El nombre de esta columna es algo más que una metáfora. Como se sabe –y no nos cansaremos de repetirlo-, en la UNEY consideramos a la cocina un genuino laboratorio de la ciencia, de la tecnología y de la cultura, en general. Ella es, sin duda, el aula del sabor, pero también de unos saberes que no habían entrado antes a ninguna universidad venezolana por la puerta grande y con el rango académico que merecían desde siempre. En rigor, nuestra aspiración no era sólo que la cocina ingresara a la universidad, sino que la universidad accediera, sin sus irrisorias echonerías, a la fecunda tradición de los fogones.
En eso estamos desde hace seis años, contra viento y marea. Porque hay que decirlo: el autismo “académico” se niega de manera contumaz a reconocer la existencia de otros ámbitos donde el saber se gesta y reproduce con mucho mayor esplendor que el exhibido ahora por nuestras mediocrizadas casas de estudio. Si algo está desfasado en ellas, es, precisamente, la parcelación del conocimiento, merced a la cual cada cubículo “investiga” por su lado y sin conexión con lo que ocurre fuera de su demarcación presupuestaria. Y algo peor: muchos universitarios padecen de una especie de retraso mental crónico que el poeta Antonio Machado inmortalizó en la terrible imagen que ofrecen estos sus versos inmortales: “Castilla miserable, ayer dominadora,/ envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora”. Por eso, los susodichos "scholars" vegetan campantes, entre trabajitos de ascenso o “congresos” donde se reciclan las mismas ponencias ilegibles (y los mismos invitados) o dormitan en las páginas cuasi secretas de esa ridiculez ya impresentable que mientan “revistas arbitradas”, una práctica editorial escolástica que hasta se precia de poseer –y es el colmo- un inocultable retintín de Santo Oficio.
Nada escuece más a los espíritus adocenados de la universidad corporativa que el saber de la calle. Miento. Hay dos cosas que los atribula en mayor grado: una, la buena escritura o el estilo literario (imposible de “arbitrar” por alguien) y otra, el sentido común. Incapaces de hablar o de escribir bien y claro, los “académicos” peroran o redactan (no escriben, desde luego) en un ideolecto indescifrable fuera de su feudo, suerte de muro verbal levantado para ocultar penurias del intelecto. Recluidos en las cámaras de sus universidades, reciben de vez en cuando la noticia de que hay una cultura viva en los barrios y entre los jóvenes, en el cine, en la literatura, en la música, en la palabra ¡y en las cocinas!, que se viene abriendo paso a campo traviesa, sin necesidad de ellos y muy, por el contrario, a pesar de ellos.
La cocina tiene un mundo por delante. Las universidades (ciertas universidades) no, salvo que abran por completo sus puertas al campo. En la nuestra, las investigaciones sobre alimentación tienen presencia protagónica de la cocina. Y aquéllas que han comenzado fuera de la misma, terminarán cocinándose en la salsa plural de los saberes culinarios, por la milenaria y sencillísima razón de que todo cuando se indaga, se reflexiona, se practica, se piensa o se trabaja en la ciencia de la alimentación humana termina en la mesa que todos compartimos.
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6 comentarios:
Considero que tiene razón Biscuter cuando habla de las universidades y su desvinculación con los otros centros del conocimiento. No es nada más que hayan ignorado la cocina, es que ignoran todo lo que ocurre en los barrios. La actual cultura urbana es invisible para las escuelas de ciencias sociales, de medicina, de ingeniería, de arquitectura, etc, etc.
¿No creen ustedes que se puede medir el nivel intelectual y la capacidad de respuesta de las universidades, por lo que analizan, dicen y piensan sobre la actual realidad del país?
Esta reflexión que acertadamente realiza Biscuter me atrevería a complementarla con un punto que bien conocen los que hacen vida universitaria, y no me refiero a los estudiantes precisamente. Se trata de la famosa "Extensión".
Para no hablar en demasía, cómo es posible que la misma sea circunscrita sólo al ámbito inmediato, léase "puertas adentro del recinto universitario", desvirtuando su más simple significado. "Extensión" es igual a crecer, a ir más allá: al vecino, a la calle de al lado, a lo que rodea la universidad y que al fin y al cabo es hacia donde saldrán los muchachos después del estudio.
Entonces, por qué no buscar actividades en la Extensión para integrarse a ella, a la comunidad y a su vez involucrarla. Tal véz de esa manera los profesionales trabajen más acertadamente para una realidad y no terminen siendo unos quejones.
El conocimiento no vive en los libros y en los maestros: se cuece y sazona en el día a día de la calle.
Siempre dando en blanco, Biscuter, esta reflexión acerca de la cocina que deja bastante mal parada a la universidad clásica venezolana (¿latinoamericana quizás?)
Recuerdo que una vez al preguntarle a una persona que trabajaba en ese departamento, acerca de lo que siginificaba aquello de "Extensión", me dijo "Somos uno de los tres pilares de la Universidad: Educación, Investigación y Extensión", y me dejó así, como mirando pa'bajo, como si la pregunta hubiese sido una herejía, y como si la respuesta lo hubiese aclarado todo. Yo estaba en los últimos semestres, y después de eso me preguntaba porqué carrizo no había oído hablar de "extensión" y de sus actividades. Hice una pequeña encuesta entre mis panas, y a muchos les pareció cómico que hubiese un departamento que se llamase así.
Como el comentario era más largo, lo coloqué como un post en mi blog.
Saludos!
Apoyo a Amrra, a Tecnorrante y a Biscuter. Por cierto, me parece haber leído en un texto sobre la investigación en la UNEY párrafos muy similares a los de Biscuter. También en el ensayo del rector de la UNEY "La ciencia de la caballería andante", publicado hace más de un año y que ha circulado en diversas universidades. Lo digo porque creo que algunas personas se han asombrado de ciertas frases de Biscuter, que son las mismas que Najul, el rector Castillo y otros han escrito y repetido desde hace años acerca del "capitalismo curricular" de las instituciones de eudcación superior. Pensé que personas que conocen esos textos ya estaban curadas de espantos. Yo me preguntaría: ¿Qué les pasó que leyeron tan mal lo de Biscuter? Conociendo el tema y la realidad de las universidades y la batalla que la UNEY libra, nunca me preguntaría ¿qué le pasó a Biscuter?
Lo de la extensión ha sido tan deplorable, que ciertas universidades a quienes hacían extensión no los consideraban académicos. Fue el caso de la UCLA, en Barqusimeto.
Después de leer esto pienso que la UNEY es el sueño de todo cocinero de "corazón"... no necesitamos un título para que nos acredite como "persona que cocina rico" o algo así, pero si necesitamos que se investigue, se desarrolle y se conozca mucho más de este oficio tan gratificante y por supuesto que del saber popular en este caso sobretodo, tenemos mucho que aprender!
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