martes, junio 10, 2014

La nostra tavola

Clemenza le explica a Michael cómo se hace la pasta con albóndigas en El Padrino I
 
Para nadie es un secreto que Sicilia posee una de las culturas gastronómicas más interesantes del mundo y que la Magna Grecia fue siempre un espacio para el ensayo glorioso de una aparente paradoja gastronómica: la de la riquísima cocina pobre. Basta leer algún recetario palermitano o, mejor aún, las páginas espléndidas que Elio Vittorini dedica en Coloquio en Sicilia a la preparación de unos caracoles, para comprobar esta sabiduría milenaria. 
 
Convertir lo poco en mucho es un arte que sólo los pueblos verdaderamente sufridos son capaces de manejar con destreza. El siciliano es uno de ellos. Ducho en soportar el violento siroco y en someterse a las más diversas influencias y agresiones, el pueblo de Sicilia supo sacarle provecho cultural a sus desgracias y mantener intacta una noble raigambre campesina que tiene en la cocina su mejor expresión. Gastronomía montuna, como pocas, la siciliana se adelantó a la “nouvelle cuisine” en su loable afán de reivindicar lo fresco, lo simple y lo propio, pero con una ventaja: no produjo moda alguna y por eso sigue viva. En la memoria de todo siciliano hay un sencillo fruto de la tierra, o del mar, convertido en alimento de su cuerpo y de su espíritu.  
 
No será extraño, entonces, encontrar en otro producto cultural de la Magna Grecia una estrecha conexión con esa gastronomía entrañable. Me refiero a uno de los más significativos aportes que ha hecho Sicilia a la historia universal de la infamia: la mafia. Son incontables los crímenes que los grandes capos concibieron alrededor de una mesa o los banquetes realizados en algún restaurante, como el que dio Maranzano una noche para festejar su dominio total sobre el Bronx. La liturgia de la vendetta para toda "familia" que se respete incluye la comida, pero el disfrute de la mesa no queda limitado a los rituales delictivos. Es un goce cotidiano. No en balde algunos temibles capos fueron (o son) también amables y excelentes cocineros. Hoy nos vamos a referir a uno de ellos, gracias al capítulo que le dedican los periodistas franceses Jacques Kermoal y Martine Bartolomei en su formidable libro La mafia se sienta a la mesa (Tusquets, Los 5 sentidos, Barcelona, 1998). Estoy hablando del legendario Lucky Luciano. 
 
Estamos ahora en Nápoles. Es el 7 de enero de 1963. El periodista Jacques Kermoal fue invitado a la casa de Luciano para realizar una entrevista que había solicitado varias veces. No sólo tuvo la suerte de que se la concedieran, sino que, además, recibió del “padrino” una invitación a almorzar, con el privilegio de que el propio Lucky Luciano prepararía la comida. Pasaré por alto la entrada de caviar y salmón, así como el segundo plato representado en un solomillo de buey a la napolitana con espárragos calientes y crema de oveja. Tampoco diré nada del postre compuesto por un sabayón y un dulce de almendras. Quiero detenerme en la gran presencia siciliana de ese almuerzo: la pasta a las sardinas, una notable especialidad palermitana. Se trata de bucatini, hinojo, sardinas frescas, anchoas, cebollas, piñones, uvas pasas y azafrán. En el agua donde hirvieron los hinojos, se cocieron al dente los bucatini. Luciano está sirviendo en este momento un fresco y seco Alcamo para rociar esa maravilla de Sicilia. Que os aproveche.
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Añado otra receta de la mafia. La mencionó Mirtha Durand hace poco. Es, sin duda, una referencia inevitable, al hablar de cine y mesa. Numerosos son los comentarios que esa escena ha suscitado, así como las variantes del célebre plato. Me refiero a la pasta de Clemenza (Richard Castellano) en El Padrino I, que muchos recordarán con gusto y otros con cierto recelo, por la presencia de salchichas en la salsa de tomate y de albóndigas. No será necesario que reproduzca la receta. Basta ir al link que pondré al final de esta entrada, para oír y ver a Clemenza explicándole a Michael Corleone (Al Pacino) cómo se prepara esa pasta con “polpettine”, muy del gusto ítalo-americano. 
 
Ayer, por cierto, visité de nuevo la película y retuve la imagen de dos restaurantes neoyorquinos, de uno, en especial, porque del otro sólo puede verse la fachada: 
 
A Michael lo recogen Sollozo (Al Lettieri) y su gente en el restaurant “Jack Dempsey”. Se puede apreciar una pared decorada, como es de suponer, con carteles de boxeo. De allí se trasladan a un restaurante ítalo-neoyorquino en el Bronx, el “Louis”, en el que Michael ejecutará un doble asesinato. Matará a Sollozo y a un capitán de policía (Sterling Hayden), sus comensales. Al comienzo, el mesonero les sirve una ensalada y abre frente a ellos una botella de vino tinto, del que no se alcanza a ver con claridad todo lo que dice la etiqueta. El policía le pregunta a Sollozo si es buena la comida. Sollozo responde que sí y le recomienda la ternera. Lo demás es crimen.
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