Moreno Carbonero: Sancho Panza en el festín de Barataria
(Tres recuerdos de comidas en Cien
años de soledad)
En el intento por establecer algunas de sus
costumbres de niña educada, Fernanda del Carpio logró acabar en casa de los
Buendía con el hábito de comer en la cocina a cualquier hora. Impuso la norma
de hacerlo sólo en la mesa grande del comedor y a horas exactas, sin
anticipaciones ni demoras, para no fomentar el arbitrio. Adicionalmente, incorporó
el uso de manteles de lino, candelabros, servicio de plata, y el inmancable rezo
de oraciones antes de la cena.
Esa “sifrinería” de Fernanda hizo que circulara
en Macondo “el rumor de que los Buendía
no se sentaban a la mesa como los otros mortales, sino que habían convertido el
acto de comer en una misa mayor”.
El viejo coronel “alcanzó a darse cuenta de
aquellos cambios” y dijo:
“Nos estamos volviendo gente fina”
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Para recibir a los forasteros, la cocina de los
Buendía siempre estaba lista. Úrsula, ya anciana, ordenaba: “hay que hacer
carne y pescado” y las cuatro cocineras, bajo la dirección de Sofía de la
Piedad, se afanaban en prepararlo todo, “porque
nunca se sabe qué quieren comer los que vienen”. La descripción es una delicia.
Recordemos:
“El tren
llegaba a la hora de más calor. Al almuerzo, la casa trepidaba con un alboroto
de mercado, y los sudorosos comensales, que ni siquiera sabían quiénes eran sus
anfitriones, irrumpían en tropel para ocupar los mejores puestos en la mesa,
mientras las cocineras tropezaban entre sí con las enormes ollas de sopa, los
calderos de carnes, las bangañas de legumbres, las bateas de arroz, y repartían
con cucharones inagotables los toneles de limonada. Era tal el desorden, que
Fernanda se exasperaba con la idea de que muchos comían dos veces, y en más de
una ocasión quiso desahogarse en improperios de verdulera porque algún comensal
confundido le pedía la cuenta”.
Úrsula, “con alborozo pueril”, disfrutaba el
rebullicio.
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Que las prolongadas y copiosas ingestas no están
reñidas con el disfrute, quedó absolutamente demostrado por el realismo mágico.
¿Qué lector de Cien años de soledad no recuerda el episodio de Camila
Sagastume? Mejor dicho: ¿quién puede olvidar la legendaria contienda de
glotonería que protagonizó Aureliano Segundo frente a Camila, La Elefanta?
Sólo quiero rescatar de ese soberbio pugilato
que se prolongó por tres días (empezó un sábado), el exquisito regodeo de una
tragaldabas bella y única, que era incapaz de incurrir en errores de etiqueta
al momento de engullir el cuadril completo de una ternera.
“Comía sin prisa y hasta con un cierto placer”, dijo
el Gabo. Y lo dijo todo.
Como era de esperarse, ante dos pavos asados que
Petra Cotes sirvió el martes, cayó vencido Aureliano.
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Loor a Camila, por sus dos grandes lecciones.
Una: sabiéndose ganadora, le ofreció a Aureliano el empate. La otra: el que se
cansa, pierde.
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