La embajadora Urbaneja entrega reconocimiento a Cruz del Sur Morales y a Damaris Loyo
Escribo estas líneas en Santiago de Chile, con la emoción aún intacta de una clausura espléndida. Hace pocas horas concluimos con una hermosísima actividad musical y gastronómica una programación en homenaje a Andrés Bello, compatriota común de venezolanos y chilenos. Fue una fiesta inolvidable. Una fiesta que se merecían todos los que participaron e hicieron posible el brillo y la calidez de las jornadas bellistas que, desde el 23 de noviembre hasta el sábado 28, se realizaron en diversos espacios académicos y culturales de la capital de Chile. Hoy Bello está de cumpleaños. Venimos de celebrarlo con los aguinaldos de Cecilia Todd y con el panorama culinario de la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida que Cruz del Sur Morales diseñó para la imponderable comida de anoche. Cecilia estuvo como nunca, desplegando su encanto mediante una preciosa selección navideña que incluyó composiciones y poemas de los juglares Otilio Galíndez y Aquiles Nazoa. Fue el feliz inicio del ágape. Después le rendiríamos tributo al paisaje gastronómico de Andrés Bello.
Durante una semana la Embajada de Venezuela en Chile llevó a lugares emblemáticos de la academia y la educación una lectura diversa (pero integral) de Andrés Bello. Nos correspondió a nosotros, gente de la UNEY, el inmenso honor de conducirla. Así, pudimos compartir reflexiones, dudas y conocimientos con destacados intelectuales y juristas chilenos, acerca de la vigencia intelectual del gran caraqueño. Con Miguel Rojas-Mix, el lunes, en la Universidad de Chile, convocamos el carácter fundacional de la obra de Bello. Carmen Norambuena, decana de Humanidades de esa institución y su equipo, fueron nuestros anfitriones. El martes nos recibió la Biblioteca Nacional y pudimos alternar Luis Rubilar Solís y yo acerca del imaginario pedagógico de Bello, ante un público plural que tuvo una participación fecunda. Allí estaban, desde un hijo de Radomiro Tomic hasta una representación mapuche, pasando por estudiantes, académicos, periodistas, poetas y dirigentes sociales. El miércoles la sede de la Embajada venezolana sirvió de escenario para un Taller de Formación Docente que tuvo como resultado la formulación de una propuesta de Cátedra Permanente Andrés Bello. Maestros y profesores universitarios analizaron junto a nosotros diversas vías para fortalecer nuestros sistemas educativos. Allí compartí nuevamente con el profesor Rubilar Solís. Esta vez fueron cuatro horas de sesión ininterrumpida, premiada luego con un almuerzo elaborado por Cuchi y Damaris, con una deliciosa crema de caraotas, seguida por un opulento tarcarí de ovejo que dio paso al increíble y nunca bien ponderado manjar de coco (esta vez con parchita y no con guayaba) que, por cierto, Cruz del Sur Morales debería patentar algún día por su excelencia milagrosa. La Academia Diplomática, con sus directores, embajadores, profesores y estudiantes nos recibió el jueves. En esa noble casa tuve la satisfacción (y el compromiso) de dar una conferencia al alimón con mi amigo y excompañero del Comité Jurídico Interamericano, Eduardo Vio Grossi, uno de los mejores internacionalistas de América Latina. Hablamos de los aportes de Bello a esa rama del Derecho y de su vigencia en nuestras movidas diplomacias americanas. El viernes fue la Universidad de Chile, la Casa de Bello, que le dicen, el lugar donde nos dimos cita para conversar sobre varios aspectos de la obra humanística del fundador y primer rector de esa institución. No voy a reseñar lo sucedido, pero en verdad, fue memorable. Homenaje y profanación. Discursos contrapuestos. En fin, una sesión plural, como debe ser en estos casos (y en otros) en los que cualquier unanimidad resultaría patológica.
Anoche cerramos con deleite y placer esta incursión bellista de la UNEY en Chile. Digo deleite y placer para quienes comimos solamente, gracias al inmenso trabajo de las dos representantes yaracuyanas que hicieron lo más importante del convite. Para ellas el reconocimiento de nuestra eficiente y entusiasta embajadora María de Lourdes Urbaneja, no se hizo esperar. Nos interpretó a todos en sus palabras de gratitud. La ensalada de piña, la fosforera que recordó el amor de Bello por la hermana del Mariscal Sucre, la polenta, la naiboa, el cocuy con aroma de sarrapia, todo ello y la apoteosis de un postre que fue como una hallaca dulce, por lo armoniosamente multisápido del mismo: torta de chocolate y merey con crema inglesa y cambures en almíbar de Sauvignon Blanc y tabasca, todo eso, digo, sirvió para darle sabor y gusto a un encuentro chileno-venezolano que debería tener continuidad. Por eso, Cruz del Sur Morales, quien concibió totalmente el menú, y Damaris Loyo, con quien lo elaboró para 150 personas, recibieron la ovación de un público alborozado que incluía músicos, rectores, embajadores, poetas, científicos y hasta a un polémico candidato presidencial.
