Rodolfo Hinostroza y Julio Ramón Ribeyro, en la cocina del primero, en París
Un jurado compuesto por Octavio Paz, Carlos
Barral, Jaime Gil de Biedma, Félix de Azúa y José María Castellet le otorgó en
1970 el premio Maldoror al libro Contra natura. Creo que desde
entonces el nombre de Rodolfo Hinostroza es referencia imprescindible en la
poesía latinoamericana de nuestro tiempo. Así, recuerdo las certeras páginas
que Guillermo Sucre le dedicó en La máscara, la transparencia,
señalando cierto poder alquímico en la palabra del peruano. “Rompe con la
unidad de estilo” y pasa con verdadero dominio “de lo lírico a lo coloquial”,
decía el guayanés al hablar de Imitación
de Propercio, uno de los poemas centrales del libro de Hinostroza. Por su
parte, los antologistas de Medusario (otra referencia
ineludible), además de suscribir la valoración crítica hecha por Sucre,
destacaron la importancia del humor en Contra natura. Echavarren, Kozer y
Sefamí, dijeron: “El efecto se logra gracias a la disparidad, a la hibridez.
Sus juegos tienden hacia una ironía lacerante que puede incluir la autoparodia”.
Un poco más tarde, en otra antología (Prístina
y última piedra), Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras, tras ratificar los
juicios anteriores, afirmaron que la poesía de Rodolfo Hinostroza, “lejos del
desencanto, permanece en un plano inmune al paradigma”. Habían pasado ya casi
cuarenta años del referido premio y el autor guardaba lo que algunos llaman
“silencio poético”. Tal vez está bien decirlo así, porque no se trataba de
silencio literario y, menos aún, de sequía gastronómica. Aparte de una columna
de prensa, Hinostroza se dedicó por muchos años a la investigación profunda del
tema y pudo escribir Primicias de cocina peruana, un
libro fundamental para la historia y evolución de la gastronomía de su país, en
el que incluyó magníficas recetas de su hermana Gloria, una de las grandes
cocineras del Perú.
Precisamente, por el tema gastronómico lo he
recordado hoy. Esta mañana disfruté de nuevo un poema incluido en Memorial
de Casa Grande, el libro que en el 2005 marcó su retorno a la poesía,
tras estar dedicado a la ensayística, la crónica culinaria y el teatro. En el
poema habla de su tía Luchita, maestra de cocina de Gloria y de Rodolfo. El
final del texto es un precioso homenaje al oficio doméstico de los fogones. La
sola enumeración de los postres, con la que termina, nos hace agua la boca:
El alma
inmensa de mi tía Luchita
Se encarnó
en la comida que nos alimentó
Porque
amor fue su ingrediente secreto, amor
Su mejor
sazonador, amor el toque mágico
Que ponía
en todos sus potajes
Durante
desayuno, almuerzo y comida.
Y así fue
que nos formó el paladar a mi hermana y a mí,
En los
cinco sabores que distingue
Un paladar
peruano:
Salado,
dulce, ácido, amargo, y picante
(y además
el umami, que redondea el gusto
Y no se
había aún identificado).
Y al filo
de los años mi hermana Gloria terminó por ser chef
Pues
heredó la mano santa de la tía Luchita
Y es hoy
una de las grandes cocineras del Perú
Y yo salí
gourmet, y escribí un libro de Cocina Peruana
Que la
hizo conocer en todo el mundo (así lo espero)
Dedicado a
mi tía.
Dicen que
tia Luchita murió en olor de santidad
Pasados
los 80
Y nadie
duda que se haya ido directamente al Cielo
En donde
debe estar ahora preparando
Merengue
en las nubes, Maná con las estrellas,
Caspiroleta
con las Constelaciones,
Manjarblanco
con las Galaxias Espirales.
--
El poema se titula Las bodas de Tia Luchita.
Es un canto a la noble educación sentimental de la cocina. Y sabe a Gloria.
--
P.D: En Pastelería peruana (Universidad San
Martín de Porres, Lima, 2oo2) Gloria Hinostroza incluye varias recetas de
manjarblanco: solo, de chirimoya, de lúcuma, de mango, de guanábana, de zapallo
y de quinua. Recuerdo haber comido el de zapote (lúcuma), preparado por la
misma Gloria y su ayudante Marleny, en San Felipe, en octubre de 2006. A la leche
con el azúcar, ya espesada, le agregó las lúcumas hechas puré. Puso de nuevo la
olla al fuego hasta que se retomara el punto. Una verdadera delicia.
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