Ramón Díaz Sánchez, autor de Cumboto
Tengo en mis manos un libro que compré y leí en
enero de 1965. La fecha está escrita debajo de mi nombre en la primera página.
Sé, por eso, que forma parte de un pequeño lote que adquirí en una minúscula
librería situada al final de la carrera 19 de Barquisimeto, muy cerca de la
Universidad. Gracias a los módicos precios de la colección del Festival del
Libro Venezolano, Johnny Hidalgo y yo nos hicimos entonces de varias obras
importantes de la literatura nacional, y de alguna proveniente de otros lares, porque
no sólo Venezuela editaba de esa manera. Existía una red continental que nos
incluía, junto a Colombia, Perú, Ecuador, Cuba, México y Brasil, en una noble y
vigorosa actividad de difusión literaria. Las campañas de promoción de la
lectura que hoy se realizan (¿o se realizaban?) –y que algunos pretenden
pioneras-, tienen antecedentes importantes. El momento que ahora viene a mi
memoria, cuando recorro las páginas de este viejo libro de portada verde, es,
justamente, uno de los más amplios y ejemplares. Se dio en los años 60 del
siglo pasado, durante el apogeo de famosas reyertas y en el inicio de una etapa
histórica que debemos estudiar sin tantos ninguneos ni prejuicios. Nunca está
de más recordar esos precedentes innegables, máxime ahora cuando hay alcamuneros
que se exhiben como originales “democratizadores” de la cultura... Pero no es
eso lo que mueve estas líneas. Otro día lo abordaremos de frente. Por lo
pronto, vayamos al gratísimo punto que hoy me trae.
--
Al releer las primeras páginas del libro, sentí
que éste se había transformado. Me resultaba más hermoso y vibrante. Claro, yo
me hice viejo y la novela de Ramón Díaz Sánchez se volvió moza de quince. Sé
que Cumboto
es uno de nuestros clásicos, pero en ese momento no era un canon sino una emoción.
Era mi reencuentro al atardecer con la poesía de su primer capítulo. El
impecable narrador, y el personaje vestido de blanco, seguido por el primero,
me trasladaron a la costa y no pude abandonarlos.
Entré con ellos a la noche. No fueron dos las
sombras que en ella se movían. Eramos tres. Respiramos el aire salobre y no
ignoramos la oquedad de los cocales. Traté de reconstruir mi primera lectura.
Imposible. Llegaron, sí, imágenes de mi casa, pero sólo vi el enigmático perfil
de Don Federico y no al muchacho que entonces estaba descubriéndolo en la
página, en esa misma página, que no subrayó ni marcó con señal alguna. Así que
no había huellas que me orientasen. Desistí. Me dejé llevar por el ritmo
alucinante de la memoria, para llegar a la Casa Blanca con la misma sensación
que tuvo el narrador: que se había removido en mí un légamo dormido. A partir
de ese instante, no hubo fuerza humana ni divina que detuviera mi lectura.
--
Cumboto
fue traducida, entre otros idiomas, al italiano. Supe alguna vez que Eugenio
Montale la había leído con público entusiasmo. Valdría le pena consultar lo que
dijo. Estoy seguro de que no se limitó a la visión esquemática que la crítica
venezolana (cierta crítica venezolana) tuvo de este libro espléndido. Dios me
perdone, pero pienso que no hemos sido justos con Díaz Sánchez y su Cumboto,
un libro que va mucho más allá del conflicto racial, como repitieron ad nauseam
sus desganados reseñadores. Es también una novela sobre la infancia. Pero es
mucho más que eso. Es una aproximación poética a la naturaleza y a la historia
de unos seres que integran con ella un paisaje, en todos los sentidos de esta
palabra irradiante. En fin, es un libro vivo que sigue enriqueciéndose (y
enriqueciéndonos), como toda obra con vida propia, liberada de amarras
temporales.
--
(Vuelvo a la lectura. Ya Natividad me ha llevado al laboratorio (cocina, le dicen) de la abuela Anita. Allí me esperan sus relatos y, sobre todo, su calá (calalú), sus sopitas, su quimbombó y sus buñuelos. La abuela Anita cuenta y cocina fantasías. Acaba de probar la espumosa crema de frijoles.
Díaz Sánchez, por su parte, y sin saberlo, ha inscrito en ese instante -y con honores- su digno nombre en la historia de la gastronomía del Caribe).
1 comentario:
¡Qué bárbaro! A por Cumboto...
(Abrazo)
Publicar un comentario