Millet. La panadera
Seis de la mañana. Creo en el alba oír un
atareado/ rumor de multitudes que se alejan. Es Borges, en Límites.
Pero es otro el escritor que está sobre la mesa,
con una de sus páginas ceñidas. Se ha ido a un lugar, lejos del ruido, para no
tener afanes ni recibir visitas. Ni cartas, siquiera. Está cerca del
Mediterráneo, al que no ve, pero presiente. Se instaló en esa casa con el
propósito de no hacer nada. Así, se propuso no leer, pero no ha podido dejar
del todo la tenaz costumbre. Tampoco la de escribir.
Hoy ha tomado la pluma para dejar el testimonio
de su envidia por el tío Andreu, que trabaja la tierra, y por Sunsiona, que
cocina. Y es justo, por Sunsiona, que nos regala una imagen hermosísima de la
escritura. Ella cocina a la mañana y cose por la tarde, pero lo mejor es cuando
amasa y se oye el cedazo que va y viene.
Sunsiona cierne y yo estoy cerniendo también,
dice Azorín, que de él se trata.
--
Recuerdo ahora un poema de María Teresa Andruetto, incluido
en Mujeres,
artes y oficios. Nos dice del pan esta belleza:
Primero
conviértete
en fermento,
en
levadura,
en volcán,
construye
luego
con tu
harina buena
una torre
sobre la mesada.
Y horádate
el centro.
Cávate.
Y vuelca
en ese pozo
todos tus
afanes.
Entonces
enciéndete
y crece.
Crece,
duplícate
una y otra
vez.
Cocínate.
Quémate.
Inmólate.
Y
ofréndate
como una
hostia.
--
Es la belleza del pan, que Dante, buen cernidor,
imaginó en el Convite como la
luz de nuestro mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario