martes, julio 14, 2015

Pedro Cunill y la alegría de la guanábana




Hablar de Pedro Cunill Grau es hablar de una vida consagrada al amor por nuestras tierras y a su conocimiento pleno. Su luminosa trayectoria traza una línea ascendente en los estudios geográficos de América. Desde los primeros trabajos realizados en Chile, su país de origen, hasta los más recientes aportes sobre su patria venezolana, Pedro Cunill Grau no ha dejado de ofrecer profundas y lúcidas visiones de historias y lugares, que, sin su mirada sabia, quizá no habríamos advertido en su justa dimensión. Formado en un ámbito educativo en el que, gracias a la impronta de Andrés Bello, todavía las humanidades y las ciencias no estaban divorciadas, Cunill Grau supo darle continuidad y enriquecer ese enorme legado intelectual. Su amplia, densa, amable, visionaria y certera obra académica lo confirma con creces.   
 

Al mencionar sus dos patrias, la memoria me lleva a una breve conversación con él, que, como anécdota, redunda en su indiscutible amor por Venezuela, demostrado suficientemente en sus libros y en el aula. Sin embargo, creo que la misma me permite ilustrar otra arista importante de sus devociones. Había ido yo unos días a Santiago y a mi retorno, tuve la suerte de conversar con el profesor Cunill y de referirle mi feliz experiencia chilena, sin omitirle algunos momentos gastronómicos. Así, le expresé mi gusto por esa maravilla que es la “chirimoya alegre”, en una versión que me había encantado: la pulpa fresca de la sabrosa fruta, extraída por completo de su cubierta y puesta en un plato sobre jugo de naranja. El profesor Cunill se sonrió y me dijo: “A los venezolanos nos queda más rica y la hacemos con guanábana. Es la que a mí me gusta”.  

Su respuesta no solo era la de un compatriota mío, sino también la de un maestro en el tema de las sensibilidades. Esa capacidad suya de ver en nuestros frutos y, en general, de apreciar en nuestra naturaleza señas de memoria y de cultura, lo condujo a explorar nuevos caminos para la geografía y la historia. Ahí está ese monumento que integran los dos tomos de Geohistoria de la sensibilidad venezolana, publicado por la Fundación Polar, con admirable diseño de Álvaro Sotillo y que constituye un mapa vivo de los afectos cotidianos. En su prólogo, dijo José Balza: “…sé que este libro poseerá una singular resonancia: la de convertir lo geográfico es un atributo de todos; la de inquietar a científicos y poetas. Porque creo que nunca antes los vínculos domésticos o intelectivos de nuestra población con su paisaje habían sido recorridos con tanta precisión y pasión”.
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De más está decir que desde el comentario del profesor Cunill acerca del célebre manjar chileno, cuando añoro la chirimoya (cada vez más ausente en nuestros mercados) es la guanábana la que alegra mi mesa.   

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