María Félix en Amok
La barbarie no tiene límites. Corrijo de una vez: sí los tiene. Lo que realmente carece de barreras es el odio que suele moverla o el desenfreno emocional que la arrastra a la abyección. Ese mecanismo incontrolable e infernal lo conocen muy bien las culturas que nos advirtieron con ejemplos elocuentes de la terrible hybris o del ominoso amok, fuerzas desbordadas y feroces del enceguecimiento. Nada valioso las inhibe. Con el aplomo que da la rabia extrema, marchan aturdidas y se llevan por delante cuanto encuentran a su paso.
Por la palabra malaya “amok” he recordado hoy a Stefan Zweig, y también a Anderson Imbert. Un minicuento suyo lleva el mismo título que el austríaco dio a la célebre novela.
Por la palabra malaya “amok” he recordado hoy a Stefan Zweig, y también a Anderson Imbert. Un minicuento suyo lleva el mismo título que el austríaco dio a la célebre novela.
He recordado también a María Félix, cuya belleza imponderable protagonizó en los años 40 la versión cinematográfica del libro de Zweig, con guión de Max Aub, otro nombre imprescindible.
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