jueves, mayo 16, 2013

Pan y sal de Key


Margot Benacerraf. Araya
 

Santiago Key-Ayala tuvo el acierto de dedicarle un libro a las palabras que, como su primer apellido, constituyen un territorio mágico de la lengua. Tres letras bastan para formar un cosmos. Así, la palabra “pan”, con la que el autor abre su deliciosa obra publicada en 1952. Ella integra el catálogo mayor de esos vocablos, es decir, los constituidos por una vocal atrapada por dos consonantes. Ella es como Vid, como Col, como Sal y como Ron. Key-Ayala, fascinado por la estructura de tales monosílabos, los llama “átomos del idioma”: la vocal hace de protón y las consonantes de electrones. Su analogía le permite afirmar que la consonante inicial posee una carga eléctrica diferente a la final, lo que aprecia como una “especie de sexualidad” o de feliz ayuntamiento que tiene su centro en la vocal y es determinante del sonido.

En esto del sexo de las letras, Key-Ayala no duda en sostener que en español prevalece el femenino. Sin embargo, algunas consonantes –dice- hacen gala de varonía. Indica como ejemplo la P, a la que atribuye la facultad de empujar y hasta de atropellar a la vocal que acosa. Nos llama la atención acerca de que la referida consonante está siempre al comienzo, nunca al final. Con ella disparamos: “¡pam! ¡pum! y llenamos la sala de pólvora.

Es curioso que al hablar específicamente de la palabra “Pan” el autor no haya reiterado la comparación sexual. Nos había dicho en el prólogo que así como la “P” se las da de macho, la “N” es absolutamente femenina. Y coqueta, agregaría yo. Nada mejor entonces que los extremos para conformar con la primera letra del alfabeto ese alimento imprescindible, antonomásico y milenario que en América hacemos de maíz y sin el cual no hay pueblos ni culturas. Pan de los elegidos, pan de los niños, pan de la esperanza, pan de la vida, pan de los constantes y pan dulce para el desayuno de mañana.

Lo dice Key: tres letras y un mundo en la palabra mágica: Pan!

¿Qué dijo don Santiago de la sal? me pregunta Victorino. Copio la respuesta:

Entre las sales ofrecidas y puestas desde luego a disposición del hombre hay una tan importante, tan indispensable, que en nuestra lengua pareciera haber asumido la representación de todas las sales. Es la sal por antonomasia; la sal común, la sal de cocina. En el gran mundo se codea con los sabios; usa con todo derecho la preposición de; se deja llamar con énfasis cloruro de sodio. Pero es demócrata por temperamento y excelente ama de casa. Metida en la cocina, allí se encuentra con en su trono; decide la suerte de muchos manjares, puede hacerlos apetitosos o indiferentes al paladar, según ella participe con más o menos tino en la confección. Los mayores glotones, los más pintados golosos, están pendientes de sus decisiones. Reina sobre potentados y monarcas tanto como sobre los burgueses y miserables. Ennoblece a sus ministros y cortesanos. Los distingue con grandes y vistosas condecoraciones de variadas jerarquías. La más preciada de ellas se denomina cordon bleu en francés, como homenaje al gusto de los franceses por la buena comida y por las condecoraciones. Vitelios, Heliogábalos y Lúculos le rinden homenaje. Han llegado a la Historia, más que por otros méritos, por haber rendido culto a la sal, disponer de un buen paladar, gran estómago y mejor diente. Se pesa la sal, se la mide. Algún inconforme autorizado la echa de menos: ´¡Perdón! Pero me parece que le falta una pizca de sal´. Ella representa el antídoto, el específico del más vituperable de los defectos, del más imperdonable de los delitos: la insipidez”.

No me negarán que después de leer la prosa de Key-Ayala, con su justo punto de sal, provoca decir otro trilítero: ¡Olé!
 

P.D: El libro de Santiago Key-Ayala se titula Monosílabos trilíteros de la lengua castellana

 

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