miércoles, junio 17, 2015

Manjar blanco en las estrellas


Rodolfo Hinostroza y Julio Ramón Ribeyro, en la cocina del primero, en París
 
Un jurado compuesto por Octavio Paz, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Félix de Azúa y José María Castellet le otorgó en 1970 el premio Maldoror al libro Contra natura. Creo que desde entonces el nombre de Rodolfo Hinostroza es referencia imprescindible en la poesía latinoamericana de nuestro tiempo. Así, recuerdo las certeras páginas que Guillermo Sucre le dedicó en La máscara, la transparencia, señalando cierto poder alquímico en la palabra del peruano. “Rompe con la unidad de estilo” y pasa con verdadero dominio “de lo lírico a lo coloquial”, decía el guayanés al hablar de Imitación de Propercio, uno de los poemas centrales del libro de Hinostroza. Por su parte, los antologistas de Medusario (otra referencia ineludible), además de suscribir la valoración crítica hecha por Sucre, destacaron la importancia del humor en Contra natura. Echavarren, Kozer y Sefamí, dijeron: “El efecto se logra gracias a la disparidad, a la hibridez. Sus juegos tienden hacia una ironía lacerante que puede incluir la autoparodia”.
 

Un poco más tarde, en otra antología (Prístina y última piedra), Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras, tras ratificar los juicios anteriores, afirmaron que la poesía de Rodolfo Hinostroza, “lejos del desencanto, permanece en un plano inmune al paradigma”. Habían pasado ya casi cuarenta años del referido premio y el autor guardaba lo que algunos llaman “silencio poético”. Tal vez está bien decirlo así, porque no se trataba de silencio literario y, menos aún, de sequía gastronómica. Aparte de una columna de prensa, Hinostroza se dedicó por muchos años a la investigación profunda del tema y pudo escribir Primicias de cocina peruana, un libro fundamental para la historia y evolución de la gastronomía de su país, en el que incluyó magníficas recetas de su hermana Gloria, una de las grandes cocineras del Perú.
 

Precisamente, por el tema gastronómico lo he recordado hoy. Esta mañana disfruté de nuevo un poema incluido en Memorial de Casa Grande, el libro que en el 2005 marcó su retorno a la poesía, tras estar dedicado a la ensayística, la crónica culinaria y el teatro. En el poema habla de su tía Luchita, maestra de cocina de Gloria y de Rodolfo. El final del texto es un precioso homenaje al oficio doméstico de los fogones. La sola enumeración de los postres, con la que termina, nos hace agua la boca:
 

El alma inmensa de mi tía Luchita
Se encarnó en la comida que nos alimentó
Porque amor fue su ingrediente secreto, amor
Su mejor sazonador, amor el toque mágico
Que ponía en todos sus potajes
Durante desayuno, almuerzo y comida. 

Y así fue que nos formó el paladar a mi hermana y a mí,
En los cinco sabores que distingue
Un paladar peruano:
Salado, dulce, ácido, amargo, y picante
(y además el umami, que redondea el gusto
Y no se había aún identificado). 

Y al filo de los años mi hermana Gloria terminó por ser chef
Pues heredó la mano santa de la tía Luchita
Y es hoy una de las grandes cocineras del Perú
Y yo salí gourmet, y escribí un libro de Cocina Peruana
Que la hizo conocer en todo el mundo (así lo espero)
Dedicado a mi tía. 

Dicen que tia Luchita murió en olor de santidad
Pasados los 80
Y nadie duda que se haya ido directamente al Cielo
En donde debe estar ahora preparando
Merengue en las nubes, Maná con las estrellas,
Caspiroleta con las Constelaciones,
Manjarblanco con las Galaxias Espirales.
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El poema se titula Las bodas de Tia Luchita. Es un canto a la noble educación sentimental de la cocina. Y sabe a Gloria.
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P.D: En Pastelería peruana (Universidad San Martín de Porres, Lima, 2oo2) Gloria Hinostroza incluye varias recetas de manjarblanco: solo, de chirimoya, de lúcuma, de mango, de guanábana, de zapallo y de quinua. Recuerdo haber comido el de zapote (lúcuma), preparado por la misma Gloria y su ayudante Marleny, en San Felipe, en octubre de 2006. A la leche con el azúcar, ya espesada, le agregó las lúcumas hechas puré. Puso de nuevo la olla al fuego hasta que se retomara el punto. Una verdadera delicia.

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