jueves, diciembre 24, 2015

Desayuno en Berlín


Andrea Manga Bell
 
Seis de la mañana. Joseph Roth está en Berlín y ha dejado de beber. Dice que la señora Manga B., con razón, quiere más al gato que a él. Se siente enfermo, pobre y viejo, pero acaba de abrir una carta que le envió Benno Reifenberg. La carta está fechada el 29 de diciembre de 1932 y tiene una cita de su amigo el crítico de arte Wilhelm Hausenstein, quien opina así de “La marcha de Radetzky”: 

“El libro es tan hermoso que, como Picard, hay que llorar al leerlo; tan hermoso que no se me ocurre nada, de los últimos tiempos, que pueda ponerse a su lado”.
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“Eran de reciente abolengo”. Así lo informa la frase que da inicio a “La marcha…”, en cuyas páginas soplan las últimas ráfagas de un antiguo esplendor austro-húngaro, y se cuenta la saga de los Trotta, desde el día en que el primero, un teniente al servicio del imperio, le salvó la vida al monarca Francisco José, en Solferino.  

Roth sonríe. Confía en que la novela comenzará a dar sus frutos para la primavera. Pone la carta a un lado y se apresta al desayuno. Pan, mantequilla, miel y café. La mantequilla está sobre una hoja verde y el café echa humo. Roth agradece a la señora Andrea Manga Bell, hija de cubano y de alemana, y siente ahora menos celos por el gato.

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