martes, julio 31, 2012

Un profesor de Historia del Arte

GERARD TER BORCH. Dama en su tocador.

Me desperté pensando en la mirada de una dama de Gerard ter Borch. Desde un párrafo de Gombrich nació mi intriga. El gran maestro de la Historia del Arte comentó un catálogo de una exposición sobre “maestros de la pintura de género holandesa del siglo XVII”, con la sensibilidad y sensatez que él le atribuye a otros y que sus lectores apreciamos en todos sus escritos. Destacó en el autor de los textos, Peter C. Sutton, del Museo de Arte de Filadelfia, el esmero en ver más allá de lo que la vista dice, y dio un ejemplo precioso de ese elogio. Cito su cita espléndida:

Ter Borch fue el maestro del refinamiento, no sólo en cuanto a sus motivos socialmente elevados y su técnica sin par –representaciones de raso y tul como para derrotar a un ejército de imitadores y copistas-, sino también en lo relativo a la psicología. Se puede hacer inventario de asociaciones y de posibles simbolismos de objetos sobre el tocador, o discutir las repercusiones de detalles del vestuario y el mobiliario, pero la mirada abstraída de la mujer que se toca el anillo es sumamente significativa”.

¿Qué le agradó a Gombrich del comentario de Sutton? Le agradó leer en esas palabras “una respuesta sensible a los elementos esenciales de una obra maestra menor, precisamente porque contiene elementos objetivos y subjetivos”. Compartió con entusiasmo el modo equilibrado de Sutton para salirse de la lectura rotulada y permitir sin énfasis el surgimiento de esta pregunta: “¿Está sólo soñando despierta mientras se quita sus joyas, o le da vueltas a cuestiones de más peso, de romance o matrimonio?”.

El profesor Gombrich interrumpe a Sutton y repregunta: “…¿es cierto que está jugando con el anillo, o se lo está quitando? ¿No es más probable que se lo ponga después de lavarse las manos y que ahora espere con cierta impaciencia que la doncella la prepare por fin? Puede que el artista no quisiera que nosotros lo supiéramos, pero lo que sin duda deseaba que observásemos era su maestría en la representación del raso, el tul y otros materiales que Sutton admira con tanta razón”.

Gombrich admira y propone la pluralidad de las miradas. Sin recusar el casillero del significado obvio, elogia en Sutton la discreta ventana abierta a los enigmas.

Miro de nuevo a la dama en su tocador y la dejo así, en su misterio.

lunes, julio 09, 2012

Martín Castillo Morales almorzó con Nan Goldin en Caracas


NAN GOLDIN ´pagó la factura

La mirada subvierte y rediseña. A veces, es sólo el azar concurrente. Otras, la imaginación cuando trasmuta (y transmite).

Son diversas cosas las cosas cuando esa mirada interviene.

Con sistemática ironía, la conversión conceptual de los objetos se devora a sí misma.

El efecto Duchamp dura un instante, aunque ese instante sea eterno. No hay segundas ediciones. No se corrige ni se amplía. Sólo perdura el aleteo de los exégetas.

Muchísimas son las variantes, utilitarias o no, del papel escrito. La factura que un restaurante le expide al cliente, por ejemplo, puede tener un importante destino contable o servirle a un economista para ilustrar el tema de los precios en tiempos de inflación. Pero, quién quita que también le sirva a un fotógrafo para homenajear a sus creadores predilectos. Podría estar, de paso, deslizando una amable referencia a aquellos seres –muy frecuentes en el mundo del arte- que para afamar su carrera aprovechan cualquier encuentro con celebridades.

En estas cosas pensé cuando vi el interesante trabajo de Martín Castillo Morales en LA CACRI¬-Caracas. Me consta que Martín no es, precisamente, un namedropper (menos aún Olivia, que se negó a ser fotografiada al lado de María Kodama), pero, como a mí, creo que le divierte el legendario autobombo –casi siempre con base cierta- de algunos simpáticos artistas de esta tierra…

Celebro más, sí, la base cierta de la admiración, así como la mirada que sabe transmutar lo cotidiano.

Por eso mi elogio a estas facturas de Martín, que son, como diría Octavio Paz, un gesto. Nunca una gesticulación.

viernes, julio 06, 2012

Comprensión de Venezuela

TIMOTES. Foto. Dra.Senaide

Entre los numerosos materiales de lectura que reuní hará unos cinco años para trabajar con mis alumnos la asignatura Comprensión de Venezuela (proyecto ahora lastimosamente interrumpido en la UNEY, como tantos otros), encontré una bellísima página, que hoy, con más pesadumbre que rigor, nos interpela y nos aplaza. En ella el escritor Pedro Pablo Paredes describe el pueblo de su infancia. Mejor dicho, lo retrata, en diálogo con su alter ego Laín Sánchez.

Es uno de esos lugares maravillosos de los Andes, región nuestra que tuvo la suerte de no ser asolada por la calamidad que la historia venezolana conoce con el nombre de Guerra Federal. Un lugar propicio para exaltar lo que Felipe Massiani denominó “geografía espiritual” y para afirmar las virtudes laboriosas de nuestra patria. Me refiero a Timotes, de donde llega hoy la noticia de que una calamidad contemporánea padecida por todos, ya hizo estragos en su apacible paisaje.
Tengo a mano el hermoso texto de Paredes y lo transcribo, no para contribuir a lamentación alguna, sino para seguir interpelándonos en esta comprensión de Venezuela, que incluye, como siempre, poesía y turbulencia.

Que no quede en añoranza:

“Timotes es alto y sosegado. En esto, dice Laín Sánchez, consiste su verdadero encanto. Paseamos, aquí, tranquilos por la mitad de la calle. Sólo muy de tarde en tarde, pasa roncando un camión, un autobús, un automóvil. Y el silencio vuelve sobre todas las cosas. Los vecinos van o vienen, cada uno a su obra: unos a sus comercios; otros a sus talleres; los más a sus cultivos. Desde la misma plaza divisamos las sementeras que parcelan, de colores varios, los contornos del pueblo. Y nada, nada como el tiempo en Timotes: es todo, todo remanso. Las mañanas son perezosas; las tardes, infinitas; interminables, las noches. ¿En qué otro sitio, nos confiesa Laín Sánchez, podría uno frecuentar sin fatiga a Cervantes, a Lope, a Shakespeare? ¿Dónde, como aquí, podría uno echarse al coleta, hora a hora, toda una Montaña Mágica o En busca del tiempo perdido?

