lunes, agosto 03, 2015

La comida en El resplandor


Wendy (Shelley Duvall) le lleva el desayuno a Jack en El resplandor
Lo primero: la vista del Lago Saint Mary en el Parque Nacional Glacier y el recuerdo de las magníficas fotos que Ansel Adams tomó de ese paisaje. Una música estupenda acompaña la subida hacia las montañas que pronto estarán nevadas. Todo lo vemos desde arriba y es bella la música, pero uno, como ya sabe lo que viene, la percibe llena de anuncios ominosos. Es una versión del Dies irae.
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En el primer desayuno, sólo sándwich de jamón y un vaso de leche para el niño. El segundo, ya en el hotel, y en la cama, huevos fritos con la yema blanda, tocineta, tostadas, mermelada, café y jugo de naranja. Depués del primer sorbo de jugo, Mr. Torrance (Jack Nicholson) moja una lonjita de bacon en la yema. Apetece de sólo mirarla.
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“Pueden quedarse un año aquí y no tienen que repetir el menú”. Es la frase con la que Scatman Crothers, el jefe de cocina del hotel, precede la entrada al frigorífico. Ya adentro, señala y enumera: 15 paletas, 30 bolsas de hamburguesas, 20 piernas de cordero, 12 pavos, 40 pollos, 50 sirloin steaks... 

Lo dejo hasta ahí, para no incurrir en la posibilidad de analogías tristes y cercanas.
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En un diálogo, tras la visita a la cava de carnes y a la despensa de conservas y enlatados, se menciona por vez primera “el resplandor”. Creo que una comparación culinaria que allí se hace puede iluminar una posible lectura del filme: “De lo que pasó quedaron huellas. Éstas son como el olor a quemado cuando se tuesta el pan en demasía”.  

Antes, como se dijo, habíamos asistido a la vista gloriosa de los alimentos. Ahora, ante la ya disfrutada copa de un helado de chocolate, el misterio de la habitación 237.
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Algunos cazadores de goteras fílmicas, dedicados a hablar del hotel, olvidan una figura borgeana que Kubrick usó con maestría: el laberinto. Toda la película lo es. ¿Por qué no habría de serlo el edificio mismo que es también un personaje? Por cierto, la primera invocación al laberinto es de Wendy (Shelley Duvall) y la hace para referirse a la cocina.
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Por último, un recuerdo o un simple guiño para viciosos, entre los que me incluyo, sin remedio: en la muy provista despensa, en medio de latas y cajas de diversas salsas, y en uno de los momentos de mayor tensión, es posible divisar dos veces el esplendor de unas galletas Oreo. “Lo máximo”, diría una de mis sobrinas, quien también disfrutó de El resplandor de Kubrick, esa maravilla, cuyos altibajos son en sí mismos una muestra de su perenne gracia.

1 comentario:

Douglas Jiménez dijo...

Creo haber comentado en tu cuenta Facebook que el recurso del laberinto era no solo borgeano, sino también lúdico, lo que facilitaba al niño usarlo ventajosamente en su propia defensa. A King, el novelista, no le gustó este final pues se aferraba al del texto con setos en formas animales que adquirían vida animada. Para desquitarse dirigió (o solo produjo, no me acuerdo) su propia versión que -como era de suponer- pocos la recuerdan ya.