Catalina Sforza, por Lorenzo de Credi
Para encontrarse con la Vespa, algunas noches el
Duque caminaba por el centro de Roma. Buscaba los bajos fondos. Para no ser
reconocido, llevaba máscara. Claro que su manto bordado de oro y sus pantalones
de tela de plata revelaban opulencia, pero ésta podría ser la de un comerciante
genovés, así que no importaba tanto su lujo indumentario.
Después de contemplar el Panteón, el Duque se
dirigía a la taberna donde seguramente estaría su amiga, una vieja y famosa
cortesana de Ponte Sisto, con la que tenía crueles afinidades. Una noche entró
justo cuando el posadero le ofrecía el menú a la mujer, que estaba acompañada
por su pequeña hija: albóndigas aliñadas con cilantro, pepitoria, porqueta,
berenjenas y pera. Al oír ese rosario, el Duque respondió así:
-Guarda para tus cerdos esas albóndigas de
picadillo y tus berenjenas con pimientos. Yo haré la lista. Danos melón con
malvasía de Gandia y truchas con alcaparras de Egipto. ¿Tienes buenas perdices
no muy frescas y faisán? Prepáralas en salsa de nuez molida. Y un pollo tan
tierno como esta niña, bien sazonado con cilantro y pimienta. Y sírvenos lo
mejor que tengas en vinos. No olvides acompañar el pollo con médula de buey,
sin mezclarla son sesos. Hazlo así, si aprecias tu vida.
El tabernero celebró el pedido, no sin pasar
algún momento de terror ante el enmascarado y de advertir con gusto la alusión
al "faisandé" de las dos primeras aves referidas por el velado
comensal.
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Esa noche, como era costumbre, hubo un
asesinato, despachado con la pasmosa displicencia del Príncipe. También, alguna
puñalada, dirigida más a amedrentar que a quitar otra vida. La víctima de este
último acto fue una bruja que se negaba a terminar de leer la mano del Señor.
Al no quedarle otra opción, le reveló por fin el ominoso augurio:
-Serás envenenado, pero saldrás con vida. Más
tarde morirás de un lanzazo.
-¿Eso es todo? –respondió el Duque. Toma estos
diez ducados de oro que te prometí y otros diez para que compres remedios para
la herida.
Pasarían muchos años para que se produjera la
emboscada en Viana que vislumbró la hechicera de la judería. Antes, el Príncipe
sortearía diversos peligros y, desaprensivo como era, perpetraría maldades de
todo laya.
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Hoy recuerdo a otra de sus víctimas. La recuerdo
sólo para acompañar con su imagen la glosa que acabo de hacer de la página que sobre
las correrías nocturnas de César hizo Guillaume Apollinaire en su libro “La
Roma de los Borgia”.
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