezón, Dios mío! por abril; ¡tenemos buen tiempo! por septiembre-. Nada más. Los problemas, los enredos de la política apenas se conocen. Pocos leen los diarios, que vienen, naturalmente, de lejos. Tal vez por este espíritu, por éste para nosotros amable espíritu, el pueblo carece de glorias: si asistió a los sucesos históricos, debió ser por medio del soldado desconocido. El pueblo es laborioso. En este sentido, sin noticia de él, parece inspirado por Manrique: vive por sus manos. Laín Sánchez nos despide, hecho emoción, con una pregunta: ¿puede hacerse mejor, más justo elogio de este lugar?”.

(PEDRO PABLO PAREDES: Emocionario de Laín Sánchez, Biblioteca de Autores Tachirenses)


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