El sosiego, por otra parte, es integral en el pueblo. Reina fuera, en la naturaleza; dentro, impera también en los espíritus. Aquí, si usted se fija –habla Laín Sánchez-, lo burocrático no cuenta. Las autoridades son forasteras siempre. Se trata de un pueblo, como decían los clásicos, sin pretendientes. La gente se levanta, acuda a la labor, regresa a la paz de su casa, devanea un rato, conversa otro tanto sobre lo que ocurre todos los días -¡qué llovezón, Dios mío! por abril; ¡tenemos buen tiempo! por septiembre-. Nada más. Los problemas, los enredos de la política apenas se conocen. Pocos leen los diarios, que vienen, naturalmente, de lejos. Tal vez por este espíritu, por éste para nosotros amable espíritu, el pueblo carece de glorias: si asistió a los sucesos históricos, debió ser por medio del soldado desconocido. El pueblo es laborioso. En este sentido, sin noticia de él, parece inspirado por Manrique: vive por sus manos. Laín Sánchez nos despide, hecho emoción, con una pregunta: ¿puede hacerse mejor, más justo elogio de este lugar?”.

(PEDRO PABLO PAREDES: Emocionario de Laín Sánchez, Biblioteca de Autores Tachirenses)


martes, julio 03, 2012

Manoel Moletta y los escenarios de la gula

Maneco. Gruta de San Antonio. Niteroi

Manoel Moletta murió esta mañana en Río de Janeiro. La noticia es un duro golpe para los integrantes del Comité Jurídico Interamericano, donde él ejerció su nobleza y prodigó sin límites el cálido fervor de su amistad. Era el Secretario del Comité, pero eso es decir poco o nada, porque, en rigor, Manoel era el alma de esa instancia consultiva de la OEA.

Bien lo decía en un email de hace un momento nuestro colega David Stewart: “Manoel was a great friend and colleague, a warm and generous person whose smile and enthusiasm welcomed everyone”. Suscribo plenamente lo que afirma David, no sólo porque lo viví en su momento, sino también por haber comprobado durante el último lustro, cómo se mantuvo sin tacha la hospitalidad de este carioca genuino, para disfrute de todos los asistentes a las sesiones de nuestra Comissâo en el legendario Palacio de Itamaraty, del que Maneco era (y seguirá siendo) un amable duende protector.

Cuando Dante Negro nos informó la mala nueva sólo atiné a decirle que para muchos de nosotros Río de Janeiro ya no será la misma. Lo digo así: sin Manoel, Leblón ya no será Leblón. Allí vivía e instalaba a sus amigos, para cuidarlos, para tenerlos cerca y guiarlos por sus gratísimas calles y múltiples botecos. No había taxista o camarero de la Zona Sul que no conociera la bonhomía (y bohemia) de Maneco, caballero del Derecho, amante de las artes y devoto fiel de su maravillosa Río.

En caravana los recuerdos pasan, como dice el tango. Ya vendrá la samba que agolpe otros y la bossa nova que los ordene todos. Entonces me sentaré a escribir una página serena sobre Moletta y apuntaré la emoción con que me mostró un día la dedicatoria que Jose Guilherme Merquior le estampó en uno de sus inteligentes libros. Ahora sólo rescato dos viejas notas que intentan dar cuenta del sentido de la gula que amorosamente Maneco compartió con sus amigos. Que ellas ratifiquen hoy mi gratitud y contribuyan a abonar la alegría que nos deja su memoria.

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LOS ESCENARIOS DE LA GULA

El formidable y exigente tour gastronómico de Manoel Moletta (Barón de Moletta y Tolomei) tuvo anteayer su parada estelar en Santa Teresa y hoy en Niteroi. Manoel no se anda por las ramas. Va directo a los escenarios de la gula. Conocedor de los más pecaminosos lugares de la culinaria carioca y sus alrededores, Moletta le permite a sus acompañanantes disfrutar de una atencion pródiga en entradas y nada prudente en materia de platos fuertes o de sobremesas. La copiosa ceremonia suele iniciarse con croquetas de bacalao y caipirinhas, para dar paso -después de varias rondas- a la especialidad de la casa correspondiente. Así, en el bello y empinado barrio de Santa Teresa, asistimos a la ingesta ritual de salchichas y patés de Adega do Pimenta, para dedicarnos más tarde a las delicias de un pato memorable o de cuanta ensalada de inspiración alemana y de sazón brasileña se nos ocurriese.

Hoy, en Niteroi, fue la apoteosis portuguesa. Nos esperaba el deslumbramiento ante las sardinas fritas más sabrosas del mundo, previo consumo de inevitables y finísimas croquetas. Nos animaba -como debe ser- un vino alentejano (Monte Velho) que abrió el camino para un plato de bacalao, portuguesa y glotonamente devorable. Vivimos por unas horas en el prodigioso reino del mar y del aceite de oliva. Fuimos felices, hasta que el postre nos hizo felicísimos: una torta de naranja, huevos y almendras, insolentemente deliciosa (Algavaria) , pasteles de Belem, pasteles de Santa Clara, pasteles de nata y tocinillo del cielo. Moletta pidió oporto y bebimos y brindamos por enésima vez por estar en la Gruta de Santo Antonio, en Niteroi, una gruta para sibaritas.

Moletta, filosofo epicúreo de Río de Janeiro, ha ganado ya nuevos adeptos a su causa. Cuchi y yo nos hemos sumado hoy a su hedonismo militante. Pronto haremos el juramento en su templo mayor: el Bracarense.

