Maneco. Gruta de San Antonio. Niteroi
Manoel Moletta murió esta mañana en Río de Janeiro. La noticia es un duro golpe para los integrantes del Comité Jurídico Interamericano, donde él ejerció su nobleza y prodigó sin límites el cálido fervor de su amistad. Era el Secretario del Comité, pero eso es decir poco o nada, porque, en rigor, Manoel era el alma de esa instancia consultiva de la OEA.
Bien lo decía en un email de hace un momento nuestro colega David Stewart: “Manoel was a great friend and colleague, a warm and generous person whose smile and enthusiasm welcomed everyone”. Suscribo plenamente lo que afirma David, no sólo porque lo viví en su momento, sino también por haber comprobado durante el último lustro, cómo se mantuvo sin tacha la hospitalidad de este carioca genuino, para disfrute de todos los asistentes a las sesiones de nuestra Comissâo en el legendario Palacio de Itamaraty, del que Maneco era (y seguirá siendo) un amable duende protector.
Cuando Dante Negro nos informó la mala nueva sólo atiné a decirle que para muchos de nosotros Río de Janeiro ya no será la misma. Lo digo así: sin Manoel, Leblón ya no será Leblón. Allí vivía e instalaba a sus amigos, para cuidarlos, para tenerlos cerca y guiarlos por sus gratísimas calles y múltiples botecos. No había taxista o camarero de la Zona Sul que no conociera la bonhomía (y bohemia) de Maneco, caballero del Derecho, amante de las artes y devoto fiel de su maravillosa Río.
En caravana los recuerdos pasan, como dice el tango. Ya vendrá la samba que agolpe otros y la bossa nova que los ordene todos. Entonces me sentaré a escribir una página serena sobre Moletta y apuntaré la emoción con que me mostró un día la dedicatoria que Jose Guilherme Merquior le estampó en uno de sus inteligentes libros. Ahora sólo rescato dos viejas notas que intentan dar cuenta del sentido de la gula que amorosamente Maneco compartió con sus amigos. Que ellas ratifiquen hoy mi gratitud y contribuyan a abonar la alegría que nos deja su memoria.
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LOS ESCENARIOS DE LA GULA
El formidable y exigente tour gastronómico de Manoel Moletta (Barón de Moletta y Tolomei) tuvo anteayer su parada estelar en Santa Teresa y hoy en Niteroi. Manoel no se anda por las ramas. Va directo a los escenarios de la gula. Conocedor de los más pecaminosos lugares de la culinaria carioca y sus alrededores, Moletta le permite a sus acompañanantes disfrutar de una atencion pródiga en entradas y nada prudente en materia de platos fuertes o de sobremesas. La copiosa ceremonia suele iniciarse con croquetas de bacalao y caipirinhas, para dar paso -después de varias rondas- a la especialidad de la casa correspondiente. Así, en el bello y empinado barrio de Santa Teresa, asistimos a la ingesta ritual de salchichas y patés de Adega do Pimenta, para dedicarnos más tarde a las delicias de un pato memorable o de cuanta ensalada de inspiración alemana y de sazón brasileña se nos ocurriese.
Hoy, en Niteroi, fue la apoteosis portuguesa. Nos esperaba el deslumbramiento ante las sardinas fritas más sabrosas del mundo, previo consumo de inevitables y finísimas croquetas. Nos animaba -como debe ser- un vino alentejano (Monte Velho) que abrió el camino para un plato de bacalao, portuguesa y glotonamente devorable. Vivimos por unas horas en el prodigioso reino del mar y del aceite de oliva. Fuimos felices, hasta que el postre nos hizo felicísimos: una torta de naranja, huevos y almendras, insolentemente deliciosa (Algavaria) , pasteles de Belem, pasteles de Santa Clara, pasteles de nata y tocinillo del cielo. Moletta pidió oporto y bebimos y brindamos por enésima vez por estar en la Gruta de Santo Antonio, en Niteroi, una gruta para sibaritas.
Moletta, filosofo epicúreo de Río de Janeiro, ha ganado ya nuevos adeptos a su causa. Cuchi y yo nos hemos sumado hoy a su hedonismo militante. Pronto haremos el juramento en su templo mayor: el Bracarense.
