viernes, julio 01, 2016

Dar su punto a la ensalada

 

Max Aub en el balneario de Las Arenas, 1935
 
Después de muchos años de exilio, el diarista se encuentra en Valencia. Es el 4 septiembre de 1969. “Nada como los caracoles valencianos”, dice, mientras recuerda platos de su tierra y hace algunas comparaciones (“¿Qué se sabe en Valencia de los mariscos de Chile o de los bogavantes de Boston?”). De pronto cae en cuenta de un hecho que, no por elemental (o de Perogrullo), es menos grandioso. Con cierta vanidad, lo apunta: 

…donde el español se la echa al más pintado es precisamente en los platos de ingredientes baratos: nada de particular tienen los sabores ibéricos de la perdiz o el faisán, la tórtola o el salmón, la langosta o la trucha, la liebre o los espárragos –con todos, respetos para los de Aranjuez- lo importante es saber freír los huevos y la merluza, adobar las judías y las patatas, dar su punto a la ensalada y a los garbanzos. 

Deja para el final, este diálogo: 

-Quedan los arroces. Pero mejor es comerlos que hablar de ellos.

-Al fin y al cabo cada pueblo depende de lo que come.
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Dos días después estará en la Cañada y allí, precisamente, comerá paella:  

La paella hecha según los ritos que recomienda ya –o todavía- Martínez Montiño, el cocinero de Su Majestad, plantando la cuchara de palo para ver si se mantiene erecta: si el arroz tiene poca o demasiada agua. 

Alguien dice que trajo unas plantas de la Pobleta y el diarista calla. Sólo anotará en su cuaderno estas palabras tan elocuentes como el silencio: 

La Pobleta. Ya a nadie le dice nada. La Pobleta: el lugar donde estuvo alojado, aquí cerca, Manuel Azaña. Donde estuvo, algún tiempo, la Presidencia de la República. Nadie lo sabe. Nadie se acuerda. Ni falta que les hace. 

Es el gran Max Aub, en su Diario Español, también llamado La gallina ciega.

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