domingo, julio 12, 2009

El amok y la comida

María Félix

La barbarie no tiene límites. Corrijo de una vez: sí los tiene, porque en algún momento puede detenerse motu proprio o superarse casi del todo, aunque sea un día de estos. Lo que realmente carece de barreras es el odio que a veces mueve a la barbarie o el desenfreno emocional que suele arrastrarla a la abyección. Ese mecanismo incontrolable e infernal lo conocen muy bien las culturas que nos advirtieron con ejemplos elocuentes de la terrible hybris o del ominoso amok, esas fuerzas desbordadas y feroces del enceguecimiento. Nada valioso las inhibe. Con el aplomo que da la ignorancia extrema, marchan poseídas como orates y se llevan por delante cuanto encuentran a su paso. No distinguen las voces de los ecos, pero por alguna razón desconocida suelen embestir menos a los segundos que a las primeras. Tal vez las moviliza una envidia entreverada o un sórdido rencor inconfesable. Lo cierto es que se sueltan el moño y dan gritos chocarreros, injurian a voz en cuello en costosas exhibiciones de impudicia a quien tienen por enemigo supremo y terminan exhaustas, devorándose a sí mismas, con el patetismo que su necedad supura. Esas “fuerzas” son tan débiles y efímeras que en cualquier “bajadita” las espera la muerte. Estas ideas se las escuché un día de junio de 1968 a mi maestro Toto De Lima. Yo no he hecho más que transcribirlas para ilustrar cuanto sigue:

Es sábado y acabo de leer "Amok", un brevísimo relato de Enrique Anderson Imbert. Recordé, por supuesto, a Stefan Zweig, autor de un libro que lleva el mismo título, cuya adaptación al cine fue realizada en México en los años cuarenta, con guión de Max Aub y protagonismo de María Félix, la bellísima María Bonita y María del Alma. Por azar concurrente, mientras recorría las líneas del minicuento de Anderson, imaginé que en un sitio cercano (tal vez un hotel) se estaba celebrando un aquelarre en el que se empleaba más el chantaje político que la brujería sabática, para darle cauce a la escandalosa vileza de sus propiciadores. No voy a referir los detalles aportados por mi fortuita videncia lezamiana. Me limitaré a decir que allí los sediciosos se obsesionaban por un corte de cabeza, como es costumbre en esas lides de la inquisición agreste. El desespero los conducía a la firma compulsiva de una sentencia infame: “¡Muera fulano...!”. Muy poco que ver con la hybris auténtica, salvo la copiosa brutalidad. Los hipotéticos confabulados daban impecable cumplimiento al libreto psiquiátrico que orientaba su estulticia. Por la saña y la sinrazón parecía que estaban “corriendo el amok”. Pero no. Mi desilusión se produjo casi ipso facto. Se trataba sólo de la medianía torva, del viejo furor de las pandillitas aviesas o de rudimentarios Malcos provincianos, afligidos por la honradez ajena. Lo común. Nada que despertase mi curiosidad literaria. Volví entonces a la lectura y pensé en el piadoso ángel que auxilió al pobre hombre del cuento de Anderson Imbert, después de recobrada su lucidez y tuve la fantasía de una comida malaya para acompañar mi interés por el amok.

“Arroz para todo y para todos” pudiera ser el lema gastronómico de Malasia, península asiática muy conocida por los numerosos lectores de Emilio Salgari y de donde procede la palabra “amok”. Su cocina es una seña cultural de lo diverso, con predominio de la influencia india y china, para no hablar de la siamesa. Por ahora me detengo en un pollo al curry que encontré en un recetario. Lleva cebollas, ajo, chiles, escalonias, canela, una ramita de toronjil, pasta de especias, aceite, pimienta, leche de coco, jugo de limón, cúrcuma, jengibre, sal y azúcar. El pollo cortado en piezas se coloca en el wok después de que estén salteadas las cebollas y las especias… Se sirve con abundante arroz basmati. Su consumo, hubiera dicho mi maestro Toto, es recomendable para prevenir el amok lugareño y otros morbos semejantes.


(Al poeta Rafael Garrido, quien sabe ser amigo)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Contundente.!!!Bravo!!