9 de agosto del 2007.
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PEQUEÑA CRONICA CARIOCA
La semana antepasada en el famoso bar Jobi de Río de Janeiro, comiendo boliños de bacalao y bebiendo chopes bien fríos, Jaime Aparicio y yo percibimos de pronto que estábamos traicionando a nuestro amigo Manoel Moletta. Un volante informativo encontrado en nuestra mesa nos enteró de la reñida competencia que en estos días se está dando entre los mejores “botecos” de la Ciudad Maravillosa. Por supuesto, tanto el Jobi como el Bracarense están en la disputa, por ser los más eximios bares de Leblón. Se trata de elegir al “rey de los botecos” de Río y Jaime y yo sentimos que no podíamos seguir allí. Por adhesión y solidaridad con nuestro amigo pedimos la cuenta y caminamos unas pocas cuadras para tratar de instalarnos en el “sancta sanctorum” de sus recorridos: el Bracarense. Y menos mal que eso hicimos, pues a los pocos minutos, mientras Jaime y yo esperábamos mesa, llegó Manoel, quien dispone siempre de algún lugar aunque el célebre local de la calle Linhares esté repleto. Dicha ventaja la posee Maneco por pertenecer al Consejo Regional de Frecuentadores de Bares y, por supuesto, por ser la simpatía en persona. Le referimos nuestra involuntaria infidelidad y nos respondió con una de sus frases predilectas: “¡Fue una locura!” y para festejar la oportuna rectificación ordenó boliños de camarón. Debo decir que esas bolitas de camarón son las mejores del mundo. Nada las iguala. Le añadimos picante para disfrutarlas más, mientras Manoel pedía que nos sirvieran también carne seca encebollada, plato que es, sin duda, una de las delicias de la gastronomía brasileña. La cebolla consigue equilibrar la sal de la carne y lo demás lo hace el poquito de farofa que Monoel suele añadirle.
Después de esa incursión no tuvimos duda. Nuestro guía y amigo tenía razón. Nada como los manjares que prepara Alayde Carneiro, la legendaria cocinera del Bracarense. Me contó Paulo Roberto, chofer oficial de algunos miembros del Comité Jurídico Interamericano, que hace cierto tiempo la presión del público obligó a los dueños del boteco a aumentarle el sueldo a Alayde, quien anunció su renuncia por considerarse en ese entonces mal remunerada. Asustados por la posible caída del establecimiento, los propietarios del mismo cedieron ante el pedimento de la insigne cocinera, como debe ser. El más grande bohemio vivo de Río de Janeiro, Jaguar, escribió una vez que “Ir a Río y no probar los platos de Alayde es lo mismo que ir a Roma y no ver al Papa”. Sobreviviente a la avalancha de turistas, el Bracarense es nuestro rey de los botecos y Alayde la papisa de las cocineras cariocas. Así escribimos Jaime y yo en nuestros votos en el momento de consignarlos ante la nada imparcial mirada de Moletta.
El sábado siguiente Manoel nos tenía preparada una emboscada en la Academia de la cachaça. La ritual feijoada de ese día tuvimos ocasión de comerla en ese otro sitio emblemático de Leblón. Iniciamos la liturgia con caldo de feijao, un poco salado para mi gusto, pero muy conveniente como preparación del cuerpo para la faena que apenas comenzaba. Después llegó el gran plato del Brasil, que a nosotros, comedores de caraotas negras y de diversas carnes, nos seduce, pero también nos asombra por la sabia presencia de la naranja. Abundante, bien combinada y multiétnica, la feijoada atraviesa todas las culturas del país y la comen tanto en la “casa grande” como en la “senzala”, donde seguramente se compuso la primera feijoada “in illo tempore”. El postre fue una especie de torta de queso caliente con guayaba de la que se abstuvo el ya extenuado Jaime, pero que gozó de la voracidad de Maneco y de mi gula.
Lo demás fue caminar por Leblón cuando la tarde caía y comprar un libro de Mario Quintana en la Da Conde.
18 de agosto del 2008.
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