martes, mayo 07, 2019

Un jesuita en la cocina


Ercole de Roberti. Retrato de Giovanni Bentivoglio

Después de Completas y de las salmodias con las que despide la jornada, el jesuita se va a la cocina. Ese también es su reino. A pesar de que la Compañía, a diferencia de otras órdenes, no ha hecho aportes notables a la gastronomía (algún vino, algún plato famoso), no es posible desconocer la presencia de los ignacianos en los fogones y la mesa. El orden en la comida, dictado por el santo fundador en sus Ejercicios, marcó la pauta de la disciplina jesuítica en los yantares. Para ellos, no hay más ayunos que los voluntarios. Muy puntuales sí, para la ingesta matutina, la media mañana, el almuerzo, la merienda y la cena. Y si se tratara de un jesuita del Ampurdán, también para “el ressopó”, de madrugada.

Este sacerdote que acaba de entrar a la cocina de su convento boloñés, es uno de los muchos jesuitas expulsados de América. Vino de Chile y rápidamente se aclimató en la “dotta” ciudad de Bologna. Temprano leyó algo sobre el banquete que los Bentivoglio -menos por simpatía que por miedo-, hicieron en honor del Duque de Valentinois en noviembre de 1499. Se imaginó algunos platos y hoy quiere intentarlos.

Comenzará con la minestra de leche de almendras y pulpa molida de pescado, arroz, azúcar y agua de rosas. Seguirá con los ravioli, rellenos de miga de pan, chorizo, “latti” y tetillas de ternera, pollo bien molido, queso, canela, piñones, almendras, pasas, confituras y yemas de huevo con poco caldo. Después se aplicará a la carne, con un “arrosto annegato”. Para este plato usará ternera y pollo, carnes que hervirá en una olla con caldo, ajo machacado, romero y canela. Al comenzar la ebullición le agregará un vaso de vino y dejará que todo siga a fuego lento.

Mientras cocina, con su gorro blanco y su delantal, el jesuita come un poco de las famosas salchichas de Bologna, ciudad a la que no sólo llaman “dotta”. También le dicen “grassa”.

Todas las recetas las irá anotando el padre Juan Ignacio Molina, que así se llama este gourmet canónico, para dejar testimonio de su pasión y de su gusto por la cocina, especialmente de Bologna.

En el siglo XX lo descubrirá otro jesuita y paisano suyo: Walter Janisch, de quien he tomado los datos culinarios de esta breve nota. Lo demás, que me invento, incluye el vino traído desde Modena, del cual el levita chileno probará una copa, añorando un vino de su tierra: el de Concepción, hecho para deleitar reyes, no sólo para calmar la sed de algún jesuita.
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(El libro de Walter Hanisch, S.J. se titula El arte de cocinar de Juan Ignacio Molina. Me lo regaló hace poco mi amigo Emilio Urbina, inteligente y culto jesuita seglar)

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