martes, mayo 13, 2014

La escritora con zapatos de Ferragamo también cocina


 
Hará unos cinco años Cristina Barros me habló de ella con admiración y afecto. Yo le había preguntado por sus libros y por su interés en temas gastronómicos, una devoción que ambas cultivan con placer. Desde luego, también le inquirí su opinión acerca de otras vetas fabulosas de la novelista, como las de la música y el diseño de modas.  

Me refirió que entre Margo Glantz –de ella se trata- y Rosario Castellanos, se repartían los liderazgos docentes en la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas, cuando a Cristina le tocó ser alumna de la segunda. Por eso, su acercamiento a la autora de El rastro (novela en la que aparece, por cierto, Glenn Gould) fue menos por vía académica que familiar.  

En un bello texto incluido en el libro Margo Glantz, 45 años de docencia, encontré poco más tarde que esos recuerdos de Cristina Barros estaban plasmados en un texto titulado “Filosofías de cocina”. Además de resaltar los orígenes del amor de Glantz por los fogones, nos reveló allí que sus conversaciones con la escritora, nunca dejan por fuera el tema de la cocina. Y si leemos el siguiente párrafo del hermoso testimonio de Cristina, entenderemos que no podía ser de otro modo: 

Quien ha estado en casa de Margo sabe que no sólo es generosa y magnífica anfitriona, sino que disfruta creando y recreando platillos, jugando a la alquimia con las especias, los olores y los sabores, y compartiendo saberes con la mayora Mary”.
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En uno de sus libros más queridos, Las genealogías, Margo Glantz conversa largamente con sus padres y recrea la mesa de la casa, pero también la del restaurante que tuvieron en la Zona Rosa: el “Carmel”, un sitio privilegiado para el encuentro de intelectuales y artistas, y para el goce de diversos “strudels”, de bolitas de “matzhe mel” y de otras delicias de la tradición gastronómica de unos judíos provenientes de Ucrania.  

Con palabras amables y recuerdos que fulguran, la autora escribió en esas páginas:  

Sin cocina no hay pueblo. Sin pan nuestro de cada día tampoco. Por eso dice Bernal Díaz refiriéndose a la tortilla ´el pan de maíz que ellos hacían´. Me lo sé de memoria y casi puedo decir que por mis venas corre harina, pero eso pertenece a otro costal, al del Carmel, donde había unos bocaditos de chocolate, por dentro y por fuera como los ataúdes, amenizados con nueces y con un licor que los empapaba y que bien podía ser coñac o ron. Yo les llamaba orgasmos. No lloro, nomás me acuerdo”.
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Margo le preguntó un día a su madre cómo se hacían los “gribelaj” y la  respuesta fue: 

Los gribelaj son de grasa de pollo, se corta en pedazos, se pone en lumbre con un poco de sal y cuando se empieza a dorar se pone la cebolla, se fríe tantito, se sacan los gribelaj tostaditos y se comen y ya”. 

Al “Carmel” llegaba Pita Amor con joyas y vestidos rasgados, a comprar cuernitos de nuez. A Las genealogías de Margo Glantz, su preciosa autobiografía doméstica, llegamos escoteros los lectores, a comer literatura de la buena.
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P.D: Según Cristina Barros, uno de los platos que mejor se le da a Margo Glantz, es el lomo de cerdo en guayaba. En alguna ocasión, en la columna “Itacate”, que Cristina y su esposo Marco Buenrostro tienen en el diario La Jornada, pusieron la receta.

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