lunes, junio 11, 2007

Para (no) comerte mejor

Beuys y el coyote



Se veía venir y es que el mercado y la publicidad no conocen ni pudor ni límite algunos. Tanto la cocina como el arte se han unido para dar el paso que, visto bien, no es nada nuevo ni original. Y esto que digo no es una recusación ni un rechazo. Sólo dejo constancia de un hecho: uno de los artistas invitados para la décima segunda edición del célebre salón Documenta, en Kassel (Alemania), es un cocinero. Se le convocó por artista a secas, no por profesional de los fogones. Claro, hace cocina, pero en realidad lo que hace es arte, un arte que emplea materiales culinarios, la cocina como taller y el restaurante como sala de exposición permanente. Se trata, of course, del artista catálán Ferrán Adriá, quien ha brillado en las páginas gastronómicas del mundo, cuando desde siempre debió aparecer también en las de arte, donde ahora ocupará un sitial de honor, como en justicia lo merece su delicado y exquisito oficio que sólo algunos envidiosos se atreven a seguir calificando de artesanal.

Nada nuevo bajo el declinante sol del arte contemporáneo. Grimod de la Reyniére a finales del siglo XVIII ya había hecho de la gastronomía un proceso estético, adelantándose con sus insólitas puestas en escena y sus banquetes dramáticos, a cuanta instalación o performance se le ha ocurrido a la prolongadísima, repetitiva y tediosa vanguardia artística de estos tiempos. Por su parte, los futuristas, con Marinetti a la cabeza y con Fillia como chef, hicieron en Turín su primer espectáculo gastronómico en marzo de 1931 y se convirtieron en los auténticos cultores del arte que se come. Teorizaron y escribieron manifiestos para defender su propuesta de revolución culinaria. Como no había televisión todavía, emplearon la radio para difundir la cocina futurista. Fueron mediáticos, audaces, divos, entusiastas, atrabiliarios y engreídos (cualquier parecido actual es pura coincidencia). Mezclaron lo dulce con lo salado, los pescados con las carnes, las entradas con los postres e iniciaron la retórica de los menús con una imaginación que ya quisieran para sí los escribidores de cartas del “mundo gourmet”. Como todo hay que decirlo, también fueron notable y orgullosamente fascistas.

Cuando Marcel Duchamp introdujo un urinario en un museo inició y agotó al mismo tiempo el discurso del arte conceptual. Primero, la sorpresa y el escándalo. Después, el mimetismo y el fastidio. La montaña de platos sobre un asiento de paja en una galería o en un gran salón de arte servirá desde entonces para que Félix de Azúa, por ejemplo, escriba una letal y sabrosa burla en su famoso Diccionario, pero no para que el público se impacte por lo “subversivo” de las socorridas instalaciones de arte efímero, todas intercambiables, todas anodinas. Beuys, quien estuvo alguna vez en Documenta, pareció arriesgar un poco más con su coyote, y mucho antes que él, Picabia con la plancha caliente sobre el pecho.

El grado cero de la gastronomía es el plato invisible que nos imaginamos comer. También es un modo de percibir la sublime efectividad del arte conceptual. Por eso no es extraño que las espumas de Adriá, o cualquier otra prueba de su ingenio, sean consagradas en Documenta como arte. Todo vale, como diría el filósofo Enrique Santos Discépolo acerca de esta feria del “nonsense” contemporáneo.

Bajada la espuma de Adriá, respirado el aroma de su minimalismo, finalmente terminaremos despertándonos y descubriendo que el hambre, como el terco dinosaurio de Monterroso, sigue ahí.

6 comentarios:

manuel allue dijo...

