martes, diciembre 26, 2006
Píos deseos para el año nuevo
Cuando iba a iniciarse la última década del siglo XX, el escritor y filósofo Rafael Argullol hizo una enumeración de lo que deseaba para los nuevos tiempos. Pienso que esa página suya de diciembre de 1989 sigue teniendo actualidad. Así que tomemos algunos de sus deseos (incumplidos aún, por supuesto) para decir lo que esperamos del 2007:
Que no surjan nuevas religiones. Con las antiguas tenemos más que suficiente.
Que se controle el crecimiento de brujos, adivinos, quiromantes, hipnotizadores y animadores culturales. Si es imposible, que se utilicen las mordazas.
Alcohol, tabaco y demás prohibiciones: que no muramos por exceso de salud.
Que no nos volvamos locos por exceso de normalidad.
Que los psicólogos de los demás comprendan que están enfermos de sí mismos.
Que los parlamentarios deban leer la Divina Comedia antes de tomar posesión de sus escaños.
Que las modas sean consideradas modas y no filosofías.
Que los usureros modernos, aunque modernos, sean llamados usureros.
Que el dinero pueda ser un vicio solitario, pero no una virtud pública.
Ya sabemos que la violencia es mala, venga de donde venga: que la bomba de Hiroshima diaria que estalla en los estómagos de los niños africanos estalle, al menos una vez al año, en los consejos de administración que las provocan.
Que se salvaguarden ciertas especies en extinción. Por ejemplo, al viajero frente a la depredación turística. (Como contrapartida, podrían crearse campos de concentración turísticos para los que gustan del hacinamiento).
Que los que se presentan como profesionales sean desprovistos de su profesión. La próxima vez deberán presentarse como hombres.
Que los poetas y filósofos no se llamen, respectivamente, poetas y filósofos. Hacen el ridículo.
Que los arquitectos dejen de considerarse artistas y los artesanos dejen de llamarse diseñadores.
Que nadie cite más el epígrafe último del Tractatus de Wittgenstein (“De lo que no se puede hablar es mejor callarse”), porque sirve para hacer lo contrario de lo que se cita.
Ya sabemos que las ideas son peligrosas: que se sepa que la falta de ideas entraña un peligro todavía mayor.
No esperemos en vano a los bárbaros. Pero si alguna vez aparecen, que las puertas se abran de par en par, puesto que la “mezcla vivifica” (Empédocles).
Que no se abata a los francotiradores del pensamiento. Sería el fin de los espíritus libres..
Que se sea más riguroso con la calificación ser humano. Últimamente se cuela cualquiera.
Son sólo deseos.
RAFAEL ARGULLOL
(Enciclopedia del crepúsculo, Acantilado, Barcelona, diciembre 2005)
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