9 de agosto del 2007.
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PEQUEÑA CRONICA CARIOCA

La semana antepasada en el famoso bar Jobi de Río de Janeiro, comiendo boliños de bacalao y bebiendo chopes bien fríos, Jaime Aparicio y yo percibimos de pronto que estábamos traicionando a nuestro amigo Manoel Moletta. Un volante informativo encontrado en nuestra mesa nos enteró de la reñida competencia que en estos días se está dando entre los mejores “botecos” de la Ciudad Maravillosa. Por supuesto, tanto el Jobi como el Bracarense están en la disputa, por ser los más eximios bares de Leblón. Se trata de elegir al “rey de los botecos” de Río y Jaime y yo sentimos que no podíamos seguir allí. Por adhesión y solidaridad con nuestro amigo pedimos la cuenta y caminamos unas pocas cuadras para tratar de instalarnos en el “sancta sanctorum” de sus recorridos: el Bracarense. Y menos mal que eso hicimos, pues a los pocos minutos, mientras Jaime y yo esperábamos mesa, llegó Manoel, quien dispone siempre de algún lugar aunque el célebre local de la calle Linhares esté repleto. Dicha ventaja la posee Maneco por pertenecer al Consejo Regional de Frecuentadores de Bares y, por supuesto, por ser la simpatía en persona. Le referimos nuestra involuntaria infidelidad y nos respondió con una de sus frases predilectas: “¡Fue una locura!” y para festejar la oportuna rectificación ordenó boliños de camarón. Debo decir que esas bolitas de camarón son las mejores del mundo. Nada las iguala. Le añadimos picante para disfrutarlas más, mientras Manoel pedía que nos sirvieran también carne seca encebollada, plato que es, sin duda, una de las delicias de la gastronomía brasileña. La cebolla consigue equilibrar la sal de la carne y lo demás lo hace el poquito de farofa que Monoel suele añadirle.

Después de esa incursión no tuvimos duda. Nuestro guía y amigo tenía razón. Nada como los manjares que prepara Alayde Carneiro, la legendaria cocinera del Bracarense. Me contó Paulo Roberto, chofer oficial de algunos miembros del Comité Jurídico Interamericano, que hace cierto tiempo la presión del público obligó a los dueños del boteco a aumentarle el sueldo a Alayde, quien anunció su renuncia por considerarse en ese entonces mal remunerada. Asustados por la posible caída del establecimiento, los propietarios del mismo cedieron ante el pedimento de la insigne cocinera, como debe ser. El más grande bohemio vivo de Río de Janeiro, Jaguar, escribió una vez que “Ir a Río y no probar los platos de Alayde es lo mismo que ir a Roma y no ver al Papa”. Sobreviviente a la avalancha de turistas, el Bracarense es nuestro rey de los botecos y Alayde la papisa de las cocineras cariocas. Así escribimos Jaime y yo en nuestros votos en el momento de consignarlos ante la nada imparcial mirada de Moletta.

El sábado siguiente Manoel nos tenía preparada una emboscada en la Academia de la cachaça. La ritual feijoada de ese día tuvimos ocasión de comerla en ese otro sitio emblemático de Leblón. Iniciamos la liturgia con caldo de feijao, un poco salado para mi gusto, pero muy conveniente como preparación del cuerpo para la faena que apenas comenzaba. Después llegó el gran plato del Brasil, que a nosotros, comedores de caraotas negras y de diversas carnes, nos seduce, pero también nos asombra por la sabia presencia de la naranja. Abundante, bien combinada y multiétnica, la feijoada atraviesa todas las culturas del país y la comen tanto en la “casa grande” como en la “senzala”, donde seguramente se compuso la primera feijoada “in illo tempore”. El postre fue una especie de torta de queso caliente con guayaba de la que se abstuvo el ya extenuado Jaime, pero que gozó de la voracidad de Maneco y de mi gula.

Lo demás fue caminar por Leblón cuando la tarde caía y comprar un libro de Mario Quintana en la Da Conde.

18 de agosto del 2008.

lunes, junio 11, 2012

La pizza Margarita cumple años

Margarita de Saboya, Reina de Italia

Un 11 de junio se sirvió la primera pizza margarita. No sé si hoy (11 de junio también) me coma una. Lo cierto es que celebro tal fasto culinario, leyendo el formidable poema donde el argentino Edgardo Dobry nos recuerda su eponimia, pero también a su olvidado creador, Rafael Espósito:


Pizza Margarita


Ce qui est ferme est par le temps destruit,
et ce qui fuit, au temps fait resistance

Joachim du Bellay

El once de junio de mil ochocientos ochenta y ocho
Margarita de Saboya, primera reina de la Italia unificada,
llegó a Nápoles en visita solemne. Rafaele Espósito,
cocinero del palacio real de Capodimonte,
creó en su homenaje una pizza
con los colores de la flamante bandera:
blanco (la muzzarela), rojo (los tomates)
y verde (la albahaca). Hoy nadie recuerda
al Espósito maestro, pero miles
de pizzas Margarita se devoran cada día.
Dichosa reina de una nación
recién unida en Estado:
no inmortalizada en duro bronce
sino en crujiente engrudo.
Tu recuerdo no es cosa de eruditos:
millones de hambrientos te invocan cada día.
Y mientras se arruinan los palacios
y nadie molesta el sueño de los versos
vive tu nombre en la perpetua deglución.

EDGARDO DOBRY





sábado, mayo 26, 2012

Palabras para la intrusa

Higía


PALABRAS PARA LA INTRUSA



(Enfermedad y literatura. Borrador de unas notas)






En julio de este año se apagaron los últimos fuegos

de artificio y cuando me disponía a volver

a mis quehaceres, la no invitada, la enfermedad,

golpeó en mi puerta. Abrí y ella, sin decirme nada,

me miró con una mirada que me traspasó

pero que no puedo definir: no era cólera ni piedad

ni siquiera indiferencia. Era lo que llamamos,

en nuestra pobreza para decir lo que sentimos,

padecimiento.




Octavio Paz

(Prólogo al tomo 10 de las Obras Completas)


1. Una primera aproximación podría conducirnos a La muerte de Virgilio (Broch), pero tal vez no sea ese el camino idóneo para este paseo que se pretende rápido, somero, acaso divertido. Seguramente Hermann Broch nos atraparía en su moroso tiempo narrativo y, quizá, no podamos salir a la hora, para tomar puntuales el tren de Thomas Mann hacia La montaña mágica, esa cumbre literaria de la tuberculosis. Mejor, entonces, el simple recuento fragmentario, con lo que tengamos a mano, sin molicie, pero también sin ningún apuro sofocante.

