Arcipreste de Hita
El pleito es viejo y también los contendientes, duelistas
profesionales que a veces cometen dislates de bisoños. Sus enfrentamientos tienen
regla de periodicidad y, como es guerra avisada, en ella sucumben sólo los
aturdidos y tontos de capirote. Llevan milenios en la refriega. En ciertas
ocasiones, alguno incurre en trampas, pero los árbitros del combate se hacen de
la vista gorda y declaran lícitas las picardías o las argucias más habilidosas.
Se dice, por ejemplo, que frailes bellacos y avispados urdieron finas tretas
para burlar los interdictos. Así, impunes, hicieron pasar por anfibia a la lapa
y por peces a las babas, para no hablar de tortugas y chigüires, tan preciados
por los frailes encargados de evangelizar en estos pagos.
Hablo, por supuesto, de lo que se barruntan o ya
saben: del conocido pugilato entre pitanzas y abstinencias, esa antigua batalla
que un famoso poeta, conocido como el Arcipreste de Hita, narró con donaire
medieval. El suceso literario aconteció en el Libro del Buen Amor, a partir de
una carta fechada en Castro Urdiales, tierra del poeta Lorenzo Oliván, y donde
los amigos Joaquín Marta Sosa y Tosca Hernández tienen su morada cuando van a
España.
En esa remota ocasión los bandos en pugna hicieron
gala de sus mejores armas y soldados. Así, huestes de la tierra, por un lado y
tropas acuáticas, por el otro, libraron el combate. No voy a recordarles quién
era cada uno, pero sí a compartir con ustedes una divertida recreación
venezolana de la contienda, debida a la magnífica prosa de Luis Beltrán
Guerrero, escritor no muy citado ahora, pero a cuyas páginas podríamos volver
de vez en cuando, si queremos interrumpir la erosión de nuestro gusto
literario.
Después de dar cuenta del suculento ejército de
Don Carnal, el autor de Candideces pasó revista a las
milicias de Doña Cuaresma, y lo que resultó de su inspección fue un formidable repaso
por la geografía ictiológica de Venezuela. Veamos:
“Con la
sardina, vinieron de La Guaira: el mero, quien se abalanzó contra su antiguo
rival, el carnero; el carite, dispuesto siempre al sacrificio en aras del
sancocho o del escabeche; el pargo, amigo del horno y de las salsas; la picúa,
y una muchedumbre de chicharros, boquerones o caniguanas. Imponente era el
ejército de la Isla de Margarita: bocas coloradas, jureles, rayas, chuchos,
lamparosas, atoritos, sapos, robalos, lebranches. Comandaban esa compañía las
langostas de Los Roques”.
De Paraguaná llegó el zábalo y de Araya, la
lisa. Ambos usaron sus huevas como proyectiles. No faltaron a la cita, según
Guerrero, los peces del Orinoco: curbinatas, palometas, morocotos, coporos y
zapoaras (yo, de entrometido, hubiera agregado el lau-lau, para completar las
fuerzas). Refiere también refiere el poeta larense la vigorosa presencia
zuliana: los pámpanos, la curbina y el lenguado con tres de sus nombres:
carnada de San Pedro, Sol y Al Revés. Igualmente, del Zulia llegaron a la lid
los bocachicos y los armadillos, mientras, venidos de Cumaná, se agolpaban en
un destacamento el mero, “que se hacía llamar cuna”, la caballa, los corocoros,
los catacos, los atunes, los catalucios o las catalanas, los loros, las
pepitonas, los tajalíes y las mojarras, así como las jaibas y “el cofre, que
sobresalía en estatura al armadillo, en actitud de espera vengativa, como que
quería ser rellenado con carne de Don Carnal”.
Y siguió el elenco, porque de los Andes
aparecieron los voladores, los panches y los chupapiedras y, desde luego, la trucha merideña, “no por inmigrante menos
patrióticamente enardecida”. Del llano, el caribe, los pequeños bagres “que se
decían bravitos”, boquimíes, pavones, rayados, doncellas, dorados y masas de
cachamas del lado occidental, barinesas y portugueseñas”.
Aparte de “las guabinas innumerables de Valencia
del Rey”, Luis Beltrán Guerrero, caroreño al fin, incluyó una “plebeya pero
valerosa hueste anónima" llegada del Morere. Léase: “Soldados
desconocidos”.
La relación concluyó con la retaguardia:
“terecayes y galápagos de Apure y del Orinoco; tortugas de la Isla de su
nombre, frente a Caicara; morrocoyes de hiel dulce, hiel que es miel, y sirve
para su propia salsa”.
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Este año, como siempre, se reanudará la guerra,
pero todavía tenemos tiempo para regodearnos con lomos de cerdo y sabrosas
“asaduras para la chanfaina”. Aprovechemos antes de que se inicien las
hostilidades.
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