Cuchi me ha pedido que la acompañe en un recorrido por la narrativa venezolana, pero con una condición: que apunte las referencias a alimentos o comidas que encuentre durante ese paseo. Doy cuenta de mi primera y rápida salida:
1. Llega un extranjero a uno de esos “pueblos tristes” que cantaría después Otilio y que el autor de esta novela califica exactamente igual. No llega solo el hombre extraño. Lo acompañan una mujer y dos niñas, que no son ni su mujer ni sus hijas. Se alojan en el “Gran Hotel” del pueblo. Cuando Rómulo Gallegos pasa a hablar de las solteronas dueñas de ese hotel (“el hotel de las Simozas”) nos proporciona las primeras referencias que andamos buscando: Obdulia, era la encargada de la cocina, en la que se la pasaba todo el día “riñendo con las cocineras, probándoles los guisos, que siempre tendían a quedarles desabridos o salados y amargos como las propias salmueras, desollándose los brazos con los chisporroteos de la sartén, asándose los dedos junto con la carne a la parrilla, quemándose la sangre con los enfurecimientos que las fregonas la hacían coger a cada plato roto o desportillado contra el fregadero”. Cuando Gallegos pasa a darnos noticias de la otra, de Ramitos, la cosa mejora, a pesar de que la alusión a nuestra tema sea más breve. Ramitos tenía a su cargo la atención de los huéspedes “y a las horas de comer rondaba de mesa en mesa, haciéndoles preguntas amables sobre cómo les había gustado la olleta o la berenjena en salsa de tomate, que eran especialidades de Obdulia”. He allí lo valioso de la cita galleguiana: dos platos, por lo menos y, sobre todo, lo que ellos significan para los estudiosos del gusto gastronómico. Más adelante nos toparemos en El Forastero (es esa la novela, desde luego) con unas escudillas de leche de cabra, unas yucas sancochadas, algún chivito adobado y con escudillas de chocolate con pan y queso “para la frugal comida de sobretarde”.
2. Una comida galleguiana se prolonga durante varias páginas pero no llegamos a saber qué está comiendo la familia. Apenas logramos enterarnos de que en la mesa había pan y eso porque dos de los comensales (Cecilio y Luisana) se pusieron a hacer bolitas con las migas. Nada más. Ni una referencia a la bebida. Esto ocurre en Pobre negro donde el autor prefirió informarnos de lo que se hablaba en la mesa pero no de lo que se ingería. Pienso que estas omisiones las vamos a encontrar muchas veces en nuestra narrativa.
3. La niña ha estado enferma y ya parece recuperada porque le han permitido salir a comer con todos. Es la hora del almuerzo y en esa casa de la Candelaria caraqueña nos vamos a encontrar con dos delicias: una, del gusto y otra del olfato. La primera nos la otorga la dulcería criolla, concretamente, el alfondoque de Guatire. Y es que Ana Isabel, “la niña decente” está recordando en este instante, antes de sentarse a la mesa, un pregón callejero: “¡De Guatire el alfondoque!” y toda la información que le seguía en un grito “largo y cadencioso”. La segunda delicia es absolutamente tentadora: “el perfume de la yerbabuena que se esparce por el comedor”. Ana Isabel lo aspira con los labios entreabiertos y se siente como recién nacida y Antonia Palacios acaba de agregarle sazón a mis lecturas.
1. Llega un extranjero a uno de esos “pueblos tristes” que cantaría después Otilio y que el autor de esta novela califica exactamente igual. No llega solo el hombre extraño. Lo acompañan una mujer y dos niñas, que no son ni su mujer ni sus hijas. Se alojan en el “Gran Hotel” del pueblo. Cuando Rómulo Gallegos pasa a hablar de las solteronas dueñas de ese hotel (“el hotel de las Simozas”) nos proporciona las primeras referencias que andamos buscando: Obdulia, era la encargada de la cocina, en la que se la pasaba todo el día “riñendo con las cocineras, probándoles los guisos, que siempre tendían a quedarles desabridos o salados y amargos como las propias salmueras, desollándose los brazos con los chisporroteos de la sartén, asándose los dedos junto con la carne a la parrilla, quemándose la sangre con los enfurecimientos que las fregonas la hacían coger a cada plato roto o desportillado contra el fregadero”. Cuando Gallegos pasa a darnos noticias de la otra, de Ramitos, la cosa mejora, a pesar de que la alusión a nuestra tema sea más breve. Ramitos tenía a su cargo la atención de los huéspedes “y a las horas de comer rondaba de mesa en mesa, haciéndoles preguntas amables sobre cómo les había gustado la olleta o la berenjena en salsa de tomate, que eran especialidades de Obdulia”. He allí lo valioso de la cita galleguiana: dos platos, por lo menos y, sobre todo, lo que ellos significan para los estudiosos del gusto gastronómico. Más adelante nos toparemos en El Forastero (es esa la novela, desde luego) con unas escudillas de leche de cabra, unas yucas sancochadas, algún chivito adobado y con escudillas de chocolate con pan y queso “para la frugal comida de sobretarde”.
