En Los anillos de Saturno
Sebald muestra una foto donde se le ve apoyado en un cedro libanés. Visitaba
ese día el parque de Ditchingham y no podía saber que poco tiempo después, ese
árbol, junto con muchos otros, ya no estaría en pie, y que en su lugar sólo habría
“un vacío espeluznante”.
Todo, bosque
alto y bosque bajo, vale decir, robles y rodondedros, árboles y arbustos,
serían nostalgia pura pasada la tormenta.
En esas páginas hermosas
de su formidable libro, Sebald recuerda y cita a Chateaubriand -con esa manera
suya, tan natural, del intertexto- para compartir con el conde su amor insobornable por los árboles:
“Como a niños los conozco a todos por sus nombres y sólo deseo poder
morir bajo su sombra”.
Hoy en la mañana fui al
balcón, y siguiendo la costumbre de mi amiga Isabel Loyola, les puse alpiste a los
pájaros de Sebald. Me hice ilusión de que saldrían del cedro. Quién quita que anden por ahí.
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