miércoles, abril 30, 2014

El acto de comer es una misa


Moreno Carbonero: Sancho Panza en el festín de Barataria

(Tres recuerdos de comidas en Cien años de soledad) 

En el intento por establecer algunas de sus costumbres de niña educada, Fernanda del Carpio logró acabar en casa de los Buendía con el hábito de comer en la cocina a cualquier hora. Impuso la norma de hacerlo sólo en la mesa grande del comedor y a horas exactas, sin anticipaciones ni demoras, para no fomentar el arbitrio. Adicionalmente, incorporó el uso de manteles de lino, candelabros, servicio de plata, y el inmancable rezo de oraciones antes de la cena.  

Esa “sifrinería” de Fernanda hizo que circulara en Macondo “el rumor de que los Buendía no se sentaban a la mesa como los otros mortales, sino que habían convertido el acto de comer en una misa mayor”. 

El viejo coronel “alcanzó a darse cuenta de aquellos cambios” y dijo: 

“Nos estamos volviendo gente fina”
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Para recibir a los forasteros, la cocina de los Buendía siempre estaba lista. Úrsula, ya anciana, ordenaba: “hay que hacer carne y pescado” y las cuatro cocineras, bajo la dirección de Sofía de la Piedad, se afanaban  en prepararlo todo, “porque nunca se sabe qué quieren comer los que vienen”. La descripción es una delicia. Recordemos: 

El tren llegaba a la hora de más calor. Al almuerzo, la casa trepidaba con un alboroto de mercado, y los sudorosos comensales, que ni siquiera sabían quiénes eran sus anfitriones, irrumpían en tropel para ocupar los mejores puestos en la mesa, mientras las cocineras tropezaban entre sí con las enormes ollas de sopa, los calderos de carnes, las bangañas de legumbres, las bateas de arroz, y repartían con cucharones inagotables los toneles de limonada. Era tal el desorden, que Fernanda se exasperaba con la idea de que muchos comían dos veces, y en más de una ocasión quiso desahogarse en improperios de verdulera porque algún comensal confundido le pedía la cuenta”.  

Úrsula, “con alborozo pueril”, disfrutaba el rebullicio.
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Que las prolongadas y copiosas ingestas no están reñidas con el disfrute, quedó absolutamente demostrado por el realismo mágico. ¿Qué lector de Cien años de soledad no recuerda el episodio de Camila Sagastume? Mejor dicho: ¿quién puede olvidar la legendaria contienda de glotonería que protagonizó Aureliano Segundo frente a Camila, La Elefanta?  

Sólo quiero rescatar de ese soberbio pugilato que se prolongó por tres días (empezó un sábado), el exquisito regodeo de una tragaldabas bella y única, que era incapaz de incurrir en errores de etiqueta al momento de engullir el cuadril completo de una ternera.  

“Comía sin prisa y hasta con un cierto placer”, dijo el Gabo. Y lo dijo todo. 

Como era de esperarse, ante dos pavos asados que Petra Cotes sirvió el martes, cayó vencido Aureliano.
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Loor a Camila, por sus dos grandes lecciones. Una: sabiéndose ganadora, le ofreció a Aureliano el empate. La otra: el que se cansa, pierde. 

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