Max Horkheimer
Abro Apuntes 1950-1969, de Max Horkheimer. En la página 97, leo:
“Cuando los bolcheviques hicieron asesinar a la familia de los zares –para no dejar con vida a ningún pretendiente al trono- señalaron a la revolución rusa con la marca del oprobio y erigieron el símbolo para los actos oprobiosos del futuro. No porque no llegara la ´revolución universal´, sino porque la teoría fija, el dios abstracto lo permitía todo, es que la revolución llegó a la barbarie con la cual amenaza actualmente a la tierra”.
Busco mis viejos subrayados y la página 250 me depara uno tremendo:
“Cada vez que se inician períodos seriamente críticos, las fuerzas radicales de derecha e izquierda se servirán de los derechos democráticos que les corresponden para provocar una dominación particular, o mejor dicho, totalitaria”.
Cierro el libro y miro la portada de Juan Fresán, que muestra, inclinados, un clip y las rayas rojas de una página en blanco. Es una edición de Monte Avila, 1976, con el excelente logo diseñado por el mismo Fresán en los tiempos iniciales de esta notable empresa editorial. Paso por alto la nostalgia y voy a la contratapa, en la que encuentro una breve línea escrita por mí, que dice: “El autor de esta nota es Martín Cerda”. La releo y vuelvo a considerarla estupenda. Lo es, porque en tres párrafos Horkheimer y su libro son presentados de modo magistral. Nada sobra ni falta en esta lección de síntesis, elegancia y claridad. En menos de cincuenta caracteres se nos aparece el perfil del filósofo: “…una de las figuras claves de la llamada Escuela de Francfort y uno de los pensadores alemanes más rigurosos e incitantes de nuestro tiempo”. Y si algo hubiera quedado por fuera, Cerda tuvo la precaución de añadir más adelante este elocuente dato, para saldar una eventual omisión: “…discípulo hereje del sociólogo Max Weber y del filósofo Edmund Husserl…”.
Acerca del libro, le bastó afirmar, sin lastre alguno: “La obra que ahora presentamos a los lectores de lengua española, comparable a la Mínima Moralia de Adorno, ya publicada por Monte Avila, ofrece el horizonte de un pensamiento itinerante que, por su mismo carácter de apuntes, entronca con la escritura fragmentada que emplearon en Alemania, Lichtenberg, Novalis, Nietzsche e incluso Kant en sus últimos trabajos”.
He allí un pequeño ejemplo de comprensión y de eficacia, suficiente para atraer buenos lectores. También para recordarnos que la dignidad escritural debe estar presente en todo texto, cualquiera sea su propósito, forma o extensión. Escribir solapas, contratapas y reseñas, es un arte que algunos desprecian, y más todavía, si deben ser anónimas. Error. Muchas veces en ellas se alojan maravillas, a diferencia de ciertos tratados o falsos ensayos que abusan de la jerga académica y que se exhiben con echonería en revistas arbitradas, estando horros de gracia y de escritura verdadera.
La nota de Cerda no está firmada, por supuesto. Debí leer que era de Cerda en un libro suyo, tal vez en Escombros, volumen póstumo que reúne numerosos artículos de este lúcido escritor chileno que estuvo entre nosotros hará casi cuatro décadas.
Miro en la página del copyright el nombre del traductor de Apuntes… No fue Murena, como yo creía, sino León Mames, a quien hace poco mencionó Gustavo Valle en un formidable trabajo sobre el aporte argentino a Monte Avila. Por Gustavo sé que Mames fue un músico germano argentino.
“Cuando los bolcheviques hicieron asesinar a la familia de los zares –para no dejar con vida a ningún pretendiente al trono- señalaron a la revolución rusa con la marca del oprobio y erigieron el símbolo para los actos oprobiosos del futuro. No porque no llegara la ´revolución universal´, sino porque la teoría fija, el dios abstracto lo permitía todo, es que la revolución llegó a la barbarie con la cual amenaza actualmente a la tierra”.
Busco mis viejos subrayados y la página 250 me depara uno tremendo:
“Cada vez que se inician períodos seriamente críticos, las fuerzas radicales de derecha e izquierda se servirán de los derechos democráticos que les corresponden para provocar una dominación particular, o mejor dicho, totalitaria”.
Cierro el libro y miro la portada de Juan Fresán, que muestra, inclinados, un clip y las rayas rojas de una página en blanco. Es una edición de Monte Avila, 1976, con el excelente logo diseñado por el mismo Fresán en los tiempos iniciales de esta notable empresa editorial. Paso por alto la nostalgia y voy a la contratapa, en la que encuentro una breve línea escrita por mí, que dice: “El autor de esta nota es Martín Cerda”. La releo y vuelvo a considerarla estupenda. Lo es, porque en tres párrafos Horkheimer y su libro son presentados de modo magistral. Nada sobra ni falta en esta lección de síntesis, elegancia y claridad. En menos de cincuenta caracteres se nos aparece el perfil del filósofo: “…una de las figuras claves de la llamada Escuela de Francfort y uno de los pensadores alemanes más rigurosos e incitantes de nuestro tiempo”. Y si algo hubiera quedado por fuera, Cerda tuvo la precaución de añadir más adelante este elocuente dato, para saldar una eventual omisión: “…discípulo hereje del sociólogo Max Weber y del filósofo Edmund Husserl…”.
Acerca del libro, le bastó afirmar, sin lastre alguno: “La obra que ahora presentamos a los lectores de lengua española, comparable a la Mínima Moralia de Adorno, ya publicada por Monte Avila, ofrece el horizonte de un pensamiento itinerante que, por su mismo carácter de apuntes, entronca con la escritura fragmentada que emplearon en Alemania, Lichtenberg, Novalis, Nietzsche e incluso Kant en sus últimos trabajos”.
He allí un pequeño ejemplo de comprensión y de eficacia, suficiente para atraer buenos lectores. También para recordarnos que la dignidad escritural debe estar presente en todo texto, cualquiera sea su propósito, forma o extensión. Escribir solapas, contratapas y reseñas, es un arte que algunos desprecian, y más todavía, si deben ser anónimas. Error. Muchas veces en ellas se alojan maravillas, a diferencia de ciertos tratados o falsos ensayos que abusan de la jerga académica y que se exhiben con echonería en revistas arbitradas, estando horros de gracia y de escritura verdadera.
La nota de Cerda no está firmada, por supuesto. Debí leer que era de Cerda en un libro suyo, tal vez en Escombros, volumen póstumo que reúne numerosos artículos de este lúcido escritor chileno que estuvo entre nosotros hará casi cuatro décadas.
Miro en la página del copyright el nombre del traductor de Apuntes… No fue Murena, como yo creía, sino León Mames, a quien hace poco mencionó Gustavo Valle en un formidable trabajo sobre el aporte argentino a Monte Avila. Por Gustavo sé que Mames fue un músico germano argentino.
1 comentario:
¡Quién pudiera buscar una soledad en su biblioteca!... Le envidio profundamente...insalvable...
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