2. Hölderlin, Artaud, Walzer, Lowell, Plath, Panero: nombres de la locura corriente. Nombres que nos hablan de una enfermedad que arrebata para siempre o que va y viene, para mayor suplicio de todos. Ella va y viene, pero casi nadie retorna ileso de su infierno. Desde allí, la vieja herida de Van Gogh nos hace señas.

3. Tan sólo un golpe en el costado y después la enfermedad en todo su esplendor. La enfermedad que abre las puertas para que Psique encuentre el centro. Así, Tolstoi nos cuenta en La muerte de Iván Ilich la historia de la enfermedad iniciática, la enfermedad que te abre los ojos, que te hace ver lo que realmente eres, que te ilumina de pronto y te reconcilia con los tres tiempos y las cinco direcciones.

4. Algo lo atenaza en la papada. En este momento un monstruo está en su cuerpo haciendo de las suyas. Empezó a la altura del pecho y fue ocupando poco a poco el resto del cuerpo. Es sordo e insistente. Pero no ha podido aún dejarlo sin conocimiento. La víctima resiste y será capaz, poco después, de describirlo todo en un texto inolvidable. Mientras tanto, Jan Kott –ese es su nombre- sigue en la ambulancia, infartado.

5. El asma de Lezama y de Proust. Nada que agregar a esas respiraciones. Sólo, y por ahora, la mirada de la señora Rialta, en la clínica, después de su operación, demostrando que sus ojos son los mismos, pese a todo: “Aquella mirada, aunque estuviese enterrada, parecería siempre que lo seguía mirando, como si le diese una interminable alegría su llegada, como si disculpase sus despedidas. Sólo las madres poseen esa mirada que entraña una sabiduría triste y noble, algo que jamás se podrá precisar lo que es, pero que necesita el regio acompañamiento de la mirada de las madres. Sólo las madres saben mirar, tiene la sabiduría de la mirada, no miran para seguir las vicisitudes de una figura en el tiempo, el desplazamiento del móvil en las carrileras del movimiento, miran para ver el nacimiento y la muerte...” (Paradiso).

6. La melancolía, raíz de tantos males. Llega silenciosa y como “la resaca de todo lo sufrido” se te empoza en el alma. Hace estragos en los poetas y en los enamorados. Es antiquísima. Aristóteles se ocupó de ella. Recibió el nombre de “bilis negra”, por vía etimológica. También la designaron como “acedia”, “tristitia”, “taedium vitae”. Bajo el signo ascendente de Saturno, señor de los anillos, el sol negro de la melancolía nos arropa. Para conjurarlo, leamos a Nerval, o a Vallejo, quien, por cierto, nació “un día que Dios estuvo enfermo, grave”.

7. Los diarios nos revelan no sólo las manías de los escritores. Llevar diarios, es, de suyo, una. Y no de las menores. También nos introducen en sanatorios oscuros o en habitaciones caseras donde el afiebrado delira o simplemente escribe su diario. Recuerdo ahora que Jaime Gil de Biedma tituló la primera versión del suyo como el Diario del artista seriamente enfermo. Enrique Lihn, por su parte, lo escribió en versos y más que de enfermedad, le resultó un desgarrador diario de su muerte.

8. Si la vida toda es una enfermedad, Cesare Pavese la describió sin patetismos en su dolido y grandioso Oficio de Vivir. Un verso suyo lo dice así: “Esta muerte que te acompaña,/ de la mañana a la noche,/ insomne, sorda, / como un viejo remordimiento o un vicio absurdo…”.

9. En sus diarios, Julio Ramón Ribeyro, fumador indomable, está siempre enfermo. Entre el matadero y la cama, el humo se acumula y el esófago se pierde. Su larga enfermedad de hierro, nos legó una de las mejoras obras narrativas de América Latina en mucho tiempo.

10. Susan Sontag, en La enfermedad y sus metáforas nos habla de la doble ciudadanía que se nos otorga al nacer: “la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos”. Por cierto, Enrique Lihn, en su ya citado Diario de muerte se refiere a esos reinos de este modo: “Hay sólo dos países: el de los sanos y el de los enfermos/ por un tiempo se puede gozar de doble nacionalidad/ pero, a la larga, eso no tiene sentido/ Duele separarse, poco a poco, de los sanos a quienes/ seguiremos unidos, hasta la muerte...”.

11. Lady S. S (Severo Sarduy, no Susan Sontag) se despidió de la literatura y de la vida con Los pájaros de La Habana, una novela en la que el sida (severo, como siempre) ejerce su misión de peste monstruosa y sagrada. Acudir al “Diario del Cosmólogo”, allí incluido, es atravesar la barraca de los desahuciados, la conversación febril con los sarcomas, el delirio final de los enfermos.

12. Yourcenar en las “memorias” de Adriano. Y Reynaldo Arenas en las suyas. Cáncer y sida. Animula, blandula, vagula.

13. La mágica enfermedad. Lo es, por ejemplo, el amor. También es el nombre del único libro de poemas de Jesús Sanoja Hernández. ¿Sufre Sanoja el síndrome que Enrique Vila-Matas llama “de Bartebly”? No lo sé. Por ahora recuerdo a otro venezolano con un libro que el mismo Sanoja calificó de “hospitalario”: Efraín Hurtado y sus Papeles de Condenado. Y al argentino Héctor Viel Temperley con su temporada en el Hospital Británico. La vida del hombre en las casas de salud. Otro tiempo. Otro lugar.

