lunes, marzo 02, 2015

Cernir


Millet. La panadera
 
Seis de la mañana. Creo en el alba oír un atareado/ rumor de multitudes que se alejan. Es Borges, en Límites.  

Pero es otro el escritor que está sobre la mesa, con una de sus páginas ceñidas. Se ha ido a un lugar, lejos del ruido, para no tener afanes ni recibir visitas. Ni cartas, siquiera. Está cerca del Mediterráneo, al que no ve, pero presiente. Se instaló en esa casa con el propósito de no hacer nada. Así, se propuso no leer, pero no ha podido dejar del todo la tenaz costumbre. Tampoco la de escribir.  

Hoy ha tomado la pluma para dejar el testimonio de su envidia por el tío Andreu, que trabaja la tierra, y por Sunsiona, que cocina. Y es justo, por Sunsiona, que nos regala una imagen hermosísima de la escritura. Ella cocina a la mañana y cose por la tarde, pero lo mejor es cuando amasa y se oye el cedazo que va y viene.  

Sunsiona cierne y yo estoy cerniendo también, dice Azorín, que de él se trata.
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Recuerdo ahora un poema de María Teresa Andruetto, incluido en Mujeres, artes y oficios. Nos dice del pan esta belleza: 

Primero
conviértete en fermento,
en levadura,
en volcán,
construye luego
con tu harina buena
una torre sobre la mesada.
Y horádate el centro.
Cávate.
Y vuelca en ese pozo
todos tus afanes.
Entonces
enciéndete y crece.
Crece,
duplícate
una y otra vez.
Cocínate.
Quémate.
Inmólate.
Y ofréndate
como una hostia.
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Es la belleza del pan, que Dante, buen cernidor, imaginó en el Convite como la luz de nuestro mundo.

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