Caspar David Friedrich
No se afanan. Hacen lo de siempre y a su hora: pueblan
el jardín.
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Pasa entre las ramas de la enredadera y se
instala en el balcón. Música callada, le dicen.
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Recuerda el triste sonido de un oboe en Hannover
y escribe: “Estamos puestos en una especie de laberinto. No encontramos el hilo
que nos permita salir, y seguramente no es necesario que lo encontremos”.
Es Karl Philipp Moritz, quien deja la pluma un
momento y retorna a su infancia para bañarse en un pozo.
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Detrás de aquellas nubes, una puerta. Si la
abres, podría devolverse la noche.
Aguarda, todo a su tiempo.
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El olor a pan en las calles de una ciudad
querida.
El viento que llega desde su rosa.
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