Virginia Woolf fotografiada por Man Ray en 1937
El episodio de la ida a Londres para comprar té
chino y jengibre azucarado, se lo inventó Cunningham, pero tiene todos los
rasgos de una indiscutible certeza “virginiana”. Bien podría decirse que de los
diarios de la escritora fue surgiendo la novela. En la película de Daldry la
orden del mandado es una magnífica escena, como en el libro de Cunningham lo es
la llegada de la díscola Nellie Boxall con la encomienda.
Recordemos:
“-Buenas tardes, señora Bell, dice con la
estudiada calma de un verdugo.
He aquí a
Nelly con el té y el jengibre y he aquí, para siempre, a Virginia,
indeciblemente feliz, más que feliz, viva, sentada con Vanessa en la cocina en
un día ordinario de primavera mientras Nelly, la subyugada reina amazona,
muestra lo que la han obligado a traer.
Nelly se
da vuelta y aunque no es su costumbre, Virginia se inclina hacia adelante y le
da un beso a Vanessa en los labios. Es un beso inocente, pero justo en este
instante, en esta cocina, a espaldas de Nelly, se siente como el más delicioso
y prohibido de los placeres. Vanessa devuelve el beso”.
--
Un capítulo más adelante Michael Cunningham
mostrará a Nelly, ufana, preparando la cena. La describirá “misteriosamente
jovial” y canturreando. Se preguntará: “¿Será posible que disfrute el que la hayan
mandado a un encargo sin sentido, que saboree tanto la injusticia del gesto y
se sienta impelida a cantar en la cocina?”.
Después sabremos que Nelly solía esperar, “con
impaciencia, casi con alegría, la oportunidad de acumular nuevos motivos de
queja”. Yo sospecho (es un decir, porque parece obvio) que cocinar la hacía
feliz, como a toda cocinera que en realidad lo sea.
Mientras tanto, Leonard escribe en su estudio y
Virginia, frente a una ventana del salón, contempla la súbita llegada del
atardecer.
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(La glosa anterior deriva toda de Las
horas, la estupenda novela de Michael Cunningham sobre el mundo íntimo
de Virginia Woolf. A partir de ese libro, Stephen Daldry hizo la conocida
película del mismo nombre).
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