sábado, mayo 04, 2013

Triste como un presentimiento





Foto de Cbales Marville. Rue de Gaillon. Por ahí vivió Saint-Just en los tiempos del Terror y cuando no existía el daguerrotipo
 
El Saint-Just de David en un grabado

Hoy bajé un libro de la biblioteca de mi padre. Al hojearlo, encontré una sorprendente nota manuscrita de su amigo José Manuel Sánchez. La copio:

Aunque procuremos no herir al amigo alemán de Camus que todo
s tenemos, hay cosas que no pueden omitirse. Claro, hay modos de decirlas. Una vez más, ensayemos otra.

Es una historia conocida. Todos recordamos que ante la debacle que se le avecinaba a la revolución, Robespierre decidió incrementar el uso de la guillotina, pero la carnicería apresuró los hechos, y no sólo rodó su cabeza, sino también la de quien, por su enorme talento, debió haber advertido la tragedia.
Lastimosamente, el intelectual enceguecido aplaude al ciego y termina siendo más jacobino que el jacobino, quien, sin decirlo de manera explícita, lo que está pidiendo por piedad, es que lo moderen”.

Mi asombro continuó, porque al final de la página 331 (ahí estaba la nota de Sánchez) comienza un breve y hermoso episodio.

Después de la muerte de Saint-Just, una joven prófuga, vestida de lavandera, con un niño de seis meses en los brazos, se presenta en la casa de la rue Gaillon (última morada de Sain-Just) y le pide a la patrona que le venda un retrato. Sabía la joven fugitiva que la patrona de Saint-Just era pintora de profesión y que había retratado al joven republicano, amigo de su marido, quien también falleció en la brutal degollina.

La viuda de Labás deseaba con toda la fuerza del mundo tener una imagen que le recordara a su esposo. El cuadro valía seis luises, que, por supuesto, no llevaba la enlutada joven. Ante la insistencia, la pintora accedió a un trueque: le entregó el retrato a cambio de un cofre que sólo contenía ropa blanca y un traje de bodas.

El autor, Alphonse de Lamartine, rubrica ese glorioso relato romántico con estas líneas prístinas:

“…el amor conyugal pudo legar a la posteridad la única imagen de aquel joven revolucionario, bello, fantástico, vago como una teoría, meditabundo como un sistema, y triste como un presentimiento”.


P.D: El libro de Lamartine se titula La Revolución Francesa. Adoro los tres tomos de Ramón Sopena.


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