martes, junio 23, 2015

La papa y su resistencia


Danilo Kiš
 
Danilo Kiš escribió un breve y curioso “tratado” sobre la papa, esa especie de duende que viajó desde Los Andes y se repartió por todo el mundo para ser pan de los pobres, primero, y alojarse después en la opulencia, sin abandonar jamás su noble servicio humanitario. Eso, en el resto del mundo, porque como lo apunta Adán Felipe Mejía, el gran cronista peruano de la papa, ésta siempre fue apreciada, tanto por el pueblo como por el Hijo del Sol. “Hasta el brillante y suntuoso Huayna Cápac y sus hijos pleitistas –Atahualpa y Huáscar- se nutrieron con el tubérculo inmortal”, afirmó famosamente El Corregidor, que así llamaban a Mejía.  

El “tratado” de Kiš está incluido en El reloj de arena, esa estupenda novela de su trilogía autobiográfica. Lo recordé por un delicioso “aligot” que hace pocos días hizo Cuchi. Después del disfrute de esa maravillosa invención de los franceses del sur, en la que se armonizan el puré de papas con el queso, el ajo y la crema, fui por el libro del gran borgeano de Yugoslavia y leí nuevamente este párrafo: 

“¿Recuerdas, hermana, cuando, de niños, nos disputábamos en la despensa las papas germinadas? Las encontrábamos parecidas a hombrecillos, con sus cabecitas y sus miembros atrofiados y deformes. ¿Recuerdas estos homúnculos con los que jugábamos como si fueran muñecas, hasta que se les caía la cabeza o se encogían y se marchitaban como ancianos? Y ya ves, hoy, mientras mendigo esta misma papa, no puedo evitar acordarme de este asombroso parecido entre la papa y el hombre, y por otro lado, si me permiten, entre la papa y el judío. Procedemos, como ya dije, de las mismas tinieblas de la historia. Pero, señores, ¿por qué nos sobrevive la papa? (…). Sobrevivirá al gran cataclismo. Y cuando vuelva la paloma con un ramo de olivo en el pico, cuando el arca toque de nuevo la tierra firme, su quilla desenterrará del suelo desfondado, agotado, inundado, maltratado, en un nuevo Ararat, un racimo de tubérculos…”  

Para el personaje de Kiš, el que la papa hubiera llegado a Europa por España no es nada casual. Es parte del destino que la enlaza con el pueblo sefardí, quien marchó con ella por el mundo, para llegar “un día, a finales del siglo dieciocho (la papa, por supuesto) a la mesa de los soberanos franceses, hasta extenderse por todas partes y alcanzar, tras diversos cruces y bajo el influjo de distintos climas y suelos, toda clase de formas y denominaciones: harinosa, roja, amarilla, holandesa, dulce y finalmente, máximo de calidad, magnum bonum, la papa blanca.”
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Antes de dejar la papa –por ahora- y de seguir con El reloj de arena, un recuerdo desde acá para el conde Rumford, quien en el siglo XVIII alimentaba a los pobres de los asilos con el magnífico tubérculo. Lo trituraba bien y preparaba una sopa, sin revelar cuál era su principal ingrediente. No olvidemos que para entonces todavía la papa no gozaba de aceptación unánime en las mesas.  

 Y, last but not least, un recuerdo también para la ciencia alimentaria de Tiahunaco, que, cuando los españoles llegaron a sus predios, había desarrollado mucho más de un centenar de variedades de papas y resuelto el problema del hambre con sabias técnicas de almacenamiento y conservación, en una demostración cabal de calma y resistencia.

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