Lydia Lopokova y John Maynard Keynes
Nelly oyó que llegaban los periódicos, pero también
que la misma señora había salido a recogerlos. Se alegró. Mientras la señora
Woolf lee la prensa, con su vaso de leche al lado, y su cigarro, ella podrá
seguir por un rato más haciendo anotaciones en su diario. Sabe que después de
la lectura, la señora no irá a la cocina, pues en estos días un nuevo libro la
tiene acaparada. Ahora escribe más
rápido y tira menos páginas al cesto. Casi no para. Parece que ese “faro” fluye
más que “la señora Dalloway”.
Como no quiere olvidar ningún detalle, Nelly apunta en su cuaderno:
Como no quiere olvidar ningún detalle, Nelly apunta en su cuaderno:
“1925. Septiembre,
hoy. Anoche vinieron a cenar los recién casados Keynes. Aunque la señora no lo
dispuso así, de postre preparé un fool de frambuesas. ¡Cómo le gusta el fool al
señor Maynard! Creo que todos quedaron satisfechos, pero él me pidió un poco
más, aprovechando que su esposa contaba algo de sus padres en Rusia y los
comensales estaban muy atentos. Aparte de que me hizo feliz que el señor
Maynard repitiera el postre, aproveché para escucharle a su esposa que ahora en
Rusia los campesinos son propietarios de la tierra y que muchos pobres comen
con la vajilla de los zares. También oí que hay espías por todas partes, pero
que respetan el ballet. Eso le gusta a la señora Lydia Lopokova (creo que ese
es el apellido de soltera de la señora Keynes), porque ella es bailarina.
Hablaron de un tal Zinoviev y el señor Woolf dijo que era judío y cosmopolita.
Debo dejar
hasta aquí mis apuntes. Quería decir por qué me cae bien el señor Maynard, pero
no me acordaba de que hoy tengo que aconsejar a Lottie sobre su matrimonio. Lily,
la chica que viene a ayudar en nuestras labores, hará las camas, pero no puede
hacer nada en la cocina. La señora Woolf dice que ella no está preparada para
la vida, pues no sabe batir un huevo ni asar una patata. Y tiene razón”.
Nelly cerró el cuaderno, salió de su habitación
y oyó que un estornino se aplicaba sobre el manzano. Se dijo: “Hoy sí me dignaré
a hacer mermelada de naranja. Si cumplí con un antojo del señor Keynes, ¿por
qué no hacerlo con el de mi señora?”.
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Tres años después, en el prólogo de Orlando,
entre los personas “demasiado ilustres” que Virginia Woolf mencionó para
agradecerles la ayuda en la escritura de la novela, los nombres de Nellie
Boxall y de John Maynard Keynes aparecieron juntos, y en ese orden.
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