Wendy (Shelley Duvall) le lleva el desayuno a Jack en El resplandor
Lo primero: la vista del Lago Saint Mary en el
Parque Nacional Glacier y el recuerdo de las magníficas fotos que Ansel Adams
tomó de ese paisaje. Una música estupenda acompaña la subida hacia las montañas
que pronto estarán nevadas. Todo lo vemos desde arriba y es bella la música,
pero uno, como ya sabe lo que viene, la percibe llena de anuncios ominosos. Es
una versión del Dies irae.
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En el primer desayuno, sólo sándwich de jamón y
un vaso de leche para el niño. El segundo, ya en el hotel, y en la cama, huevos
fritos con la yema blanda, tocineta, tostadas, mermelada, café y jugo de
naranja. Depués del primer sorbo de jugo, Mr. Torrance (Jack Nicholson) moja
una lonjita de bacon en la yema. Apetece de sólo mirarla.
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“Pueden quedarse un año aquí y no tienen que
repetir el menú”. Es la frase con la que Scatman Crothers, el jefe de cocina
del hotel, precede la entrada al frigorífico. Ya adentro, señala y enumera: 15
paletas, 30 bolsas de hamburguesas, 20 piernas de cordero, 12 pavos, 40 pollos,
50 sirloin steaks...
Lo dejo hasta ahí, para no incurrir en la
posibilidad de analogías tristes y cercanas.
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En un diálogo, tras la visita a la cava de
carnes y a la despensa de conservas y enlatados, se menciona por vez primera
“el resplandor”. Creo que una comparación culinaria que allí se hace puede
iluminar una posible lectura del filme: “De lo que pasó quedaron huellas. Éstas
son como el olor a quemado cuando se tuesta el pan en demasía”.
Antes, como se dijo, habíamos asistido a la
vista gloriosa de los alimentos. Ahora, ante la ya disfrutada copa de un helado
de chocolate, el misterio de la habitación 237.
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Algunos cazadores de goteras fílmicas, dedicados
a hablar del hotel, olvidan una figura borgeana que Kubrick usó con maestría:
el laberinto. Toda la película lo es. ¿Por qué no habría de serlo el edificio
mismo que es también un personaje? Por cierto, la primera invocación al
laberinto es de Wendy (Shelley Duvall) y la hace para referirse a la cocina.
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Por último, un recuerdo o un simple guiño para
viciosos, entre los que me incluyo, sin remedio: en la muy provista despensa,
en medio de latas y cajas de diversas salsas, y en uno de los momentos de mayor
tensión, es posible divisar dos veces el esplendor de unas galletas Oreo. “Lo
máximo”, diría una de mis sobrinas, quien también disfrutó de El
resplandor de Kubrick, esa maravilla, cuyos altibajos son en sí mismos
una muestra de su perenne gracia.
1 comentario:
Creo haber comentado en tu cuenta Facebook que el recurso del laberinto era no solo borgeano, sino también lúdico, lo que facilitaba al niño usarlo ventajosamente en su propia defensa. A King, el novelista, no le gustó este final pues se aferraba al del texto con setos en formas animales que adquirían vida animada. Para desquitarse dirigió (o solo produjo, no me acuerdo) su propia versión que -como era de suponer- pocos la recuerdan ya.
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