Marcello Mastroianni en Sostiene Pereira
Veo de nuevo, después de mucho tiempo, Sostiene
Pereira (Roberto Faenza, 1996). La veo en la copia que me hizo Vladimir
Delgado y me vuelve a gustar muchísimo, casi tanto como la espléndida novela de
Tabucchi, lo que ya es decir. Como se sabe, el libro es una pequeña obra
maestra a la que uno puedo volver siempre, para seguir descubriéndole
delicias.
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En este momento sale Pereira de su calurosa
oficina y la señora Celeste, pendiente de todo, como buena espía, le advierte
que ha “dimenticato il cappello”. Pereira regresa a buscarlo. Llegará a su casa
y pondrá un fado en el fonógrafo, se quejará de que tendrá que hacerse la
comida porque Piedade está de vacaciones. Le dirá algo a la foto de su esposa
fallecida y saldrá a la cita con Monteiro Rossi.
Pereira busca para el periódico un buen redactor
de necrológicas.
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En el comedor del tren, cuando se encuentra con
la desconocida que resulta ser una judía alemana de origen portugués, aparecerá
uno de los platos cotidianos de Pereira: tortilla a las finas hierbas. También
su bebida predilecta: limonada. Eso es lo que le pide al mesonero, mientras
ella (Ingeborg Delgado), opta por té y tostada. “Una elección muy portuguesa”,
sostiene Pereira, al escucharla.
Mientras comen, ella habla de lo que pasa en
Europa y le expresa su angustia. Es el año 38. Él dice saber lo que ocurre,
pero siente que no puede hacer nada. Sólo traduce cuentos del francés. “No soy
Thomas Mann”, le responde cuando ella le pide que escriba acerca del gran peligro
que se cierne sobre el mundo.
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En el “spa” de los baños de algas y de las
dietas, Pereira le dice al médico que come sobre todo “omelettes a las finas
hierbas” (no menciona las de queso, que Tabucchi incluye en el libro). Al ser
repreguntado por el incrédulo doctor, confiesa que también se aplica a las
carnes y pescados, y que se bebe diez limonadas diarias, con mucha azúcar. El
médico comprende, entonces, la razón de la gordura de su paciente, y le ordena,
inflexible: ¡De ahora en adelante sólo agua mineral sin gas!”. Pereira deberá rebajar
10 kilos.
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Al final, Pereira hará una pasta que recibirá
las loas de Monteiro Rossi. Será una cortesía del anfitrión, por los ancestros
italianos de su joven y perseguido amigo. Una lonja de jamón cortada en dados
pequeños, dos huevos batidos, queso, orégano y mejorana, le bastarán a Pereira
(en la novela) para la elaboración del plato que hace exclamar a Monteiro (en
la película) esta frase: “Si deja el periodismo, Pereira tiene otra profesión
asegurada: la de cocinero”.
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Pereira, descargado de pesos, incluidos los del
alma, sale a la calle, redimido.
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