14. El enamoramiento o eros melancólico: sobran los ejemplos de escritores y de personajes de ficción. Pienso ahora en dos: Goethe y Werther. De todos modos, paso. Pero no dejo de compartir la descripción que sobre esta enfermedad hizo el doctor Bernardus Gordonius, en Montpellier, a finales del siglo XIII: “Es una angustia melancólica causada por el amor hacia una mujer. La causa de esta afección reside en la corrupción de la facultad de la estima por una forma y una figura que ha permanecido impresa en ella de forma muy intensa. Cuando alguien se apasiona por una mujer, piensa desmedidamente en su forma, en su figura, en su comportamiento, puesto que cree que es la más bella, la más venerable, la más extraordinaria y la mejor hecha, tanto de cuerpo como de alma. Por esta razón, la desea con ardor, olvidando la moderación y el sentido común (...) El juicio de su razón está tan alterado que imagina constantemente la forma de la mujer y abandona todas sus actividades, de manera que, si alguien le habla, apenas le oye. Y puesto que se trata de una cogitación ininterrumpida, puede ser definida como una angustia melancólica... Todo el cuerpo se debilita, salvo los ojos”.

15. Hablando de Vila-Matas, un mal puramente literario es el que aqueja al personaje de su última novela: “el mal de Montano”. Convertirlo todo en literatura, absolutamente todo, es la manifestación extrema de esa enfermedad probablemente incurable. Como la epilepsia, creo que el mal de Montano admite la versión pequeña y la versión grande. Tracio, un heterónimo de Mariano Alvarez me suministra este ejemplo:

Me queda, como siempre, Borges, para salvarme.

Lo leo y todo cuanto me azora se convierte en texto.

Su poesía le traza límites a esa tigresa

que iba a devorarme en este instante,

detiene miradas corrosivas,

verbaliza a la mujer fatal

que se había adueñado de la sala,

después de una irrupción finamente calculada.

Borges desarma, en fin, a las serpientes.



Pienso en sus ojos (en los de ella)

y me encuentro ahora sólo con signos.



La mujer que se bañaba en el Antiguo Testamento

es apenas un fantasma,

una neblina que acaba de esfumarse en el patio de mi casa,

una página en blanco que se dispone

a albergar la urgencia de estas líneas.



Y el arcángel llamado Borges

guarda nuevamente su espada sarracena.

16. El síndrome de Stendhal: se marean, sudan, van al baño, se desmayan. Quienes lo padecen, no son capaces de aguantar la belleza de Simonetta Vespucci en El nacimiento de Venus ni la lectura seguida de dos páginas de Proust. Quizá cure momentáneamente a los estíticos este mal de la estética (borrar después esta frase que parece un chiste de José Luis Blondet y no de Cabrera Infante, como era mi intención paronomásica, pero nadie es perfecto). Sobre los efectos del síndrome stendhaliano, un poema de José Fabián Fabbiani, furtivo heterónimo de mi amigo Najul, puede darnos alguna pista. Lo copio:

Cuando entré a la sala de Matisse,

en 1974,

se manifestó por vez primera.

Tuve que esperar casi una mañana

para tomar cierta distancia,

y recuperar el equilibrio.

Pero al salir de L´Ermitage

ya estaba marcado para siempre.



Lo sufrí después en Venecia.

Fue un otoño veloz,

desesperado.

No soporté ni dos minutos

ante los hermosos caballos de Bizancio.



Desde entonces,

no paso de tres páginas de Proust

sin que me ataque el mal.



Un día,

al entrar en la biblioteca,

apenas vi el lomo de "La Educación Sentimental",

lloré.

Profusamente lloré.

He procurado disfrazar el libro

para no reconocer su rostro,

pero ha sido en vano.

Flaubert persiste en sus apariciones.



José Luis Ochoa

me suele consolar

con estas palabras curativas:

"No te aflijas, amigo,

sólo es el síndrome de Stendhal".

17. Ayer estuve a punto de superar el mal de Bartleby. Había tenido una excelente idea de cuento, la mejor que he tenido en mi vida. Comencé a escribirla, pero no pasé de tres líneas. Algo, no sé, me detuvo. Temí ser víctima de un raro padecimiento. Opté por llevarle la hoja a mi médico, Vicente Guerrero, quien de inmediato me detectó un nuevo morbo: "el síndrome de Pierre Menard". Las líneas escritas eran estas: "Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto".

18. Jöe Bousquet, poeta de Carcassonne, toda la vida en una cama, leyendo y escribiendo cartas a sus amigos y poemas. La enfermedad como protagonista, tomando el centro de la vida y fecundándolo. Pero puede ocurrir también que la invasión sea total y nos anule, que no sea la enfermedad una compañera entregada al diálogo, sino una dictadora intraficable. El “Davalú” de Rafael Argullol: “Bajo su dominio sólo hay monólogo, un monólogo que se disocia en diálogo interior, pero únicamente con la propia bestia”. Argullol, en Davalú o el dolor, hizo el diario de una dolencia que le duró meses y construyó un personaje tentacular e implacable que no habita dentro de tu cuerpo, sino que es el interior completo de tu cuerpo.

19. En La vida breve es un cáncer en el pecho. También un cáncer en el pecho aparece fugazmente en El Aleph. Onetti y Borges. Gertrudis y Beatriz Viterbo. Sufrimiento y goce. Creo, sin embargo, que ninguno de los dos autores, como el personaje del segundo, “se rebajó un solo instante al sentimentalismo ni al miedo”.

20. No me acuerdo bien ahora, pero creo que en uno de sus libros de memorias, Juan Gil-Albert nos habla de cierto disfrute de la enfermedad, de un raro deleite por el padecimiento. Lo buscaré. Pero como la memoria es un laberinto que te conduce a pasillos imprevistos, en este instante estoy de visita en un relato de Humberto Rivas Mijares, específicamente en una frase en la que "el murado” experimenta “un extraño gozar de la pena”. El ciego sabe que no verá y sufre por eso. Sin embargo, una dicha lo invade de repente.

21. El sábado pasado (25-10-03) en el suplemento Babelia de El País, un poema del peruano Carlos Germán Belli, me condujo hasta una diosa griega de la salud, hasta Higía, quien formaba parte de la corte de Asclepio y hacía el generoso favor de los alivios. Le pedí por mis padres, enfermos y viejos, pero bellos y curables.

