lunes, noviembre 20, 2006

Una lección en dos citas




Walter Benjamín lo propuso para un libro. Salvando todas las distancias, hoy me propongo hacerlo en este post. Animado por la lectura suculenta de dos libros, paso y digo:

La cocina es un arte que demanda paciencia y humildad. Reñida con la obsesión por la prisa, la cocina te pide tiempo y parsimonia para obtener verdadera calidad en sus resultados. Alejada espiritualmente de la petulancia, la cocina sabia y genuina casi nunca accede a las pantallas. En éstas, como se sabe, discurre más lo afamado que lo valioso, el efectismo que la enseñanza real.

Faltarían más programas para buscar, sentir y gozar de una información de calidad; en dos palabras: para aprender. Pero ya se sabe: la televisión da prioridad a la audiencia, y a ésta le gusta que la distraigan con una cocina resultona, cuando la calidad de la gastronomía se encuentra por otros derroteros menos frívolos.

No obstante, debemos reconocer que algunos programas televisivos de crónicas gastronómicas informan muy bien sobre prácticas culinarias o acerca de las cocinas de ciertas regiones o países. Tampoco son desdeñables algunos chefs que con gracia e ingenio demuestran frente a la pantalla chica un poder de seducción no necesariamente proporcional a sus saberes coquinarios. En estos casos, si bien la audiencia no aprende mucho, se divierte bastante.

También los libros de cocina suelen ser un instrumento ideal para el cocinero o gastrónomo postrado de sí que abunda por estos pagos. Así, el ejercicio del narcisismo culinario puede llegar hasta la apropiación abierta y confesa de las recetas del servicio doméstico, sin que nada pase. Por algún pacto suscrito socialmente quién sabe cuándo, hemos dado legitimidad cultural a ese tipo de imposturas. Por eso resulta aleccionador encontrarse con casos como el de Jane Grigson (Vegetable Book).

Algunos escritores culinarios tienen el descaro de presentar un recetario como si todas las recetas hubiesen sido inventadas desde cero en los meses inmediatos que preceden a su publicación; Grigson no sólo cita, sino que elogia las fuentes originales y las recetas ajenas. Algunos autores son fatuamente contemporáneos y exudan un sentimiento de superioridad sobre los viejos tiempos, en que sabían menos y disponían de menos ingredientes; Grigson considera que el presente no es el punto culminante de una curva siempre ascendente de tecnología y sentido común, sino un momento más en un proceso antiguo y continuado. En realidad, en muchos sentidos somos cocineros menos refinados y tenemos menos éxito que las generaciones anteriores. La maquinaria nos ha vuelto perezosos; la aceleración de la vida nos ha hecho impacientes; el transporte aéreo y el congelador han disminuido nuestro sentido de las estaciones; además, la facilidad con que disponemos de productos extranjeros nos incita a desdeñar los propios.

Confieso no poder cumplir del todo con el propósito benjaminiano anunciado al inicio y revelo la procedencia del tercer párrafo: es de Santi Santamaría (Palabra de cocinero, Salsa Book, Barcelona, diciembre del 2005). También la del que antecede: es de Julian Barnes (El perfeccionista en la cocina, Anagrama, Barcelona, 2006).

Este post no fue más que una excusa para recomendar ampliamente la lectura de esos libros fascinantes, claros y honestos.

2 comentarios:

Biscuter dijo...

La referencia a Walter Benjamin es por el libro integrado solamente de citas que él aspiró alguna vez escribir.

Biscuter confiesa que su aspiración fue citar solamente, pero no pudo hacerlo esta vez. Será en otra ocasión.

Saludos

Ana Isabel dijo...

Apuntados en mi larga lista de tareas literarias.! Gracias.