Vermay. Misa a la sombra de una ceiba
Noviembre del 67. Está Valente de visita en La Habana y María Zambrano le ha pedido a Lezama, en nombre de ese reino de dios que es la amistad, que lo lleve a ver la ceiba, que lo haga sentir el terral a las diez de la noche, que le revele a Ángel las bondades de ciertas hojas y le cuente algún secreto del cual el etrusco habanero sea custodio principal. Ella sabe que Lezama, partiendo de un verso, puede iluminar perplejidades.
Recuerda María, agradecida, que en esa isla aprendió a mirar el alba y a escuchar la respiración de la noche. Sabe que a la ceiba madre se le pide permiso antes de pisar su sombra y que Lezama se alivia del asma con cocimientos de hojas del yagrumo. Una vez leyeron juntos recados ancestrales en su tronco.
Ahora quiere que su amigo reciba un claro del bosque lezamiano, , un destello en la manigua, a cambio de “algo lúcido y viviente” que sabrá entregarle Angel, como ofrenda de una España de “extraña decadencia”, y se despide María con un abrazo de la amistad más cierta y pone su firma en el papel.
Recuerda María, agradecida, que en esa isla aprendió a mirar el alba y a escuchar la respiración de la noche. Sabe que a la ceiba madre se le pide permiso antes de pisar su sombra y que Lezama se alivia del asma con cocimientos de hojas del yagrumo. Una vez leyeron juntos recados ancestrales en su tronco.
Ahora quiere que su amigo reciba un claro del bosque lezamiano, , un destello en la manigua, a cambio de “algo lúcido y viviente” que sabrá entregarle Angel, como ofrenda de una España de “extraña decadencia”, y se despide María con un abrazo de la amistad más cierta y pone su firma en el papel.
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