jueves, mayo 22, 2014

La comida "terrible" o al diablo no se la da la buena mesa


Maurice Evans en Rosemary's Baby. Roman Polanski, 1968
 
Desde que la vi en el Obelisco hará unos 44 años, nunca ha dejado de aterrarme. Confieso que en la última década la tuve un poco olvidada, pero esta tarde, sin aviso alguno, irrumpió en mi memoria un detalle que me hizo buscarla nuevamente.  

Hace un año hablé de ella, a propósito de la atanasia, pero esa vez recordé sólo la “temible” raíz, pensando más en la palabra que en su uso. Suelo mencionarla, además, con relativa frecuencia, al punto de que en casa está incluida entre los “temas” con los que supuestamente fatigo a las personas más cercanas. Pues bien, no fue el “tanaceto” el detalle de El bebé de Rosemary que hoy me visitó. Fue un momento realmente gastronómico que había olvidado por completo: la primera comida de la película. En rigor, la única apetecible y suculenta comida de todo el filme.  

Después de disfrutar el extraordinario comienzo que urdió Polanski para meternos en el Dakota, con Mia Farrow tarareando una nana compuesta por Komeda, y de ser guiado por el querido Elisha Cook jr., en rol de Caronte neoyorquino, la decisión de verla completa ya estaba tomada, aunque estuviese a escasos minutos de la ansiada escena. Al terminar, confirmé mi afecto por esta magnífica obra del polaco y sentí que ella y el amplísimo entorno simbólico que la rodea, siguen creciendo.
 --

La escena buscada y su contraste con otra -igualmente gastronómica-, me depararon la sospecha de una hipótesis: al diablo no se le da la buena mesa. Esta versión del Bajísimo, hábil para el uso utilitario de los menjurjes, muestra una enorme inepcia para la cocción alimentaria y cierta preferencia por lo crudo. Pero como todo hay que decirlo, no puedo omitir los innegables méritos del Maligno como barman. Cuando los esposos Castevet reciben en su apartamento a los Woodhouse para la cena con la que dan inicio a su “amistad” vecinal, Mr. Castevet (Sidney Blackmer) se luce en la preparación de una bebida desconocida por los invitados. Será lo único rescatable en el consumo de esa noche, por parte de Rosemary (Mia Farrow) y Guy (John Cassavetes), quienes al llegar a su apartamento, no sólo se burlan de la dispar vajilla, sino que lamentan lo incomible de la carne (Rosemary apenas la prueba) y lo espantoso del postre. Guy, por “educación”, se comería dos trozos de la torta, para no hacerle un desaire a Minnie Castevet, quien insistió en allegarle el segundo pedazo del engrudo.  

En verdad, el coctel que el Siniestro les dio a beber (y conocer) mereció el indulto de la acerba crítica. Era un Vodka Blush. Mr. Castevet les informó, además, que esa combinación de vodka, jugo de lima y granadina, era una bebida muy popular en Australia, dicho todo con su sapiencia, tanto de diablo como de viejo. Sin duda, ese tanto etílico, fue muy bien ganado por Belcebú.
 -- 

Apenas dos minutos (o menos) dura la escena que hoy me llevó a ver de nuevo la película. Hutch (Maurice Evans), buen amigo de Rosemary los recibe en su casa. No los vemos llegar. El momento se inicia en la cocina, cuando Hutch, hombre bueno y culto, está sacando del horno lo que van a comer esa noche: una prodigiosa pierna de cordero que Hutch lleva hasta la mesa. Se ve tan provocativa, que puedo jurarles que sentí su olor. El anfitrión se encarga de trincharla y de servirla en cada plato, bajo la voraz mirada de los comensales . Hasta el espectador menos goloso no deja de sentir la tentación de hincarle el diente. Todavía nadie sabe que esa es la única oportunidad de comer sabroso en la película.

El diálogo en la mesa discurre acerca del edificio al que han decidido mudarse Rosemary y Guy. Hutch les explica que allí han pasado cosas terribles y que en una ocasión vivió en uno de sus apartamentos un célebre brujo llamado Adrian Marcato, quien proclamaba haber suscrito un pacto con el diablo. Mientras les va contando algunos horrores del Dakota (Bramford en el filme), Hutch termina de servir.  

 Tras la mención de una las historias más pavorosas, Rosemary exclama: “Fantástico” (“terrific”) y su marido le pregunta: “¿La casa”.  

La respuesta, concentrada como estaba ella en lo suyo, fue el sello definitivo de la (es)cena:  

“El cordero”. 
 --

P. D: Una noche Mrs. Castevet les lleva a los esposos Woodhouse una mousse de chocolate. La ocasión propicia un chiste verbal de Guy: no es mousse de chocolate, sino “chocolate mouse”, porque a ella (Mrs. Castevet) la llaman Minnie. De más está añadir que la mousse tenía un sabor rarísimo, como de inmediato lo apreció Rosemary, de cuyos sentidos parte el hilo narrativo de la formidable película de Roman Polanski.

No hay comentarios.: