jueves, julio 16, 2015

Lorena gastronómica


En una grata novela de Jünger (Juegos africanos) encuentro este magnífico párrafo sobre los benéficos efectos de un yantar. Quien habla es un adolescente alemán que se ha fugado de la casa. Comienza la segunda década del siglo veinte. Va rumbo a Verdún con el propósito de alistarse en la Legión Extranjera. Ahora está en Metz y cree que para darse ánimo (debe mentir varias veces), lo mejor será comer sabroso y completo: 

“…pensé que una buena comida contribuiría a darme la necesaria seguridad.// Conseguirlo era tanto más fácil cuanto que en Metz tiene la cocina francesa una de sus avanzadas. Así que poco después me hallaba sentado en una terraza de cristales cerca de la estación donde daba aún el sol otoñal. Delante de mí, una botella de Haut-Sauternes, cuyas gotas se adherían al cristal como si fuera aceite, y un plato de caracoles, de los que abundan en los viñedos alrededor de la ciudad. // El servicio fue excelente. Después de semejantes preparaciones gastronómicas me sentí dueño de la suficiente sangre fría como para disponerme a cruzar la frontera sin pasaporte. No sólo un buen traje, también una opípara comida aumenta la confianza en nosotros mismos y hace que pisemos la calle con una notable sensación de seguridad”. 

El adolescente -sin duda, un alter ego de Jünger-, al volver a su compartimento exageró la nota de aplomo: encendió una pipa y se puso a fumar a grandes bocanadas. A un oficial pareció agradarle la escena, pero una mujer le lanzó una mirada de rechazo y se levantó a abrir la ventana. Por fortuna, no pasó de allí (è pericoloso sporgersi), y el joven, que había disfrutado al máximo los caracoles en caldereta, siguió mejorando sus ejercicios de humo.
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Sin estrellas Michelin todavía (por obvias razones cronológicas), los restaurantes de Metz, incluidos los que servían a los viajeros durante las paradas del tren -como éste del joven jüngeriano-, gozaban de buena fama. También los comensales. Álvaro Cunqueiro evocó a los obispos de Metz comiendo alondras asadas con nabos tiernos y destacó su propensión a abusar de la mostaza. No olvidemos tampoco que fue allí, en Metz, donde nació la deliciosa “quiche lorraine”, paisana de aquel poeta que Rubén llamó “padre y maestro mágico” en un célebre responso. Pero esa es otra historia, como es otro el motivo que hoy me llevó a buscar algunos libros de Jünger, llenos de enseñanzas para nuestra época de oprobios. Como la gastronomía literaria también es un vicio, me entretuve en ella y por eso esta pequeña nota.

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