Freddy Castillo Castellanos

Salsipuedes, 27 de Octubre del 2003.

miércoles, mayo 09, 2012

Diferencias sobre la razón provinciana




"Yo nací provinciano en los domingos de desigual memoria"
JOSE ANGEL VALENTE

Una elocuente frase de Adriano González León podría hacer inútil este artículo. El autor de País Portátil redondeó un día su idea acerca de los lugares de la escritura, diciendo que "un escritor es un escritor, en Guardatinajas o en París". Podría dejarme llevar por esa atractiva y afilada navaja de Occam que acuñó el trujillano en una entrevista de los años 60 y dar por zanjado el asunto. Pero no. Creo que el tema admite algunas variaciones (o diferencias, en el viejo sentido musical de la palabra), como las que intentaré de seguidas, sin otro afán que el de subrayar ciertos achaques o trastornos.

1. Contaba Javier Marías hace poco, que sus últimas cuatro novelas las escribió parcialmente en Soria, una ciudad recoleta, pequeña y con prosapia literaria, como lo saben los lectores de Bécquer, Machado y Gerardo Diego. Allí Marías encontraba la calma necesaria para la escritura, así como un amable refugio. Contemplar desde una ventana el parque llamado la Dehesa, era para él un regocijo. Pero ahora resulta que Soria ha sido asaltada por los profesionales del ruido y de la juerga y al escritor no le ha quedado más remedio que despedirse de ella, con tanta pena como indignación. Relata Marías que ya Soria no es lo que era, porque desde hace un lustro las fiestas de la calle se fueron volviendo rutinarias. No anunció Marías si ya había escogido un nuevo lugar para su retiro literario o si ahora va a escribir todo en Madrid y dejará de tener, castellanos o no, refugios para su trabajo. Lo cierto es que el autor de Tu rostro mañana prefería para algunos momentos de creación el ambiente de provincia. No se trata de un caso excepcional. Por el contrario, son muchos los escritores que se alejan de las metrópolis para acometer sus proyectos literarios en sitios de sosiego. Concluida la tarea, retornan a la capital donde los espera el ritmo vertiginoso al cual están acostumbrados. Infortunadamente, el ejemplo de una Soria sobresaltada no es excepcional. Ya muchos lugares, antaño silenciosos, han dejado de ofrecer la paz que algunos escritores requieren y desean para su oficio. Así, y aunque parezca "fin de mundo", como decían nuestros abuelos, podría dar lo mismo Caracas que Sanare y hasta sería retocable una vieja frase española, para decir, por ejemplo: "Tanto monta monta tanto, Barquisimeto como San Fernando".

Hace apenas un instante, cuando mencioné un entrañable topónimo larense, por mi mente pasó silbando un viejo título de Escalona Escalona, que espero no se haya convertido en una cruel ironía: Sanare, puramente paraíso. Confío en que Sanare aún sea albergue idóneo, temporal o permanente, de escritores no aturdidos por el rebullicio de cornetas.

2. Podrá decirse de ellas que han sido asediadas por el crimen, que una espantosa estética invadió sus fachadas o que han perdido árboles y sombras y son ahora un campamento a la intemperie que copia lo peor de las ciudades grandes. Todo eso podemos imputarles, pero lo que nadie puede negar es que muchas de esas ciudades pequeñas del interior, siguen siendo enormes infiernos morales, lo que comporta una insuperable ventaja para los escritores que se ocupan de la miseria humana. Son museos in situ de la envidia y de las cayapas que promueven sus pandillas contra todo lo que signifique un peligro para su modorra cultural. Algunas, por más capitales de estado que sean, contienen un campo edénico para la insidia, la ignorancia y la impunidad de los mediocres. Quien ose allí poner en marcha el reloj de El Forastero galleguiano, es echado de inmediato, y si hace alguna oposición cívica, lo acribillan, precisamente, por no ser desaforado. Como se sabe, la Ley de Lynch está vigente en esas taimadas comarcas de la barbarie. No debemos escatimar elogios: son tozudas y efectivas en la preservación de ingratitudes, enconos y arcaísmos. No me quejo. Constato una inmejorable fuente para la literatura de la sordidez ética y de los pesimismos.

Sin embargo, no es ese el único filón que nos deparan tan estupendos criaderos de alacranes. Sus vilezas cotidianas son casi siempre compensadas por maravillas escondidas y por nobles resistencias de la naturaleza, paisaje humano incluido. Así, en algún recodo de pueblos espiritualmente devastados, se enciende de vez en cuando la luz de una memoria. Un lector camina por un parque y va reconociendo al niño que hace mucho tiempo fue. Regresa a la casa y encuentra en Proust un eco de esa vivencia milagrosa. Un joven cronista de su barrio escribe y abre las puertas de su casa a los antiguos dioses vegetales de la aldea, lee a Canetti, se conecta con el mundo, pero ama el suyo, el propio, el que podrá hacerlo un escritor universal por encima de cercanas asperezas.

3. Si algo no se consigue con facilidad en las pequeñas ciudades del interior es ser verdaderamente un solitario. Alguien lo dijo hace muchos años: muchedumbre y soledad se avienen, y Don DeLillo agregó después que en las grandes urbes rige un pacto de intocabilidad. Cada quien a lo suyo, ensimismado, en el metro, en "el ruta", en el auto, en la calle...

El laberinto de la soledad urbana nos invisibiliza, y es probable que en algunos escritores esa realidad de hombre-masa opere como un vigoroso estímulo para la imaginación. Tal vez surja así la Santa María de Juan Carlos Onetti o brote la Aracataca de García Márquez con el nombre de Macondo, en un DF inabarcable. Tanto la primera como la segunda acompañan a sus autores, porque, en definitiva, ellas eran las ciudades míticas (y verdaderas) que llevaban por dentro. Palabra de Cavafis.

4. Escribo estas notas en Barquisimeto, una ciudad donde nacieron en el siglo XX importantes escritores venezolanos que se ausentaron de ella siendo jóvenes. Sin especular acerca de las razones particulares que tuvieron para irse, lo cierto es que su trayectoria literaria la hicieron en Caracas o en el exterior. En un país donde no podía ser fácilmente refutada la afirmación de que "la provincia es monte y culebra", dejar Barquisimeto (o no volver) era casi obligatorio para quien deseaba realizar "carrera literaria". Como se sabe, ésta no es literatura (y con mucha frecuencia nada tiene que ver con ella), pero es una noble ruta de vida cuando se ejerce dignamente y no se anda pensando todo el tiempo en la "nombradía" y el "prestigio". Hoy, por obvias razones de las que esta revista es una evidencia, el interior está dejando de ser desdeñable para esa legítima aspiración curricular.