A Cuchi: ¡chapeau!
Escribo estas líneas en Santiago de Chile, con la emoción aún intacta de una clausura espléndida. Hace pocas horas concluimos con una hermosísima actividad musical y gastronómica una programación en homenaje a Andrés Bello, compatriota común de venezolanos y chilenos. Fue una fiesta inolvidable. Una fiesta que se merecían todos los que participaron e hicieron posible el brillo y la calidez de las jornadas bellistas que, desde el 23 de noviembre hasta el sábado 28, se realizaron en diversos espacios académicos y culturales de la capital de Chile. Hoy Bello está de cumpleaños. Venimos de celebrarlo con los aguinaldos de Cecilia Todd y con el panorama culinario de la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida que Cruz del Sur Morales diseñó para la imponderable comida de anoche. Cecilia estuvo como nunca, desplegando su encanto mediante una preciosa selección navideña que incluyó composiciones y poemas de los juglares Otilio Galíndez y Aquiles Nazoa. Fue el feliz inicio del ágape. Después le rendiríamos tributo al paisaje gastronómico de Andrés Bello.
Durante una semana la Embajada de Venezuela en Chile llevó a lugares emblemáticos de la academia y la educación una lectura diversa (pero integral) de Andrés Bello. Nos correspondió a nosotros, gente de la UNEY, el inmenso honor de conducirla. Así, pudimos compartir reflexiones, dudas y conocimientos con destacados intelectuales y juristas chilenos, acerca de la vigencia intelectual del gran caraqueño. Con Miguel Rojas-Mix, el lunes, en la Universidad de Chile, convocamos el carácter fundacional de la obra de Bello. Carmen Norambuena, decana de Humanidades de esa institución y su equipo, fueron nuestros anfitriones. El martes nos recibió la Biblioteca Nacional y pudimos alternar Luis Rubilar Solís y yo acerca del imaginario pedagógico de Bello, ante un público plural que tuvo una participación fecunda. Allí estaban, desde un hijo de Radomiro Tomic hasta una representación mapuche, pasando por estudiantes, académicos, periodistas, poetas y dirigentes sociales. El miércoles la sede de la Embajada venezolana sirvió de escenario para un Taller de Formación Docente que tuvo como resultado la formulación de una propuesta de Cátedra Permanente Andrés Bello. Maestros y profesores universitarios analizaron junto a nosotros diversas vías para fortalecer nuestros sistemas educativos. Allí compartí nuevamente con el profesor Rubilar Solís. Esta vez fueron cuatro horas de sesión ininterrumpida, premiada luego con un almuerzo elaborado por Cuchi y Damaris, con una deliciosa crema de caraotas, seguida por un opulento tarcarí de ovejo que dio paso al increíble y nunca bien ponderado manjar de coco (esta vez con parchita y no con guayaba) que, por cierto, Cruz del Sur Morales debería patentar algún día por su excelencia milagrosa. La Academia Diplomática, con sus directores, embajadores, profesores y estudiantes nos recibió el jueves. En esa noble casa tuve la satisfacción (y el compromiso) de dar una conferencia al alimón con mi amigo y excompañero del Comité Jurídico Interamericano, Eduardo Vio Grossi, uno de los mejores internacionalistas de América Latina. Hablamos de los aportes de Bello a esa rama del Derecho y de su vigencia en nuestras movidas diplomacias americanas. El viernes fue la Universidad de Chile, la Casa de Bello, que le dicen, el lugar donde nos dimos cita para conversar sobre varios aspectos de la obra humanística del fundador y primer rector de esa institución. No voy a reseñar lo sucedido, pero en verdad, fue memorable. Homenaje y profanación. Discursos contrapuestos. En fin, una sesión plural, como debe ser en estos casos (y en otros) en los que cualquier unanimidad resultaría patológica.
Anoche cerramos con deleite y placer esta incursión bellista de la UNEY en Chile. Digo deleite y placer para quienes comimos solamente, gracias al inmenso trabajo de las dos representantes yaracuyanas que hicieron lo más importante del convite. Para ellas el reconocimiento de nuestra eficiente y entusiasta embajadora María de Lourdes Urbaneja, no se hizo esperar. Nos interpretó a todos en sus palabras de gratitud. La ensalada de piña, la fosforera que recordó el amor de Bello por la hermana del Mariscal Sucre, la polenta, la naiboa, el cocuy con aroma de sarrapia, todo ello y la apoteosis de un postre que fue como una hallaca dulce, por lo armoniosamente multisápido del mismo: torta de chocolate y merey con crema inglesa y cambures en almíbar de Sauvignon Blanc y tabasca, todo eso, digo, sirvió para darle sabor y gusto a un encuentro chileno-venezolano que debería tener continuidad. Por eso, Cruz del Sur Morales, quien concibió totalmente el menú, y Damaris Loyo, con quien lo elaboró para 150 personas, recibieron la ovación de un público alborozado que incluía músicos, rectores, embajadores, poetas, científicos y hasta a un polémico candidato presidencial.
A Cuchi: ¡chapeau!
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