jueves, septiembre 11, 2014

Aquella cena


Habían llegado temprano al partido de La Matanza, donde cenaron juntos esa noche. No sabemos con exactitud qué comieron, pero es de suponer que uno de ellos prefirió la frescura de una ensalada con adecuado y límpido aderezo, mientras el otro no se rehusó al cordero patagónico, que el cocinero, contratado sólo para esa noche, les había ofrecido por la tarde. Estaban en una amplia quinta, alquilada para pasar unos días lejos de la atareada capital.  

Los dos amigos hicieron una  larga y animada sobremesa. El hombre de cuarenta años tomaba agua. El de veinticinco, oporto. Aunque esos detalles no aparecen en la célebre noticia que el primero elaboró, los consigno acá por respeto al diligente cocinero, cuya presencia fue preterida en el famoso informe y, además, porque tengo para mí que si esa cena no hubiese estado a la altura de ambos paladares, no habría ocurrido lo que ahora todos celebramos.  

Lo sucedido esa noche ha dado lugar a numerosas tesis doctorales y a una copiosa reescritura de ardides literarios que no parecen agotados todavía. Si a ello agregamos la repercusión que en diversos centros de investigación científica sigue teniendo lo allí descubierto, nadie podrá restarle importancia a este intento de subsanar ciertas omisiones, por más ocioso que parezca. Creo que la gastronómica destaca entre ellas.  

Es sabido que a la medianoche, antes de que uno de los comensales partiera a Buenos Aires, un espejo los acechó desde el fondo de un corredor. En ese espejo también se reflejaron unos platos y unas copas.  

El juego para acercarse a ellos apenas comienza.

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