lunes, marzo 27, 2006

Filosofar y aderezar la cena

(Fragmentos de una cocina amorosa)

1. También en la cocina habitan los duendes de la poesía. No creo que haya otro lugar en la casa donde la creación se vuelva cotidiana y donde la imaginación se una al pensamiento para aderezarlo y hacerlo siempre más amable. En la cocina hay ciencia y poesía, álgebra y fuego, deseo y memoria. Sor Juana Inés de la Cruz descubrió en ella los secretos naturales y se lamentó de que Aristóteles no hubiese cocinado nunca. “Si hubiera guisado, mucho más hubiera escrito”, afirmó la inteligente monja, para quien la cocina era un espacio filosófico. “Filosofar y aderezar la cena” era una frase de uno de los Argensola (¿Lupercio?) que a Juana Inés le gustaba repetir.

2. La cocina es albergue. Voy a la cocina y recuerdo un verso de Umberto Saba: “Me accoglie al caldo la cucina”. ¿Dónde está ese verso? Busco Mediterráneas y lo encuentro. Está en el bellísimo poema “Gratitud” que había marcado alguna vez. En él Saba recuerda sus días en Roma y en Milán. En esta última siente la tristeza bajo la nieve, pero también siente más bella la ciudad. Y es allí donde el poeta acude a la cocina buscando calor. Y el calor lo acoge. Ese momento se convirtió después en un verso que recuerdo ahora cuando entro a la cocina de mi casa buscando una metáfora. Y la encuentro.

3. Lezama fuma su tabaco en La Zaragozana. Está feliz por el almuerzo, por la agradable compañía y por el verso que acaba de pensar (“Su casa era el espacio de la mañana”). El pensamiento lezamiano viene con el recuerdo de la cocina de su casa. Ella es el eterno espacio de la mañana en donde su madre hierve la leche y sigue las aromosas costumbres del café.

4. Voy al libro de Lezama donde consigo el verso anterior. Es el comienzo del poema “Nacimiento del día”. Está en Fragmentos a su imán, ese espléndido y milagroso libro final del etrusco de La Habana. Hago la lectura y veo de pronto a la diosa ambarina que regresa y destrenza “graciosamente su cabellera planetaria”. La diosa ambarina entra a la cocina.

5. Las cocinas exageradamente asépticas no son hospitalarias, aunque parezcan de hospital. A mi me gustan las cocinas barrocas. Y si sobrias, me agrada que tengan alguna gracia o algún mínimo desarreglo. Nada que ahuyente a los duendes de la poesía. Nada que frene el trabajo secreto de la imaginación.

6. Recuerdo en este momento la cocina de mi abuela. Para entrar se pasaba por un tinajero que refrescaba con sólo mirarlo. La magia comenzaba allí. Era una cocina pobre pero repleta de viejos utensilios. De ella salían maravillas. Una, el olor del agua de azahar que todavía me subyuga.

7. Sin duda, el centro de la casa es la cocina. Es el lugar del más noble oficio doméstico. De las manos de la oficiante nos viene el alimento sagrado de la vida. Ella nos da el pan y el vino. Ahí está todo.

2 comentarios:

Tecnorrante dijo...

En la casa de mis padres, en Barinas, la cocina es ciertamente el centro de la casa, casi literal y literariamente. Uno sabe que mis padres le tienen confianza y aprecio si lo reciben en la mesa de la cocina y no en la sala. Claro que esto es muy barinés, pero no deja de ser una costumbre sabrosa.

Ya me entraron ganas de comer el picadillo que prepara mi papá.

Abrazos!

Anónimo dijo...

En el festival del teatro de Caracas hay una obra sobre la cocina como espacio. Es del austríaco Peter Hanke y la montó un grupo francés. Si la veo les cuento. Lo que ya sé es que el director habla de la cocina como sitio universal, como sitio para todo.