lunes, noviembre 03, 2014

Anotación con té


J.D. Salinger

Es octubre todavía y siguen los libros en la mesa. El anotador, que procede por tanteos, divisa un recodo, pero cuando está a punto de volver a su cuaderno para copiar una cita de George Boas, se le ocurre abrir el volumen que sacó anoche y comienza la fascinación.
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Esta es la parte sórdida o emotiva del relato, y la escena cambia. Los personajes cambian, también. Yo todavía ando por este mundo, pero de aquí en adelante, por motivos  que no me es permitido revelar, me he disfrazado con tanta astucia que ni el lector más inteligente puede reconocerme.
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Pero el lector también cambia y en su relectura no tiene tanto interés en averiguar identidades. Ahora disfruta la adivinanza del niño y mira las paredes de su casa, que, como habían convenido, acaban de encontrarse en la esquina. Se imagina que está en Devon y acaban de traerle té y tostadas con canela.
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Al lector le gustaría ensayar unas anotaciones que hablasen de ese cuento formidable, pero sabe que para hacerlo debe volver de la lectura “con todas las facultades intactas”. Y de eso nadie está seguro.
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Suena el teléfono. Es Luisana desde Buenos Aires.
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(El relato de Salinger aludido y citado acá: Para Esmé, con amor y sordidez)

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