jueves, marzo 07, 2013

De mitos y de glorias




 
Una línea le bastó a Montaigne para decirlo: a Dios corresponden el honor y la gloria. Nos recordó, además, la vieja plegaria: “Gloria in excelsis Deo, et in terra pax hominibus”. Quería Montaigne que le agregáramos a la paz, belleza, prudencia y otras cosas esenciales. Se declaró no versado en teología y lo dejó hasta allí, para dejar que su pluma de ensayista discurriera a placer sobre los viejos autores que hablaron de la gloria y alabaron a quienes supieron vivir virtuosamente.

Recuerdo la referencia al moderado Aristóteles: dio a la gloria el primer puesto entre los bienes externos y recomendó evitar dos extremos viciosos: la inmoderación en buscarla y el afán en rehuirla.

Sin importarle mucho, consideró Montaigne excusable que se quisiera para nuestro nombre buena acogida y crecimiento, sobre todo, cuando actuamos para hacer bien las cosas y no para que se diga que las hacemos. Escéptico como era, escribió:

Cuando muera, me importará menos aún, ya que entonces no habrá medio de que mi reputación pueda alcanzarme ni llegar a mí. Y respecto a honrar mi nombre con mi fama diré varias cosas. No tengo nombre que sea sólo mío….y aunque tuviese un distintivo especial para mí, ¿de qué me servirá cuando yo no exista?”.

Sabía Montaigne -y muy bien lo sabía- que el nombre y la persona son distintos. Esta fenece, pero aquel puede hacerse mito.

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