2. Una comida galleguiana se prolonga durante varias páginas pero no llegamos a saber qué está comiendo la familia. Apenas logramos enterarnos de que en la mesa había pan y eso porque dos de los comensales (Cecilio y Luisana) se pusieron a hacer bolitas con las migas. Nada más. Ni una referencia a la bebida. Esto ocurre en Pobre negro donde el autor prefirió informarnos de lo que se hablaba en la mesa pero no de lo que se ingería. Pienso que estas omisiones las vamos a encontrar muchas veces en nuestra narrativa.
3. La niña ha estado enferma y ya parece recuperada porque le han permitido salir a comer con todos. Es la hora del almuerzo y en esa casa de la Candelaria caraqueña nos vamos a encontrar con dos delicias: una, del gusto y otra del olfato. La primera nos la otorga la dulcería criolla, concretamente, el alfondoque de Guatire. Y es que Ana Isabel, “la niña decente” está recordando en este instante, antes de sentarse a la mesa, un pregón callejero: “¡De Guatire el alfondoque!” y toda la información que le seguía en un grito “largo y cadencioso”. La segunda delicia es absolutamente tentadora: “el perfume de la yerbabuena que se esparce por el comedor”. Ana Isabel lo aspira con los labios entreabiertos y se siente como recién nacida y Antonia Palacios acaba de agregarle sazón a mis lecturas.
P. D: Sin duda Cuchi está arrimando la brasa para su sardina: ha comenzado el año en Salsipuedes profundizando su línea de investigación de literatura y gastronomía, para lo cual contará con personas especialmente dedicadas a ese grato trabajo. Buscar en la literatura de ficción venezolana huellas de nuestras costumbres y prácticas alimentarias a lo largo del tiempo es una tarea útil, como se ha demostrado antes en el país, aunque casi siempre de manera aislada.
7 comentarios:
Me encanta, como siempre!
Les recomiendo:
Filosofía en la cocina de Francesca Rigotti Editorial Herder
La amante Gourmet de Andreas Stäikos
Editorial Zendrera Zariquey
El diente del Parnaso. Manjare y menjunjes del letrado peruano. Editorial Peisa.
Mil cariños!
¡Coño que gran idea!
Sería maravilloso que los blogueros hagamos juntos este trabajo y quizás terminemos con un festival en la UNEY. Solo imaginarme que cocinemos los platos de mi admirado Renato Rodríguez o lo que planrtea para señoras Don Tulio Febres, hace que la boca se me haga agua.
Sumito (info@sumitoestevez.com)
Muchas gracias, Mil orillas, por tus recomendaciones. Buscaremos esos libros cuyos títulos prometen.
Y muchas gracias, Sumito: ya has realizado dos aportes (Renato y don Tulio). Así que comenzaste la participación activa de los blogueros en este proyecto. Bienvenidas tus sugerencias.
Esperamos que los demás se animen.
De nuevo gracias a ambos.
Ana Isabel "una niña decente" novela que marco mi vida y mi historia.. interesante propuesta la de investigar dentro de nuestra propia literatura.. saludos afectusos
Lamentablemente no tengo el libro a la mano para dar mayores detalles,pero recuerdo claramente en un libro de cronicas de Aristides Rojas(Historias de Caracas?)el recuento de un gran acontecimiento en la Caracas colonial:la primera taza de cafe q se sirvio en nuestra ciudad,en La Floresta(Hacienda Blandin)Tambien hay un capitulo en el q hace un inventario del menu de los velorios.Es muy divertido.
Alonso Nunez
No entiendo nada
Gracias, Alonso. Recuerdo la cróncia de la primera taza de café "en el Valle de Caracas". Buscaré la de los velorios.
Saludos a todos.
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