Elsa Triolet y Louis Aragon
1.
Comienza la dudosa luz del día y leo el estupendo capítulo que Martine Broda le
dedicó a Louis Aragon en El amor al nombre. Para ella, El loco de Elsa es la versión
personal que el poeta tuvo del amour fou
surrealista, así como su homenaje al amor cortés, sobre todo en su fascinante forma
árabe.
Combinando
poemas en prosa con versos libres y composiciones rimadas, Aragon reconstruye
un mito antiguo en pleno siglo XX. Lo ubica en Granada para mayor cercanía con
formas del modelo andalusí (zéjel y kasida) y con el esplendor de una fabulosa ciudad
caída en 1492, el mismo año de la muerte del poeta persa Djamí, cuya obra,
influida por el sufismo, es clave en esta variación contemporánea de lo que la
brillante ensayista Martine Broda llama “metáfora del amor loco al pie de la
letra”.
Djamí
es el autor del poema Medjun y Leila, de donde Aragon toma la vieja leyenda
árabe del amor entre unos primos. Recojo parte del resumen de Broda:
El
primo, Quays, es poeta y transgrede un tabú al celebrar a su amada antes del
matrimonio. Le escribe versos, en los que prescinde de la senhal y menciona el verdadero nombre de la prima: Leila o Layla
(“La Noche”). Por quebrantar la regla que obligaba a callar el legítimo amor,
no puede haber matrimonio y Leila es entregada a otro hombre. Quays huye al
desierto y se pierde entre animales salvajes. Adopta el nombre de Majnún, el
Loco. Broda cierra su breve descripción de la leyenda con estas palabras
imperdibles: “Quays se deja consumir por
su pasión que le lleva a la locura, pero continúa celebrando a Layla. Cuando
ésta viene a verle, la despide para quedarse solo con su sueño de amor en ese
desierto que es como la metáfora de los lugares áridos de la escritura (…)
Separados, los dos amantes mueren de
amor y consuman su unión en la muerte”.
“Practico con su nombre/ el juego de amor”.
Son los versos de Djamí que Aragon escogió como epígrafe de este libro en el
que imagina a un personaje que ama a una mujer (Elsa, la de Aragon) que no existirá
sino cuatro siglos y medio más tarde. Todo es cuestión de tiempo y paciencia.
La
frase con la que Martine Broda cierra el ensayo acentúa los rasgos literarios
de la ancestral pasión aragoniana:
“…el
culto de Elsa es un topos lírico”.
2.
Leyendo el ensayo de Broda recordé una anécdota de Aragón que contaba Guillén. Su relato, por cierto, se convirtió también en
una anécdota que habría de contar Carlos Barral. Resulta que a Guillén le hacía
gracia el amoroso saludo con el que Aragon iniciaba sus conferencias: Messieurs, Mesdames, mon amour.
Cuando decía esto último, Aragon miraba a Elsa, siempre presente y siempre
compañera. Relata Barral en el segundo volumen de sus memorias, que en un
cóctel privado que organizó Jaime Salinas en Barcelona, Guillén les refirió a
los poetas catalanes de los 50 que allí estaban, el entrañable saludo, imitando
la voz y los gestos de Aragon. Apunta Barral que lo hizo varias veces y de
manera magistral. Pocas horas más tarde algunos de los presentes en el cóctel
(entre ellos Barral) fueron a cenar a un restaurante y allí coincidieron con Guillén, a quien otro grupo agasajaba. De
Guillén y sus comensales los separaba un tabique, pero pudieron oír que el gran
poeta del 27 entretenía a sus compañeros de mesa con el reverencial saludo de
Aragon.
Esa
noche a Jaime Gil de Biedma le correspondió el honor de hospedar en su casa a
Jorge Guillén. Apagadas ya las luces, se oyó un ruido. Creyó Gil de Biedma que
su admirado Guillén había tropezado con algo y acudió a ayudarlo. Por fortuna,
nada había pasado. El poeta estaba en el baño, frente a un espejo, diciendo una
vez más “Messieurs, Mesdames, mon amour”.
Tal vez ensayaba el número estelar de sus tertulias, o tal vez, como dice
Barral, en el centro de la anécdota quien reinaba "terrible" era el Poeta.
Creo que no se excluyen entre sí esas opciones. Además, son bellas.
Creo que no se excluyen entre sí esas opciones. Además, son bellas.
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