viernes, julio 05, 2013

El timbal de Lampedusa o un pretexto literario de la gula


Visconti. Cena en El Gatopardo

Lampedusa escribió una de las mejores novelas del siglo XX -la única que salió de su pluma- cuando ya se acercaba a los 60. No fue un escritor profesional, pero era, sin duda, un hombre culto, familiarizado con la literatura de varias lenguas, aficionado a la historia y con un gusto especial por las crónicas y las memorias. Su novela es el resultado de una larga experiencia, de una vida de lecturas y, sobre todo, de una visión ilustrada de la Sicilia que se iba.  
 
El autor llegó a conocer el rechazo de editoriales importantes, pero no el clamoroso éxito que el libro tendría cuando Giorgio Bassani, lector de Feltrinelli, hizo posible su edición en 1958, pues el príncipe falleció un año antes. Triste sí, en especial para quienes firmaron las cartas de devolución del manuscrito. Creo que Elio Vittorini fue uno de ellos. Dios me perdone, si no.  
 
Sin dilación alguna, El Gatopardo se convirtió en un clásico. En el 63 Visconti lo llevó a la pantalla y llovieron las traducciones. Agradó a unos (los más) e incordió a otros. Ernesto Ruffini, Cardenal palermitano, llegó a afirmar que la novela de Lampedusa era una de las tres razones por las cuales Sicilia debía sentirse deshonrada. Las otras dos eran la Mafia y Danilo Dolci. Que Visconti la llevara al cine fue un verdadero escándalo para este purpurado, porque -según él- así se robustecía el escarnio.  
 
Apartando los enojos locales, El Gatopardo fue encumbrándose como una novela que para muchos es un ejemplo magistral del arte narrativo. Lírica y aguda, elegante y clara, esta joya de Lampedusa lleva ya 55 años de esplendor.  
 
Hay quienes ven incrementada su admiración cada vez que vuelven a sus páginas. Me incluyo en ese grupo. Hoy la abrí y fui directamente a la cena del capítulo segundo, porque El Gatopardo también es un pretexto de la gula. 
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El príncipe describió el plato con menos acribia que efusión. Ya había comentado la reacción de los comensales ante la entrada de la enorme bandeja de plata e indicado la alegre sorpresa manifestada por casi todos. Sólo cuatro de los veinte se mantuvieron impasibles. Dos de ellos, por razones obvias: eran los anfitriones; Angélica, por sifrina, y Concetta, por inapetente. Los demás temían la presencia de un bodrio extraño a la tradición gastronómica de la región, una de esos “creaciones” dictadas por la afrancesada moda culinaria del momento. Por eso, celebraron a tambor batiente cuando apareció el opulento timbal de macarrones, ese portentoso pastel de la Campania y de la Magna Grecia, capaz de hacernos sentir que al consumirlo podemos pasar, sin más, un mes completo. Así lo expresó el organista, entornando los ojos y extasiado ante la suculencia del plato. El arcipreste no dijo nada, pero se santiguó y se lanzó de cabeza sobre el alimento. No comía. Devoraba. 
 
Angélica dejó a un lado la afectación y las maneras aprendidas en la Toscana, para dedicarse al hábil y rápido manejo del tenedor. Tancredi fantaseó con besos de Angélica que supieran a ese timbal, y, como bien lo dijo el príncipe, intentó “unir la galantería con la gula”.  
 
No era para menos el festín. Recordemos las palabras que el autor le dedicó al plato y sepamos por qué cundió la hiperestesia en esa mesa:  
 
El oro bruñido de la costra tostada, la fragancia de azúcar y canela que trascendía, no eran más que el preludio de la sensación de deleite que se liberaba del interior cuando el cuchillo rompía la tostadita capa: surgía primero un vapor cargado de aromas y asomaban luego los menudillos de pollo, los huevecillos duros, las hilachas de jamón, de pollo y el picadillo de trufa en la masa untuosa, muy caliente, de los macarrones cortados, cuyo extracto de carne daba un precioso color de gamuza”. 
 
Nada que agregar. Todos los sentidos son, a veces, un sentido: el gusto, infinito y tentacular. Desde esas líneas, el timbal de macarrones comenzó a exhibir un precioso linaje literario.  
 
Visconti se encargó de recrearlas para que los lectores de El Gatopardo disfrutaran aún más la lenta poesía del libro y la comida.

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