Es una inolvidable y efectiva escena
gastronómica. El director, además, la aprovechó para hacer varias cosas a la
vez: referirse a la justicia francesa, regalarnos un estupendo chiste y
tributarle homenaje a uno de sus platos predilectos.
Lo primero fue una referencia al principio de
“libertad provisional por falta de pruebas”, principio que conocía muy bien el
anfitrión, dada su legendaria trayectoria delictiva. Recordemos que lo llamaban
el Gato, por sus habilidades escapatorias. Lo segundo y lo tercero corrieron en
llave, dado que el chiste no tendría gracia sin la majestuosa presencia del
sabroso plato. Los resumo:
Después de la sopa, vino el gran momento. La
robusta Germaine, ama de llaves y cocinera, sirvió el plato estrella de la mesa:
nada menos que una quiche lorraine
que el Gato anunció con orgullo. El invitado, agente londinense de seguros,
declaró que conocía la quiche sólo de nombre. Al probarla, exclamó fascinado:
“Es maravillosa. La masa es tan ligera como el aire. Se deshace en la boca”.
Entonces el Gato no perdió ocasión de elogiar a Germaine, quien ya se retiraba
a la cocina. Afirmó: “Sus manos son especiales. Estranguló a un general alemán
sin hacer ningún ruido”. La cámara nos deparó de inmediato el rostro demudado
del inglés, que soltaba los cubiertos y volvía su mirada hacia la rotunda
humanidad de Germaine, diciendo: “¡Una mujer extraordinaria!”.
Es, por supuesto, Hitchcock, en Atrapar
al ladrón, aquel amable juego en el que Cary Grant y Grace Kelly se
enamoraron en la Costa Azul. Es también -como ya quedó dicho- una excusa para
rendirle honores a la imponderable quiche
lorraine.
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