No estoy seguro de que mis ilustres paisanos no hubieran hecho buena literatura de haber permanecido en la ciudad de las cinco vocales (o de haber retornado a ella). Quizá, sólo habría sido distinta, porque, como bien dijo Adriano, "un escritor es un escritor en Guardatinajas o en París".

(El artículo anterior fue escrito especialmente para la estupenda revista digital BIBLIOMULA. Copio el link correspondiente: http://bibliomula.org/index.php/home/contenido-de-la-edicion/70-diferencias-sobre-la-razon-provinciana.html . La ilustración la he tomado también de BIBLIOMULA, a quienes agradezco me disculpen esta reproducción).

domingo, mayo 06, 2012

Juan Nuño


JUAN NUÑO


Ayer se cumplieron 17 años de la muerte de Juan Nuño. Su hija Ana envió a sus amigos un mensaje con una oportuna cita de Juan sobre la desmemoria:

Un monstruoso Alzheimer colectivo parece apoderarse de las jóvenes generaciones, que no sólo son incapaces de recordar nada, sino que a cada instante tienen que reaprenderlo todo. Está bien creer que el mundo comienza con uno cuando se es joven, pero lo patéticamente grave es actuar como si de verdad sucediera así. Madurar es aceptar la carga de todas las memorias precedentes y sobre todo la formación de la propia”  

(Juan Nuño, La desmemoria, Escuchar con los ojos, Monte Avila, 1993).

Después de leerla fui a un viejo cuaderno y revisé la anotación que hace 17 años hice en mi diario. Juan Nuño murió un viernes y yo lo supe en la mañana del día siguiente. Copio algunos párrafos de lo que entonces escribí:


06-05-95: Sábado. Ayer murió Juan Nuño. Leo la noticia en El Nacional estando ya en el estacionamiento de la universidad, adonde tuve que venir para participar en la aplicación de la llamada Prueba de Aptitud Académica. No tengo con quién compartir el dolor, ni siquiera puedo llamar a Cuchi. No hay teléfono cerca. Además, debo permanecer en el aula casi tres horas, cuidando el examen y llenando planillas. Afortunadamente comparto la responsabilidad con la señora Amalia Hernández, quien se encarga de ordenarlo todo.

Lo de Juan Nuño me golpea. Fuimos amigos. Vino varias veces a Barquisimeto para atender invitaciones mías. Fue generoso conmigo, no sólo por puntuales y certeros estímulos, sino –y sobre todo- por brindarme su amistad. (…). Para una separata de Letra Continua me cedió su ensayo Kafka en clave judía. En esa época (primer lustro de los 80) tuvimos un breve intercambio epistolar. Recuerdo una carta donde me decía en tono de exclamación,  refiriéndose a mi pasantía por Barcelona: “Castillo Castellanos, con ese par de apellidos que usted carga y viviendo entre catalanes…” (…).

Juan Nuño es una de mis adhesiones más firmes. Lo fue antes de conocerlo personalmente y después, con el trato amistoso, esa adhesión se profundizó. Lo admiraba. Lo admiro. Su talento, su cultura, su inmensa formación filosófica, ocupan un espacio único en Venezuela. Pocos como Juan, tan eficaces en la polémica, en la esgrima intelectual o en el uso apropiado de la argumentación sagaz y pertinente. Poseyó estilo literario, sin atavíos ni manierismos. Sus lectores disfrutamos de ese estilo singular, mientras sus blancos predilectos (los dogmáticos de cualquier especie y color) lo sufrían, más que como estilo, como estilite.

Juan Nuño era a veces demoledor, pero siempre auténtico, genial. Recuerdo su respuesta a una pregunta que decía algo así como “¿Cuál es el episodio bélico que más admira?”. La respuesta fue toda una proclama literaria: “La batalla del Quijote contra los molinos de viento”.

El “temible y ácido” Juan Nuño era también un caballero andante.

(…)

Juan Nuño polemizaba en la calle. No le tenía miedo (ni desdén) a los lances periodísticos. Los protagonizaba y provocaba con gusto. Se deleitaba en ese oficio incisivo. Recuerdo que cuando emprendió en forma continua la publicación de artículos en El Nacional le envié una carta felicitándolo por ellos. Me respondió: “No me felicite por los artículos de El Nacional. Compadézcame, más bien. Cuando pase por Caracas y se decida a llamarme, le contaré, al calor de un grato yantar, el cúmulo de enemistades y otras delicias que me han proporcionado los fulanos artículos”.

(...)

A Juan quizá le hubiera gustado que en este momento lo recordáramos con Borges: “Con vino rojo hemos brindado a tu salud…”.

domingo, febrero 05, 2012

Las frutas mexicanas


Son Yuri y Edmundo hablando de las frutas mexicanas, de las oriundas y las adoptadas. Están en el hermoso puesto de frutas de la señora María de los Angeles, en el mercado Martínez de la Torre de la colonia Guerrero y nos trasmiten con placer un conocimiento amable que es también una historia de la cultura. Vayamos con ellos a su ilustrado paseo, a su pasión por México y sus frutas. Sencillamente, da gusto este video:

lunes, enero 30, 2012

Décimo tercer aniversario de la UNEY

Chema Madoz. Arco

Su breve recorrido académico está signado por un amplio espíritu humanístico, nada frecuente hoy en las casas de estudio del país. Sus nobles desafíos intelectuales frente a las incomprensiones y la medianía, su audacia contra el espacio hostil y la tozudez fascista, su afán de formación para la libertad, la creación y el diálogo;  y su capacidad de resistir todos los embates (aún los que parecen definitivos, ciegos y sordos), son rasgos que la identifican a lo largo de estos trece años, felices y duros, a la vez.

