El escritor recordó las visitas que de niño hizo con su abuelo al ruidoso mercado de los lunes. En una hermosa crónica que releí esta mañana, Picón Salas estampó la indeleble alegría de esas visitas prodigiosas. En sus líneas continúan vivas, tanto la infancia del gran ensayista merideño, como las numerosas viandas que integran la insustituible cosmogonía de los mercados. Maravillado, asisto nuevamente a una fiesta que incluye el trayecto hacia la plaza, con los saludos que a cada paso va dejando el abuelo en una exhibición de gracia y cortesía. A nadie le niega su caballeroso trato, ni siquiera al áspero jefe civil, cuyos abusos van a la par de su barbarie. Como siempre, el mostrenco chafarote está hoy mascando y escupiendo chimó con zafiedad. La decencia del abuelo provoca su reacción: “Muchas gracias, doctor. Usted es de los godos agradables, porque hay otros que son muy groseros con uno”. Después de responderle con elegancia no exenta de ironía, negando su condición de godo, penetra con su nieto por la gran puerta del mercado. Arriban al lugar donde se concentran las tradiciones de Mérida y se dan cita todos sus aromas. Cada lunes la tierra desparrama en ese reino de la memoria campesina cuantos frutos ha podido. Esta vez se acercan primero al puesto de Plácida, a quien el abuelo dirige sus mejores requiebros. El nieto la describirá más tarde como “una Ceres de los Andes, modelada en la greda mestiza más refractaria”. Leo la descripción de la diosa cordillerana, de anchas caderas y de altivez indígena, “rodeada de ollas de barro, costales de frutas y alfeñiques en sus cascarones” y la asocio de inmediato con la reina de otro mercado, con la que me topé hace poco. Compruebo una vez más que los viejos mercados estaban (y están) poblados por la misma aristocracia. Antes de ilustrar esa certeza con el ejemplo que acabo de anunciar, veamos la mercancía que hoy ofrece la exuberante Plácida: guamas “que parecen peinillas de general; mamones de los Guáimaros…que son los más dulces” y “esta badea para que se la sirva con vino y azúcar y se refresque”. Todo eso lo compra el abuelo y, además, le pide a Plácida alfeñiques para que el nieto los vaya saboreando por el camino.
¿Con quién asocié a la diosa del mercado de Mérida que fervorosamente evocó Mariano Picón Salas en Viaje al amanecer? Con la doña del mercado de Antigua, innominada, pero descrita con precisos adjetivos por Luis Cardoza y Aragón en su bellísimo libro Guatemala: las líneas de su mano. Ella hace la comida más suculenta de la ciudad (una ciudad amada, por cierto, por el admirable intelectual venezolano). Es gorda y bajita. Siempre está entre un olor de hierbas y de carnes, gobernando el conjunto como un timbalero. “A veces, con los brazos en jarras, parece una reina".
Son advocaciones –me digo- de la misma deidad de los mercados. Creo haberla visto una mañana en el de Carúpano, rodeada de pescados y mariscos, majestuosa y feliz. Todas exudan regocijo y prodigan bendiciones… Si volvemos a las páginas de don Mariano, veremos que bajo la protección de la diosa, el recorrido del lunes le deparó más satisfacciones: pasó del puesto de Plácida al del afilador; del afilador al vendedor de sogas y lazos, y, por fin, del fabricante de alpargatas al fabuloso talabartero. Con efusión escribe: “De todas las artes merideñas amo esa arte viril de los talabarteros… los que levantan como púlpitos esta obra limpia de sus sillas chocantá…”
El escritor concluye su recorrido. Cerca de la puerta que da a la calle Lora, llaman su atención los caballos, una briosa mercancía que también se ofrece en ese abigarrado paraíso de su infancia.
2 comentarios:
el mercado, la feria como se dice aqui; es un territorio vasto donde da gusto perderse para explorar y descubrir tesoros para el paladar.
poblados de personajes como las diosas que citas, capaces de recomendar no solo productos sino platos completos, tiempos y procedimientos.
si algo hay que recorre a nuestra america uniendola es esta cofradia de diosas. y recordando a nerudadebemos prestar "atencion al mercado". un abrazo
Eso es: cofradía de diosas, mercados para atender, como decía Neruda. En ellos habitan todas las edades.
Un abrazo
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