Jack Lemmon y Shirley MacLaine, en El apartamento
C.C.Baxter, alias “Compinche”, aguarda
largamente la salida del inquilino temporal de su apartamento, para ir a
descansar. Ve, por fin, partir a la pareja y oye su diálogo de despedida. Entra
y va a la nevera para sacar la comida comprada en el supermercado. La mete al
horno. Prende el televisor, y al rato, mientras se come los muslos de pollo en
su propia caja, espera el clásico que anuncian en la tele y que tanto le atrae:
nada menos que Gran Hotel, con Greta Garbo. Lamentablemente, “Compinche” se
cansa de los comerciales y se va a la cama. Casi de inmediato lo sobresalta el
timbre del teléfono. Es otro de sus compañeros de trabajo (o cliente furtivo)
que necesita el apartamento para una urgencia: se ha ligado una rubia en un
bar. Dice que su ruego es de vida o muerte, porque la rubia, borracha, se
parece a Marilyn Monroe y no puede darse el lujo de perder esa ocasión.
“Compinche”, renuente en un principio, termina cediendo a la súplica dorada. Se
viste de inmediato y le deja la llave al amigo en el habitual escondite del
umbral. No duerme, por supuesto. En Central Park, y a la intemperie, el pobre
C. C. Baxter pesca un resfriado indomable. Es uno de los riesgos de su oficio
extra, ejercido en procura de un rápido ascenso en la compañía. No por
casualidad, los “clientes” del apartamento son sus jefes.
Estoy viendo, claro, El apartamento (1960), de
Billy Wilder, con Jack Lemmon, Shirley MacLaine y Fred MacMurray.
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Lo que me lleva a incluir esta magnífica comedia
en mi modesta –y sui generis- selección de cine y gastronomía, no es el pollo
congelado, por supuesto. Es sólo un detalle, provocador y vanguardista: la
raqueta de tenis que Jack Lemmon usa para colar la pasta. Adelantándose a
Clemenza en El Padrino, "Compinche" hizo una salsa siciliana con
albóndigas y, además, la preparó con todo su amor por la más encantadora
ascensorista que en el cine ha sido: Miss Kubelik (Shirley MacLaine). En
verdad, es por eso que la incluyo.
También –lo confieso- para decir, una vez más,
que adoro a Billy Wilder. Nadie es perfecto.
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