La UNEY pasa con regocijo y orgullo (y cierta majestad, todo hay que decirlo) por el arco de libros y literatura, de ciencia, diseño, cocinas, cuerpos, imaginación y arte, que, desde el 29 de enero de 1999, marcó su entrada a la educación universitaria de Venezuela y el mundo. Allí, entre los libros, está su alma, lejos, muy lejos de mustias autoridades "in partibus", incapaces, por fortuna, de invadir los intangibles.

Celebramos la fidelidad, la confianza y el apoyo valiente de sus amigos, estudiantes, docentes, obreros y personal administrativo. Celebramos la voz de quienes, no oficiales, pueden hablar por ella, con la frente en alto, en todos los escenarios, incluidos los domésticos. 

Desde las luces de afuera (y de adentro, porque todavía las hay) saludamos la historia verdadera de la UNEY, que persiste sobre la apócrifa de estos meses sombríos.

¡Feliz cumpleaños UNEY!

miércoles, enero 25, 2012

La UNEY en sus trece


Me cuentan personas de cuyo testimonio me fío, que nuestra límpida casa de estudios ya no es lo que era. Hasta el buen decir parece proscrito de ciertas oficinas, sobre todo, de aquellas de donde deben surgir algunas decisiones. Corrijo. Si el buen decir está proscrito, qué podemos esperar ahora de esos lugares invadidos. 

Que en este momento haya garduños (me aseveran que los hay) en los diversos espacios académicos de la caballería andante, no es para sorprenderse. De quienes entran a saco en territorios que les son ajenos, por espíritu y cultura, qué puede derivarse más que chapuzas y desmanes.

Aquí  ocurrió la barbarie de siempre: con la complicidad de marrulleros y fementidos, se activó con celeridad la aplanadora de quienes desprecian todo lo que desconocen y les da escozor el talento de los otros.

Pero algo hay que no pueden: destruir un intangible que se llama UNEY, que no se aloja ni en reglamentos contrahechos ni en resoluciones ministeriales dictadas por el pobrediablismo, cualquiera sea su “jerarquía académica” o su “santidad” intelectual.

La UNEY, encuéntrese donde se encuentre, es una fraternidad de almas que vuela, lee, desacata, inventa, espera, resiste y sabe que las universidades verdaderas no son las fundadas, sino las que fundan.

Seguiremos fundando.

viernes, noviembre 04, 2011

Los gustos esenciales

 Restaurante Lady Baltimore, en la calle Madero. México D.F.

Juan Gil-Albert

Era apenas un niño que contemplaba a su madre mirarse en el espejo.  Ella daba un último vistazo a su elegante vestido, antes de bajar al comedor para la cena. El acababa de arrastrar un carrito con cordel, pero la imagen de ella lo detuvo un instante. Después siguió en su juego, alejado del mundo de sus padres, que esa noche recibían a alguien insigne que había llegado de Madrid, precedido de fama teatral y literaria. Pasaron los años y él nunca olvidó los detalles de un vestido de gasa, color verde manzana, recubierto de encajes dorados, sobre los que se posaba una gran rosa, tal vez en el busto o tal vez como caída, al comienzo de la cola. Sólo en ese punto se hizo impreciso su recuerdo. Guardaría muy bien los comentarios que ese traje suscitó en la cena, aunque no pudiera asegurar si los escuchó esa noche o los supo más tarde por insistentes referencias domésticas. Lo cierto es que la frase del ilustre invitado (de Gregorio Martínez Sierra se trataba), “¡Qué señora tan bien vestida!”, jamás logró evocarla sin que dejaran de sonarle en la memoria los primeros compases de la opereta Eva de Lehar.

Juan Gil-Albert habría de recordar ese episodio de su infancia para explicar cierta conducta suya durante el apretado exilio mexicano en el 40. El poeta tendría unos 34 años y, como casi todos sus paisanos republicanos de la diáspora, se enfrentaba a muchas penurias cotidianas. Una noche fue invitado por Carlos Pellicer, director general de Bellas Artes, a la Opera. Al salir de la Walquiria se encontró con el poeta León Felipe, una especie de cónsul de los españoles exiliados, que administraba para ellos algunas ayudas internacionales. Al ver al alcoyano, León Felipe lo increpó de inmediato: “¿Cómo vas así, sin abrigo?” y le pidió que fuese al día siguiente a su casa. Allí se presentó Gil-Albert, quien recibió un cheque para adquirir la indispensable indumentaria del invierno. Y aquí comienza la anécdota de una impronta hogareña, la huella de un lujo legendario o la persistencia de esos rasgos vitales adquiridos en la infancia y que brotan de pronto pasados muchos años, como visión de un deseo o como imagen raigal de la belleza. En una entrañable película de Guerín, llamada En construcción, el viejo marino del barrio chino de Barcelona, usa una frase que me gusta para resolver el tramo inefable de este tema: “caprichos de gente caprichosa”. Veamos el capricho mexicano de Gil-Albert cuando ya tenía el dinero del abrigo.

Después de cobrado el cheque, el delicado poeta de Alcoy recordó que había visto muchas veces una tienda inglesa en una calle paralela a la Madero, una de esas tiendas de aspecto londinense dedicada al exclusivo expendio de artículos masculinos. Hacia allá se dirigió. Esta vez no se detuvo sólo a contemplar. Entró con decisión y apreció la sobria decoración de las paredes: los caballos esbeltos que luego habría de encontrar vivos y altivos en Buenos Aires, y dos o tres escudos reales. Iba a lo suyo y eligió un sweter y una “leve corbata de foulard, color de humo con pequeñas motas blancas”. Añadió a su compra los productos Yardley for men: crema de afeitar, talco, sales y loción. Cuando pagó, sintió que había recobrado un gesto desprendido que aprendió de su familia a la hora de cumplir con los marchantes. Salió feliz y vio con regocijo el día espléndido. Pero aún le faltaba algo a su faena formidable. Caminó hacia la calle Madero y pidió una mesa en el selecto Lady Baltimore, tan emblemático como el Palacio Iturbide, en el DF de esa época. Ni por asomo pensó en figón alguno. Se regodeó morosamente en la lectura del menú. Y comió como quien celebra una fiesta.

Cierro esta nota admirativa con sus palabras sabias:

Al pagar mi comida quedé perfectamente restablecido en mi pobreza, sin abrigo, pero con mis alicientes”.