Visconti
1. El príncipe narrador describió el plato con más efusión que acribia. Ya había comentado la reacción de los comensales ante la entrada de la enorme bandeja de plata e indicado la alegre sorpresa manifestada por casi todos. Sólo cuatro de los veinte se mantuvieron impasibles. Dos de ellos, por razones obvias: eran los anfitriones. Angélica, por sifrina, y Concetta, por inapetente. Los demás temían la presencia de un bodrio extraño a la tradición gastronómica regional, como lo dictaba la afrancesada moda culinaria del momento. Por eso celebraron a tambor batiente la opulenta aparición del timbal de macarrones, ese portentoso pastel de la Campania y de la Magna Grecia, capaz de hacernos sentir que al consumirlo un día podemos vivir un mes completo. Así lo expresó el organista, entornando los ojos y extasiado ante la suculencia del plato. El arcipreste no dijo nada, pero se santiguó y se lanzó de cabeza sobre el alimento. No comía. Devoraba. Angélica dejó a un lado la afectación y las maneras aprendidas en la Toscana, para dedicarse al hábil y rápido manejo del tenedor. Tancredi fantaseó con besos de Angélica que supieran a ese timbal y como bien lo dijo el príncipe, intentó “unir la galantería con la gula”. No era para menos el festín. Es famosa la escena que lo presidió y memorables las palabras que el autor le dedicó al plato. Dejemos que ellas nos hagan revivir esos momentos febriles de la hiperestesia: “El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuyo extracto de carne daba un precioso color de gamuza”.
Nada podemos agregar a esas espléndidas palabras. En ellas todos los sentidos son el sentido: el del gusto, infinito y tentacular. Desde entonces, el timbal de macarrones exhibió también prosapia literaria. Visconti se encargó de recrear las imágenes para que los lectores de El Gatopardo, la deliciosa novela de Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, disfrutaran aún más la lenta poesía de la comida.
2. Es domingo en Maracaibo y hoy en la casa se almorzará sabroso. Lo anuncia el aroma que está llegando desde la cocina. El hijo mayor vino de Caracas y pidió su plato predilecto. Exigió que no se olvidaran de añadirle diablitos, a pesar de que un hermano habló de “badulaque” y dijo que bastaba con el jamón y la carne. El plato será maracucho a todo dar, con queso de año y con pasitas. Salado y dulce, como el paladar de estas tierras lo exige. Lo llaman “macarronada” y lo proclaman zuliano en todas sus versiones. Cada quien tiene la suya. Hay tantas como barrios de la ciudad o como casas con memoria. Nada le importa a los marabinos si su “macarronada” hubiera agradado a Lampedusa o, sin ir más lejos, si don Tulio Febres Cordero la hubiera admitido en su mesa merideña, también visitada por los poderosos timbales de pasta que Italia nos legó para su reinvención interminable.
Nada podemos agregar a esas espléndidas palabras. En ellas todos los sentidos son el sentido: el del gusto, infinito y tentacular. Desde entonces, el timbal de macarrones exhibió también prosapia literaria. Visconti se encargó de recrear las imágenes para que los lectores de El Gatopardo, la deliciosa novela de Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa, disfrutaran aún más la lenta poesía de la comida.
2. Es domingo en Maracaibo y hoy en la casa se almorzará sabroso. Lo anuncia el aroma que está llegando desde la cocina. El hijo mayor vino de Caracas y pidió su plato predilecto. Exigió que no se olvidaran de añadirle diablitos, a pesar de que un hermano habló de “badulaque” y dijo que bastaba con el jamón y la carne. El plato será maracucho a todo dar, con queso de año y con pasitas. Salado y dulce, como el paladar de estas tierras lo exige. Lo llaman “macarronada” y lo proclaman zuliano en todas sus versiones. Cada quien tiene la suya. Hay tantas como barrios de la ciudad o como casas con memoria. Nada le importa a los marabinos si su “macarronada” hubiera agradado a Lampedusa o, sin ir más lejos, si don Tulio Febres Cordero la hubiera admitido en su mesa merideña, también visitada por los poderosos timbales de pasta que Italia nos legó para su reinvención interminable.
1 comentario:
Si sobró algo mando un "tuper" y me los guardan en el freezer.
A pesar del fragante olor de los macaroni no le sacaré los ojos de arriba a Claudia Cardinale (y esquivaré los de Burt Lancaster).
¡Grandes Visconti y Lampedusa! Y Giorgio Basani que lo rescató del olvido (antes). Y vos, ahora.
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