Manuel Vázquez Montalbán en el Raval, su barrio
Nublado al norte y
despejado al sur. En mi memoria los versos de una canción de Chelo Velázquez que
él adoraba y que incluyó en “Ars amandi”. Convino con ella en que hay que aprender a
querer y vivir y agregó: “Cuando no es tarde aún para creer/ propicio el día
venidero”.
Los pajaros llegaron
más temprano. Vienen de Bangkok. Hoy se cumplen diez años de la muerte de su
querido autor. En un tuit que vi hace rato alguien lo recuerda y pone un link
con el artículo que entonces escribió. Yo busco la entrada de mi diario y
encuentro estas líneas que nacieron de una emoción genuina:
“19-10-03: Domingo de nubes con sol y tristeza. Esta mañana, al abrir El País, en su edición digital, me enteré de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán. Al comienzo intenté no creerlo y traté de hacerme trampa. Como en el titular figuraba la palabra “Bangkok”, elaboré un enunciado de ficción que deseché de inmediato. Claro. No va a estar jugando El País con la muerte, así como así. Finalmente, me armé de valor y entré a las noticias. En efecto, Manuel Vázquez Montalbán murió en la madrugada de ayer, de un ataque cardíaco, en el aeropuerto de Bangkok. Se despidió de esta vida con un sello literario. Al parecer, el autor de Los pájaros de Bangkok tuvo una muerte mítica: murió en uno de sus topónimos queridos.
“19-10-03: Domingo de nubes con sol y tristeza. Esta mañana, al abrir El País, en su edición digital, me enteré de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán. Al comienzo intenté no creerlo y traté de hacerme trampa. Como en el titular figuraba la palabra “Bangkok”, elaboré un enunciado de ficción que deseché de inmediato. Claro. No va a estar jugando El País con la muerte, así como así. Finalmente, me armé de valor y entré a las noticias. En efecto, Manuel Vázquez Montalbán murió en la madrugada de ayer, de un ataque cardíaco, en el aeropuerto de Bangkok. Se despidió de esta vida con un sello literario. Al parecer, el autor de Los pájaros de Bangkok tuvo una muerte mítica: murió en uno de sus topónimos queridos.
Vázquez Montalbán forma parte de mi formación literaria. Lo descubrí en
el año 73, en el legendario número luctuoso que la revista Triunfo le dedicó a
la tragedia chilena. Mejor dicho, allí, en esas páginas eléctricas, descubrí
uno de sus pseudónimos: Sixto Cámara. Días después me haría lector devoto de su
diaria crónica internacional en el vespertino Tele/Expres y comenzaría a
devorar todo cuanto estuviese calzado con su firma. Compré y leí su poesía, sus
novelas y sus ensayos. Vorazmente inicié con sus libros mi “educación
sentimental” barcelonesa y me hice propagandista suyo en el pequeño círculo
universitario que frecuentaba el entonces veinteañero que era yo. Uno de los
profesores de la Facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona me informó
que Vázquez Montalbán, además de escritor polifacético, era un excelente
cocinero, así como un destacado cronista gastronómico. También me dio noticias
de la afición futbolera de mi ídolo. Durante meses no hice otra cosa que
seguirle la pista, hasta que un día decidí conocerlo. Localicé su dirección y
le pedí una entrevista. Yo tenía un carnet de periodista que me había
conseguido mi amigo Miguel Rodríguez Mendoza con el director de la revista
Summa, Alvaro Benavides. Era un carnet de corresponsal que usé sólo esa vez
como salvoconducto. Vázquez Montalbán aceptó telefónicamente y me citó en la
redacción de Tele/Expres. Mi grabador se había dañado y Cuchi me prestó el
suyo. Tanto ella como Felipe Díaz Infante estaban pendientes de mi aventura
periodística. La mañana prevista acudí a la sede de Tele/Expres, en la calle
Tallers. Allí me esperó el escritor. Nos sentamos al final de un pasillo.
Encendí mi grabador, sin mayores preámbulos y comencé a interrogarlo. No mostró
impaciencia en ningún momento. Al comienzo estuvo un poco frío, pero luego de
la segunda o tercera pregunta, sintonizó con la efusión del entrevistador. Al
final, me invitó a tomar un café en un bar cercano. Allí me dijo que le
agradecía a Venezuela el haber sido el país donde por vez primera se comentó su
libro “Informe sobre la información” (su obra inicial, por cierto). La nota
había aparecido en el diario adeco La República y alguien se la hizo llegar
cuando más necesitaba una alegría de ese tipo: se encontraba preso por alguna
actividad política contra la dictadura. En ese tono de grata evocación, nos
despedimos.
Seguí leyéndolo muchísimo, pero jamás publiqué la entrevista. Acá la
tengo. El cassette aún la conserva. Tal vez la publique un día de estos. Pronto
se cumplirán treinta años de esa entrevista. Ha pasado de todo desde entonces.
Vázquez Montalbán se hizo famoso en España y, después, en el mundo. Una legión
de admiradores lo celebra en Europa e Hispanoamérica. Premios, páginas en
internet, traducciones, conferencias, viajes y homenajes, así lo aseguran. Ha
pasado de todo, digo, hasta su muerte.
Cuchi y yo nos abrazamos después de ver el homenaje que ayer le hicieron
en el Nou Camp a nuestro escritor. Fue un minuto de silencio. Mejor dicho,
todos callaron en la enorme casa del Barcelona, para escuchar durante un minuto
el violín que marcaba el paso de Manuel Vázquez Montalbán por el cielo afligido
de la ciudad condal”.
La sala se ha llenado
de recuerdos. Iba a buscar primero El pianista, pero no, primero lo
primero: la poesía. Abro el volumen de Memoria y deseo y el azar me depara
estas líneas:
“Yo creía en la
canción
de Kurt Weill, Lotte
Lenya
sugería desembarcos,
coristas
de ligas floreadas,
ya se sabe
en cada puerto un
amor”.
Lentos sorbos de café
y Bilbao Song para seguir el día.
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