María Flor como María Eduarda en Os Maias
Lo primero que ofreció el camarero fue sole
normande y Cohen aceptó gustoso. Puso un puñadito de sal en la orilla del
plato y disfrutó en silencio su
lenguado.
Así refiere Eça de Queiroz el primer plato de la
célebre comida del Hotel Central, en Los Maias, libro que hace las delicias
de cualquier estudioso de gastronomía literaria, dispuesto siempre a seguirle
la pista a los yantares o a detenerse en un pollo con champiñones y rendirle
el honor que se le debe. Seguramente pedirá que le aproximen la botella de
Saint-Emilion para llenar su copa y continuar la ruta.
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Cuando los camareros vuelvan a la mesa para
servir un plato de legumbres, su anuncio sorprenderá a los comensales: Petits
pois à la Cohen. Incrédulos, echarán mano del menú para leerlo, y confirmarán
que, en efecto, así se llama. Queiroz no perderá la ocasión para seguir
dándonos detalles: “Se descorcharon unas botellas de champaña y todos, puestos
de pie, brindaron a la salud de Cohen”. Y es que Juan de Ega, organizador de la
comida, en complicidad con el maître d’hôtel del Central, se habrá salido con
la suya. Bien sabe el lector que Cohen es gerente de un importante banco de
Lisboa y que la cena también tiene un notable objetivo financiero.
No hubo en esa ocasión mención expresa de los
postres, pero me imagino (porque aparece en otra página de la novela, y porque,
además, me resulta irresistible y reitera lo “francés”) que comieron “una crema
quemada que sabía a limón, aromática, cuyo perfume se confundía con el de las
lilas de los jarrones”. Así pues, honores también para la rica crème brûlée.
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Unos minutos antes de iniciarse el convite, Carlos
ve bajar de una berlina a una majestuosa mujer, con un abrigo de terciopelo
blanco de Génova. Es María Eduarda. Deslumbrado, Carlos enloquece. Pero esa es
otra historia.
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