Estupendo, Freddy, aunque no esté del todo de acuerdo. Cualquiera de las recetas de Marinetti me parecen fantásticas: el Pastel elástico, el Ecuador + Polo Norte o el impresionante cóctel Fuego en la boca que nunca me atrevería a probar. Pero de Adrià hay más (o menos) cosas que decir. Ya he prometido hacerlo y ahora que te he leído veo que no tengo más remedio (y no es ni halago para tí ni pedantería por mi parte, ¡ni mucho menos!). Estoy convencido de que F. Adrà es un artista, desde luego, pero he defendido (puestos a defender algo) que el de Roses se dedica a las Artes aplicadas, lo que antiguamente se llamaban Artes suntuarias, que no son ni mejores ni peores sino que son así. Como el ceramista (¡los hay excelsos!), el tejedor de tapices, el joyero o el guionista de cine. Con esto no quiero decir que haya artes mayores y menores, ni mucho menos, sino que el concepto ya "le vino dado". Lo tomó de los críticos, de los escultores o de algún "performer". Marinetti o Beuys escribían textos programáticos. Ejecutaban "acciones" que son, también, programas en sí. Y ahí están. Con o sin comida.

Sólo he comido una vez (¡bendita!) en El Bulli hace ya muchos años. E iba (íbamos) muy-muy receptivos. Sólo soy capaz de recordar un plato (y hubo bastantes), el gazpacho que a la temporada siguiente bautizó (o subtituló) como "deconstruído". Las recetas de Marinetti no sé bien si se titulan así y, desde luego, no las he cocinado nunca. Pero mi pobre memoria libresca las conservan así, vivas, espléndidas, ajenas al espectáculo.

Seguiría. Ya lo haré (si es que no me canso, porque todo esto es un poco cansino).

Un abrazo, fuerte.

Unknown dijo...

Aunque hay mucho de estética en los platos cuesta considerarlo una obra de arte no tanto por lo efímero sino porque no es único, no deriva solo de la inspiración aunque a veces ésta pueda emparejar bien con otros aspectos (costo, estabilidad de las recetas, posibilidades de los productos, preferencias de los posibles comensales).
Por otro lado la única forma de evaluar completamente la obra del cocinero es probando sus platos, lo que si podemos es reconocer en el caso de Adriá que ha influenciado y aportado nuevas técnicas y ha marcado un antes y un después, luego lo demás es cuestión de gustos, hay para todos y para todas las ocasiones por suerte. Sds.

Anónimo dijo...

Por supuesto que es encomiable el valor de crear, de transgredir la rutina y hacer algo que uno quiere (aunque sólo uno lo quiera), pero no es el problema la corriente, sino el aluvión: las piedrecillas y tierra que el río arrastra y que enturbian el agua, socavan los caminos y dejan todo enfangado.
De hecho, la definición de aluvión no podía ser más clara: MATERIAL NO CONSOLIDADO (disculpen lo gritón).
El problema no es el excéntrico, sino los que le copian para estar "en onda" o "seguir la corriente" (como el aluvión), sin reparar en mantener unos niveles mínimos de honestidad: dar a la gente lo que quiere y en la cantidad justa; o decir de antemano al cliente que coma algo en su casa, como en fiesta de colegio, donde las raciones calcan el grosor de una radiografía.
¿Arte? ¿Que arte más sublime que el de todos los días, que satisface por igual al cuerpo y al espíritu?
Salud

Anónimo dijo...

Cuando se levantó estaba todavía ahí el hambre.

Biscuter dijo...

De acuerdo con todos. Realmente creo que el primer párrafo del post no me salió lo suficientemente irónico. Donde escribí artista quise decir "artista". Donde escribí envidiosos quise decir "envidiosos", es decir, críticos honestos.

Estupendos los comentarios de Manuel acerca de los futuristas. Por cierto, valdría la pena una buena relectura de sus manifiestos.

Tiene razón Oswaldo cuando recusa a los epígonos. Adriá tiene sus méritos, como señala Meiras, quien le atribuye aportes en nuevas técnicas. Los ha hecho, aunque tal vez no perduren más allá de la moda y sus resacas.

El caso Adriá es un hito importante. Creo que sus seguidores frívolos (y también algunos de sus clientes), más temprano que tarde, serán piezas de un parque temático. La historia de la gastronomía seguirá...

Y el dinosaurio de Monterroso también.

Saludos

Martín dijo...

Excelente el tercer párrafo!