sábado, abril 19, 2014

De la ingravidez y el chocolate



Laura Betti levitando en Teorema, de Pasolini


Caracas, 1968.

Cuando le comenté el pasaje del chocolate, lo primero que Toto me dijo fue que él también conocía una fórmula para levitar.  Lo halagué, preguntándole:

-¿Tan buena como su “Delmara”, que cura las enfermedades de piel?

-Mejor, me dijo.

Guardó silencio. Por un momento pensé que buscaba en su memoria los componentes de la pócima, hasta que -como retornando de un viaje- comentó:

-Acabo de ver a mi mamá… Pero anda tú, busca el párrafo del chocolate.

Abrí el libro y leí:

-Un momento –dijo. Ahora vamos a presenciar una prueba irrefutable del infinito poder de Dios.

El muchacho que había ayudado a misa le llevó una taza de chocolate espeso y humeante que él se tomó sin respirar. Luego se limpió los labios con un pañuelo que sacó de la manga, extendió los brazos y cerró los ojos. Entonces el padre Nicanor se elevó doce centímetros sobre el nivel del suelo”.
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Toto de Lima le dispensó a García Márquez una sonrisa cómplice. Ese fue todo su comentario. De inmediato me llevó al laboratorio y puso en mis manos un pequeño frasco, diciéndome:

-Aquí están tus doce centímetros de soledad. Pero cuidado, no vayas a usarlos todavía. Ten paciencia.  

Cosas de Toto, me dije en silencio. Al retirarme vi, como siempre, el gran retrato de doña Clotilde Lara, madre de los De Lima.
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San Felipe, 2011.

Una tarde, preparando con Vladimir Delgado la programación del cine-club “En construcción”, le pedí que buscara a Pasolini. Le encomendé especialmente Teorema. A los pocos minutos yo tenía en mis manos una copia de la película, que, con otras, me llevé para verlas esa noche. Me entretuve primero con  Uccellacci e uccellini y recordé a Mariano Álvarez  cantando los créditos iniciales de la película, después de haberla visto en Caracas, en el año 71. Cuando salimos del Cine Prensa, Marianito no dejaba de decir: “…dirigendo rischiò la reputazione Pier Paolo Pasolini” y yo le respondía: “Uccellacci e uccellini”.

Cuando llegué a Teorema ya tenía mucho sueño, pero persistí, casi en vano. Sólo me despabilé al ver a Laura Betti bebiéndose el menjurje de pringamosa que le ofrecieron los niños, y esperé la escena que deseaba: la de la levitación. Ahí estaba Laura, muy por encima del techo de la casa, mientras las campanas celebraban el milagro.
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Diez años antes del reencuentro con esa escena, sin buscarlo, apareció en una cesta de libros el frasquito que mi maestro Toto de Lima me dio aquella tarde remota. Le referí la historia a Eduardo Gil, quien por entonces guiaba el teatro de la universidad sanfelipeña. Ambos convenimos en que valdría la pena hacer la prueba. Se lo comentamos a Elsy Loyo, nuestra primera actriz y directora, porque nos parecía la persona con los atributos indicados para el experimento. Ella convino, y optó por el chocolate. Le pedimos a Cuchi que lo preparara con soconusco. No sabemos si le agregó alguna yerba o alguna gota del bebedizo de Toto. Lo cierto es que Elsy no nos defraudó. En un ensayo privado la vimos elevarse poco más de diez centímetros. Nos asustamos, desde luego, y no lo hicimos más. Los cuatro guardamos el secreto.
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Después de haber visto la escena de Laura Betti, sentí confianza en la fórmula de Toto. Puse unas gotas de “Levilima” (así se me ocurre que podría llamarse) en una taza de chocolate y bebí.

Alguna alteración produjo el tiempo en la pócima, porque, ni yo mismo me percaté de mi levitación, que una sola persona -entre muchas-, para usarla en mi contra, afirma en San Felipe haberla visto. Pero, como dijo famosamente Billy Wilder, “esa es otra historia”.

Sigamos, por ahora, probando con el chocolate “espeso y humeante” del padre Nicanor, en la soledad de Macondo.  

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